DE MERCADO A PUERTA DE LA CIUDAD: HISTORIA DE UNA EDIFICACIÓN
Ciudad querida de mis
dulces horas
No detengas el ritmo
de tu paso
Los Pueblos como tú
no tienen auroras
La vanguardia no sabe
del ocaso
Pablo
Hannibal Vela
GUAYAQUIL, y sus cien mil habitantes, iniciaron el siglo XX
adhiriéndose a la transformación liberal y modernizadora del Alfaro (1895). Y,
por el esfuerzo de sus hijos, históricamente vinculados a su río y espacio,
había terminado de curar las quemaduras del “incendio grande”. Ambiciosos
proyectos bullían en las mentes de sus gentes principales y, ante una
ciudadanía expectante, se estudiaban y plasmaban en realidades año por año.
Aspiraban a alcanzar un nivel de progreso, no solo como el espacio económico
más activo y dinámico del país, sino también como un ámbito social en capacidad
de producir una diversidad de expresiones y eventos culturales que
contribuyesen a construir y mejorar la calidad social y cívica de los
guayaquileños. La ciudad ansiaba prepararse, embellecerse, higienizarse, para
espléndida, celebrar y contemplar el primer centenario de su “Gloria
Octubrina”. La proximidad de la apertura del canal de Panamá (1916), planteaba
nuevas oportunidades. La conducía al nuevo siglo esperanzada en erradicar la
fiebre amarilla y todas las endemias que la afectaban. Su vida moderna y el
impulso de su avance demandaban nuevas propuestas: agua potable (1900-1910),
canalización (1900-1930), pavimentos (1900-1920), edificios incombustibles
(1903-1911), parques y monumentos (1880-1931), malecón, muelles (1900-1931),
saneamiento (1900-1919), energía eléctrica (1905-1925), etc.
A raíz del “incendio grande”,
frente al Cabildo y fuera del muro del malecón, se había levantado sin ninguna
técnica un cobertizo provisional, al cual se conoció como “Mercado de la
Orilla” o “Mercado del Norte”. Un segundo y muy concurrido mercado, pero una
verdadera lacra, se hallaba adosado a la Casa Municipal desde el siglo XVIII.
Todo aquel que desembarcaba en el puerto, se daba de manos a boca con esta
vergüenza y se llevaba de la ciudad la peor de las impresiones. En la planta
baja del Municipio funcionaba un considerable número de bodegas, las cuales, a
fin de obtener rentas, se alquilaban a los comerciantes de abarrotes o
abaceros.
Conjunto de
covachas, negocios de víveres, bodegas, tiendas, etc., que junto a la Casa del
Cabildo, se encontraban en un serio estado de vetustez, al punto que el Concejo
estaba determinado a su demolición. El desarrollo y la expansión tanto espacial
como demográfica de la ciudad demandaban la construcción de un nuevo mercado de
abasto moderno y diseñado expresamente para tal fin. Además, reunir en estos
los aspectos técnicos en la relación comerciantes-manejo de víveres, que
hablasen de una ciudad que cuidaba de la alimentación, higiene y salud de
visitantes y pobladores. Este es el punto de partida de la edificación de la
obra que nos ocupa, lo cual, al comenzar el siglo pasado empieza a cobrar
forma.
En sesión de Concejo
celebrada el 16 de junio de 1903, luego de conocer un informe del concejal
Gabriel Enrique Luque, el Cabildo autorizó a su presidente, señor Manuel Tama,
a gestionar un préstamo de $30.000 al Banco del Ecuador para proceder a la
inmediata construcción de un mercado. El gobierno del general Leonidas Plaza
Gutiérrez se manifestó decidido a apoyar toda idea de progreso para la ciudad.
El 20 de septiembre de 1904, en el registro oficial No. 891, se publicó la
promulgación de un decreto que estableció un impuesto al consumo de aguardiente
y alcohol en esta ciudad y otro a la producción del tabaco en la provincia. Con
lo cual se asignaron rentas al Concejo de Guayaquil para la construcción de la
nueva “Casa Municipal y Plaza del Mercado”.
