sábado, 23 de marzo de 2019




DE MERCADO A PUERTA DE LA CIUDAD: HISTORIA DE UNA EDIFICACIÓN

Ciudad querida de mis dulces horas
No detengas el ritmo de tu paso
Los Pueblos como tú no tienen auroras
La vanguardia no sabe del ocaso
                                                                                                          Pablo Hannibal Vela

GUAYAQUIL, y sus cien mil habitantes, iniciaron el siglo XX adhiriéndose a la transformación liberal y modernizadora del Alfaro (1895). Y, por el esfuerzo de sus hijos, históricamente vinculados a su río y espacio, había terminado de curar las quemaduras del “incendio grande”. Ambiciosos proyectos bullían en las mentes de sus gentes principales y, ante una ciudadanía expectante, se estudiaban y plasmaban en realidades año por año. Aspiraban a alcanzar un nivel de progreso, no solo como el espacio económico más activo y dinámico del país, sino también como un ámbito social en capacidad de producir una