Sin pérdida de tiempo, el
M.I. Concejo Cantonal de Guayaquil, presidido por el señor Amalio Puga
Bustamante, en sesión del 18 de noviembre de 1904, aprobó el informe de una
comisión encabezada por el doctor César Borja Lavayen, que recomendaba la
edificación de dos mercados. Estos debían ser construidos “antes que la Casa
Municipal, que sean dos plazas proyectadas; que se acepte el lugar en la parte
Sur de la ciudad para uno de dichos mercados”. Para ubicar al que se llamaría
“Mercado Sur”, se designó el solar situado a orillas del río, en el barrio del Astillero,
al final del malecón, desde la avenida Olmedo hasta la calle del Artesano
(actual Capitán Nájera). “Y, en cuanto al otro que debe construirse en el lado
norte, en los solares que formaban la Quinta Matriz (después Quinta Piedad), se
resolvió que vuelva a la misma comisión para que informe sobre si debe ocuparse
toda o parte de la manzana”.
En la misma resolución del Cabildo, de
acuerdo con el informe aprobado, se convocó licitadores para que en el término
de sesenta días presentasen
ofertas de acuerdo a las
dimensiones estipuladas (100 x 20
mts). El
nuevo edificio, debía ser incombustible, como por entonces las
construcciones de mampostería, además de excesivamente pesadas para levantarse
en el suelo blando a orillas del río, eran prácticamente desconocidas (la
primera de esta clase fue la cárcel pública construida por Francisco Manrique
1903-1905), se resolvió sea diseñado en hierro y lo suficientemente amplio para
albergar 200 puestos de venta. Los proponentes fueron dos grupos: el primero
formado por los señores Alfredo Maury y Paul Thur de Koos y, el segundo por
Francisco Manrique y Carlos Van Ischot. Los montos propuestos fueron de
$185.000 y $210.000 respectivamente. Para estudio y resolución de las dos
propuestas se formó una comisión integrada por los concejales señores Julio
Burbano Aguirre, José Romero Cordero, Amalio Puga, Jorge Chambers Vivero, y el
síndico Manuel de J. Baquerizo Noboa, asesorada por el ingeniero y arquitecto
Camilo Coiret.
En la sesión extraordinaria del Cabildo
celebrada el 24 de junio de 1905, cuya acta se publicó en la Gaceta Municipal
del 8 de julio, dirigida por su presidente señor Carlos Gómez Rendón, se
resolvió aprobar el informe de la comisión. El documento descartaba la
propuesta de Maury y Thur de Koos, porque “no se han ceñido a las bases de la
licitación” Y, concluye que “los señores Manrique y Van Ischot, en su
propuesta, llenan todas las exigencias de la licitación (…) que su costo
quedará reducido a 199.500 al aceptarse la reducción del espesor del muro”. Los
adjudicatarios, no solo cumplieron con todas las exigencias de la convocatoria,
sino que adjuntaron planos y otros detalles que denotaban conocimientos, los
cuales los favorecieron en la decisión pese a la diferencia de precio.
Según Jenny Estrada (Mercado
Sur: Reliquia Arquitectónica que Guayaquil debe Salvar, “El Universo”, 20 de
diciembre de 1981), el contrato se firmó el 24 de agosto de 1905 y se iniciaron
las obras el 25 de septiembre de ese año. Los beneficiarios del contrato
hicieron constar en este instrumento que el edificio sería traído por partes:
“primero la mitad del armazón o estructura resistente del edificio; segundo, la
otra mitad de dicha armazón; tercero, el hierro acanalado para el techo, las
rejas y los puestos; y cuarto los puestos de venta, los tanques, tuberías de
agua, grifos, mangueras, excusados y urinarios con sus respectivos kioskos”.
El Arq. Pablo Lee Tsu, en notas inéditas
que al respecto conserva, dice: “El diseño
del mercado y la procedencia de los materiales
prefabricados, especialmente la estructura metálica, han sido por mucho tiempo
atribuidos a Gustavo Eiffel (autor de la famosa torre de París, 1889),
argumentando que Manrique y Van Ischot eran sus representantes en esta parte del
mundo, versiones que no han sido hasta la presente confirmadas en forma
categórica, ya que no se han encontrado
o publicado fuentes primarias que
prueben tal aseveración”.
La realidad fue que el edificio, al ser
prefabricadas sus piezas estructurales
por la
firma Verhaeren Ca. Jager Ingenieurs Constructeurs-Bruxelles, debió ser
importado por partes conforme a su elaboración y entrega.
Había llegado el año 1906 y, el M.I.
Concejo de Guayaquil se desenvolvía bajo la presidencia del señor Julio Burbano
Aguirre, y mientras los constructores avanzaban en los terraplenes y muro de
contención, el Cabildo, por medio del ingeniero municipal don Luis Alberto
Carbo, determinó que el nivel al que se levantaría el edificio del nuevo
mercado, debía tener “0.92 cms. menos del que tiene el primer escalón del
pedestal de la Estatua de Olmedo” (Sesión del 19 de octubre de 1906).
En el archivo de Julio
Estrada Ycaza, hay dos fichas inéditas fechadas el 24 de julio de 1907, que
registran hechos que debemos considerar, la primera: “Se dispone edificar un
anexo al nuevo Mercado Sur”. Y, la segunda: “El nuevo Mercado (mercado sur)
superficie de 2.796 m2, interiormente mide 100 metros de largo por
20 de ancho, pudiendo instalarse 200 puestos de venta, sin embargo esta
capacidad no es suficiente para cubrir las necesidades de la ciudad por lo que
se requieren otros mercados. En la parte norte de la ciudad y otro en el
centro, según informe del Dr. Teófilo Fuentes, Presidente del Concejo”. Lo cual
indica que la previsión de espacio no estaba acorde al crecimiento poblacional
de la ciudad.
En la sesión de Concejo del 2 de enero
de 1908 la Corporación Municipal se dispone a recibir el edificio. Pero como
toda gestión de esta naturaleza, el asunto tenía sus bemoles, parece que
hubieron algunas dificultades. Muy pequeñas por cierto, pero que demandaron la
intervención de la Comisión encargada del Mercado. En el diario El Telégrafo,
Pág. 1, del 14 de enero de ese año, bajo el epígrafe “Notas Municipales”,
aparece: “La Comisión designada para efectuar un arreglo definitivo con los
contratistas de la construcción del nuevo mercado, respecto a la entrega de
este edificio, dando exacto cumplimiento a las bases del contrato, dio cuenta
del feliz resultado a que ha llegado, habiendo servido de árbitro, de parte de
la Municipalidad y de los referidos contratantes, los señores Alejandro Mann y
doctor Serafín S. Wither. Se aprobó dicho arreglo y se acordó dar los debidos
agradecimientos al señor Mann por los buenos oficios”.
Registros, también inéditos
del Arq. Pablo Lee, y de Julio Estrada, nos muestran que, aparentemente, la
obra tuvo dos momentos iniciales. El primero: basado en “Obras Públicas” del
Dr. Carlos A. Rolando, dice: “El Mercado Sur fue inaugurado el 6 de
enero de 1908”, y, el
segundo, “El 6 de Febrero se
recibió formalmente el edificio del Mercado Sur. Es todo de fierro y cemento y
sus dimensiones son 120 m. x 20 m.”.
Es decir que, podríamos interpretar que se produjo una inauguración previa a la
recepción definitiva. Quienes visiten el
mercado en su
estado actual, podrán ver que en la culata norte del
edificio, aparece grabado en el metal el
año 1905, en que se inició su edificación, mientras en la culata sur, consta
1907 como la de su culminación. Esto es comprensible, pues al ser material
prefabricado, se imprimó con anticipación la fecha que el contratista señaló
como su terminación. Lo cual, evidentemente, este no pudo cumplir sino hasta el
año siguiente.
Pese a
haberse expedido el 28 de enero el reglamento para el funcionamiento del mercado,
como consta en el compendio de Leyes Municipales de 1908, este no entraba
totalmente en funciones. Según “El Telégrafo” del día 29, los primeros en
oponerse mediante una solicitud, fueron “los vendedores de frutas en el mercado
(que quedaba adosado a la Casa Municipal), pidiendo que no se les obligue a
ocupar puestos en la nueva plaza de abastos, por inconvenientes que ellos
señalan”. Al respecto, el periódico “El Grito del Pueblo” del 6 de febrero de
1908, también dice: “Ya están ocupados casi en su totalidad los puestos de
venta del nuevo mercado, situado en el barrio del Astillero, y es de notar que
la mayor parte de los ocupantes son gente nueva, pues del mercado actual muy
pocos han resuelto trasladarse a dicha plaza”.
Como podemos ver, entonces
también había comerciantes de víveres y frutas, reacios a cambiar. Preferían
mantenerse en la inmundicia del medio en que trabajaban, antes que pasar a otro
lugar que respondía a lo higiénico y moderno. Antes de continuar con el
registro de otros datos sobre el nuevo mercado, es necesario hacer una somera
descripción de las condiciones generales de salubridad que se daban en la
ciudad, los mercados y sus gentes.
Nueve años antes del arribo del
epidemiólogo doctor Hideyo Noguchi, a esta ciudad y la posterior delegación del
Instituto Rockefeller para combatir la fiebre amarilla, llegó un equipo de
médicos de los Estados Unidos, encabezados por los doctores J.S. Perry y B.J.
Lloyd, a fin de asesorar en las medidas a tomarse para erradicar las pestes que
azotaban la urbe. El 18 de marzo de 1908, en el “Grito del Pueblo” se publicó
el memorándum, en que constan sus indicaciones preliminares para la extinción
de la bubónica, fiebre amarilla y viruelas. Los puntos centrales de este
documento se referían a la importancia de construir un sistema de
alcantarillado, la pavimentación de calles, aumento del aprovisionamiento de
agua, cegado de charcas, etc. También urgía la necesidad de desinfectar y
demoler los lugares plagados de pulgas, ratas, cucarachas y cuanta alimaña
contaminaba la ciudad. El cual concluye diciendo: “Dichas medidas deben ser
liberales y de acuerdo con el sistema moderno de cuarentenas científicamente
establecidas”.
Estas recomendaciones encajaban
perfectamente en la eliminación de los focos de infección que eran el Cabildo y
su mercado. Y, basada en ellas, la opinión ciudadana se encendió, y se hizo
público que habían tiendas establecidas en torno a la Casa del Cabildo desde
1818. Las cuales, con el solo requisito de pactar con la municipalidad un nuevo
canon de arrendamiento, pasaban como bien hereditario de generación en
generación. La mayoría de ellas tenían cien años infectando un amplio sector
del barrio del Centro. Deplorable era su condición de criadero de sabandijas
dañinas. Ante tal estado de degradación sanitaria y, la imposibilidad de
desalojar por la vía pacífica a quienes se negaban trasladarse al nuevo
mercado, el Concejo maduró la idea de incinerarlas, ¡de pegarles fuego!
El 19 de marzo, “El Grito del Pueblo”
anunció las medidas que, con tal propósito, se cumplirían ese mismo día, con la
vigilancia de las autoridades y naturalmente del Cuerpo de Bomberos. “Este
cuerpo principiará a organizarse a la 8 a.m. para atender a la defensa de las
manzanas circunvecinas a la antigua Casa Consistorial (…) Se dividirá en cuatro
partes correspondientes a las cuatro brigadas que lo forman y que bajo el
comando de sus respectivos jefes, ocuparán los siguientes puntos”.
Planificación que también preveía medidas para “El caso de surgir incendio en
otro punto de la ciudad, quedarán en reserva en sus respectivos depósitos, una
guardia formada por cinco hombres provistos de un carro de mangueras”.
“El Grito del Pueblo”, el viernes 20 de
marzo de 1908, en una nota titulada “Demolición e Incendio de la Antigua Casa
Consistorial y la Plaza de Abastos” comenta el hecho, diciendo: “Recomendable
trabajo de los bomberos (…) Y ardió, cayó, se hundió, pasó a la historia sin
que alma compasiva se hubiese dolido (…) ¡Pobre Casa Municipal! Había cumplido
su misión (…) ¡Y todo por la ratas! ¡Ah, las malditas ratas!” En un álbum
especial publicado por la Revista Patria número 19, cuya aparición anunció “El
Grito del Pueblo” el 22 de marzo, aparece una página entera con fotografías del
incendio provocado y la participación del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil
(fondos del Archivo Histórico del Guayas). De esa forma se planificó y
ejecutó la demolición por fuego, tanto
del edificio municipal como de todos los puestos, tendidos, tiendas, bodegas,
etc., adosadas a él. No cabe duda que debieron estar seguros de lo que hacían.
Fue un acontecimiento de excepción, que convocó a una ciudadanía sorprendida,
por el hecho de provocar un incendio en una ciudad que se aterraba con ellos.
A partir de entonces las actividades del
nuevo mercado entraron en la fase de su desarrollo normal. Balandras, chatas,
canoas, etc., se atracaban en la orilla para abastecerlo.
Posteriormente, con la incorporación del
ferrocarril “Guayaquil & Quito Railroad Co.”, en 1908, empezaron a llegar
abundantes productos serranos frescos, trasbordados en Durán a embarcaciones
algo mayores que se apegaban a descargar en la orilla del mercado. El 29 de
abril de ese año se ordenó el uso de la romana municipal como un servicio
gratuito a cargo de los inspectores.
En carta del 1 de mayo de 1908, consta
una nueva oferta de la firma belga, Verhaeren Ca. Jager, para la fabricación de
“un segundo mercado cubierto, igual al primero que se ha construido en esa
ciudad por los ingenieros contratistas, nuestros amigos Van Ischot y Manrique,
a quienes hemos enviado el edificio completo con todos sus accesorios”. En la
Gaceta Municipal 1241, del 27 de junio de 1908, consta el acta de la sesión
extraordinaria del 26 de mayo de ese año. Presidida por el señor Armando
Pareja, ordena al ingeniero municipal que “formule un plano y descripciones del
Mercado del Centro, que se proyecta construir, igual a los enviados a New York
a la casa Grace y Cía., para que sean remitidos a Bruselas a Vehaeren de Jager,
que proponen su construcción”. Gestiones que no llegaron a concretarse.
Buscando las mejores condiciones,
paulatinamente se plantean y aplican reglamentos, reformas, etc., sobre el
funcionamiento del mercado. En la sesión del Cabildo, celebrada el 19 de enero
de 1909, bajo la presidencia del señor Bartolomé Huerta, se revocó la
disposición contenida en la letra F, del artículo 12 del Reglamento para el
Mercado Sur, que había sido dictado el 24 de septiembre de 1908. También ese
año, en la sesión del 28 de octubre, se aprobó la celebración de un contrato
con el señor “Pedro Bohórquez para la construcción de un anexo del mercado
sur”. En 1911, según ficha inédita de Julio Estrada, fue aprobado el informe
del comisionado Manuel González para construir unas ramadas provisionales al
costado del mercado sur.
El solar vacío que había quedado luego
de la quema de la Casa del Ayuntamiento y su mercado de inmundicias, el
Concejo, seguramente para no dejar en la desocupación a muchos informales, lo
arrendó a comerciantes de víveres a fin de que instalaran allí sus tendidos. En
la sesión del Cabildo, celebrada el 4 de septiembre de 1913, bajo la
presidencia del señor Aurelio Carrera, se acordó destinar las aceras norte, sur
y oeste del Mercado Sur, y los puestos de su interior que estuvieren
desocupados. “Para que se trasladen allí los puestos fijos que existen en el
solar Casa Municipal; los vendedores de mariscos se situarán en el centro de la
calle, frente al mencionado establecimiento y los vendedores ambulantes en la
acera occidental”. Entonces fue cuando empezó la prostitución de este centro de
abastos.
El Arq. Pablo Lee, en sus fichas
mencionadas, registra que “en 1927 hubo un proyecto de trasladarlo a los
terrenos del antiguo hipódromo como parte de los trabajos para la construcción
del Muelle de Aduana que iba a situarse al final de la Avenida Olmedo”. Para
entender mejor esta propuesta descabellada, que felizmente no se cumplió,
debemos decir que el hipódromo estaba situado al sur y tierra adentro. En las
inmediaciones del lugar en que hoy se levanta el recientemente rehabilitado,
reinaugurado y ya ultrajado por la incultura, “Parque Forestal” de Guayaquil.
El motivo de esta idea era la construcción de las instalaciones aduaneras,
donde actualmente se alza el edificio del “Club de la Unión”. Para ello se
llegó a construir la cimentación destinada al muelle (grandes bloques de
hormigón se hallaron al momento de construir la sede del mencionado centro
social). Y, en el espacio que desocupaba el edificio del mercado sur, se
alzarían las oficinas de aduana.
Jenny Estrada en su artículo de prensa,
ya citado, dice que “Originalmente, el mercado era de una planta con un
pabellón central y dos laterales, pero en 1941 resultó estrecho y el Concejo
decidió levantarle un piso de hormigón armado”. Efectivamente, en su interior,
para dar cabida a la proliferación de comerciantes de víveres, de acuerdo a la
demanda de la ciudad creciente, seguramente por falta de recursos para otro
edificio, se optó por dar este paso. Este piso agregado, acabó con la
arquitectura y belleza interior del mercado, y abundó en su desorden.
La deficiencia de los
mercados de la ciudad, la suciedad en la que se exhibían los alimentos, han
mantenido a la ciudadanía en permanente zozobra por los peligros a que se
exponía su salud. El descontento ciudadano, y su permanente reclamo, está
expresado a lo largo del tiempo por la prensa guayaquileña. Cientos de
editoriales, artículos, reportajes, han marcado su denigrante trayectoria.
Autoridades municipales que solo buscaban réditos políticos. Demagogia
dispensadora de prebendas a agnados y cognados. Corrupción, indolencia, falta
de entrega y amor a la ciudad, etc., han sido su constante, casi sin excepción.
En la década de los setenta ya se
pensaba en dar otro uso a este hermoso edificio. En 1976 se empezó a hablar de
un nuevo Mercado Sur. Así lo recoge “El Universo” del 13 de mayo: “El Concejo
de Guayaquil, en su última sesión aprobó en principio, la construcción del
nuevo mercado sur”. Al día siguiente, el periódico editorializa y describe al individuo
que supone trabajar al servicio de la sociedad; “La abacería descuidada y
servida por temperamentos irascibles, saturados de impaciencia y prontos a
desatar la ofensa”. El 3 de agosto de ese año, el diario “Expreso” hace pública
una reunión entre el alcalde Moncayo Mármol y el español Gerardo Mayor Gil,
financista, que abrió la “esperanza de llegar a construir un moderno mercado
para Guayaquil”. Al mes siguiente, el día 10, “El Universo” publica la noticia
de las manifestaciones de oposición de los barraqueros, a la modernización de
los mercados. Las cuales, como es costumbre, remataron en un manifiesto de los
Comerciantes Minoristas del Guayas que amenazaba extinguir al Cabildo:
“rechazar la resolución de elevar el canon de arrendamiento (…) Oponerse
terminantemente a la venta de los mercados Norte y Este a personas particulares
(…) responsabilizar al Concejo por las consecuencias que ocasionará la
aplicación de lo resuelto”. En el
editorial de “Expreso” de diciembre 29 de 1976, dice: “Los mercados que
tenemos son completamente viejos,
antitécnicos, antihigiénicos, insuficientes, inseguros”. Y así,
podríamos reproducir cientos de opiniones que año tras año denunciaban la
calamitosa función de los mercados.
La prensa guayaquileña, con los títulos
de sus editoriales, artículos, etc., calificó al Mercado Sur como “Fochi”, “El
mercado sur y el caos de siempre”, “Es clamoroso el desaseo de los mercados municipales”, “Mercados de
Guayaquil han retrocedido 50 años”, “Desorden y pestilencia en nuestros mercados”,
“El área inmunda”, etc. Finalmente, luego de años de ignominia, empieza a
generalizarse en los medios de comunicación la necesidad de rescatar al
edificio del Mercado Sur. Jenny Estrada, con su artículo, publicado por “El
Universo”, que hemos citado, es probablemente la primera en proponer el rescate
de lo ella llama una “reliquia arquitectónica”.
El 23 de febrero de 1982, diario “El
Telégrafo” recoge la propuesta del subsecretario de Cultura, doctor Juan
Valdano Morejón, para que el “Mercado Sur se convierta en Centro de Cultura”.
Este proyecto, entre otras cosas, consideraba destinar varios ambientes del
edificio a museo de la ciudad, museo de artesanía y artes populares, salas de
exposiciones para artistas renombrados, salas de exposiciones para artistas
principiantes, biblioteca infantil y juvenil, centro audiovisual, archivo y
centro de documentación, etc. Menos mal que no se cumplió esta propuesta
ambiciosa, pero desconectada de nuestro medio y alejada de toda realidad, que
evidencia que fue concebida por uno de los tantos genios del altiplano que
permanentemente aspiran a “culturizarnos”.
Los guayaquileños todavía tenemos
impresa en la retina el desorden y la inmundicia que los abaceros desparramaban
en todo su entorno. Desbordada su capacidad. Los comerciantes de víveres
invadieron la calle Sargento Vargas con sus puestos de venta reñidos con todo
concepto de higiene. Ante la ausencia de control, esparcieron anarquía,
indisciplina, arbitrariedad, incluso agresividad, hasta el último reducto del
vecindario. Describir en detalle todo aquel denigrante espectáculo no es fácil:
vegetales y frutas expuestos sobre aceras y calles. Indígenas serranos y no
indígenas, comiendo y “descomiendo” en el playón vecino del río; ejércitos de
ratas, miríadas de cucarachas, nubes de moscas, etc., fueron condiciones que
constituyen un amargo recuerdo que escapa a la imaginación y habilidad para
reseñar. Felizmente ningún mal llega a viejo.
El nuevo malecón recoge en
un abrazo los
hitos de nuestra historia tantas
veces silenciada e intentado opacar. Los únicos que quedarían por representar
en algún espacio, son el astillero
y el característico secado
del cacao en la
calle Panamá. Recorrerlo, con guía turística y el ojo atento, es leer
sensorialmente un libro de historia guayaquileña. Desde del cerro Santa
Ana, asiento de la última mudanza de
Santiago de Guayaquil en 1547, hasta el restaurado mercado que representa el
comercio fluvial, ciñe
a la ciudad con un cinturón histórico. El museo del Benemérito Cuerpo de
Bomberos, luchador heroico; Las Peñas,
el primer barrio; La Planchada,
defensa contra piratas y filibusteros; la antigua aduana, el comercio
internacional; el museo antropológico, nuestras etnias costeñas; el vagón reconstruido nos recuerda
el viejo muelle del ferrocarril y el tráfico serrano; Bolívar y
San Martín, dos manos que se estrechan para nada, ante un hecho consumado. La
Casa del Cabildo, alma del 9 de Octubre de 1820. La torre del reloj, latido de
la ciudad, y en tiempos modernos, reducto de contrabandistas semillero de las
“Bahías”. La capitanía del puerto, historia fluvial y marítima; la fragata
Guayas, primer buque de vapor construido en nuestro astillero. Su atracadero,
los muelles y la vida del río; el baluarte de San Carlos, derrota del almirante
Brown.
Finalmente, la plaza Olmedo,
que honra al
constructor de la autonomía
libertaria guayaquileña y de la patria ecuatoriana, pensador
social y político, prócer nacional inigualable. Hitos todos, enmarcados
entre el río y la “Calle de la Orilla”, arterias vitales, generadoras de
riqueza, testigos de fracasos y triunfos, de incendios y pestes, de valor, dramas y constancia
reconstructora. Todos ellos son jalones que marcan episodios guayaquileños, y
nos conducen a la recuperación de la autoestima, la dignidad y nuestra
historia. Son el Guayaquil que forjaron nuestros antepasados, que nos exige
ahora y a todas las generaciones futuras, defenderlo y enriquecerlo.
En este breve resumen sobre
la historia del Mercado Sur de nuestra ciudad, no solo hallamos importantes
datos sobre quienes intervinieron, sino de su construcción e instalación en el
lugar en que encuentra. También el significado que tuvo al principio para la
salud de los habitantes, por el manejo higiénico de los productos. La
recuperación arquitectónica del Mercado Sur, del perfil histórico del malecón
de Guayaquil, y la reactivación del civismo, han sido posible gracias a diez
años de gestión administrativa, honesta y continuada, desde el Municipio
porteño. Pertenecen a la brega que tanto el Ing. León Febres Cordero
Rivadeneira como el abogado Jaime Nebot Saadi, en su intensidad y tiempo,
hubieron de sostener contra una feroz e implacable oposición. Al excelente
trabajo de planificación y construcción de la Fundación Malecón 2000, y a la
respuesta patriótica de los guayaquileños. Con esta obra se ha concluido el
paseo tradicional guayaquileño. Monumento a una trayectoria de libertad que
sustituye con largueza a cualquier plaza de armas o plaza mayor coloniales, que
tradicionalmente presiden a las urbes hispanoamericanas.
Excelente relato e información...felicitaciones Señor...soy seguidor de su blog
ResponderEliminarTanta información sobre la vida, pasado y destino de mi ciudad. Excelente entrada.
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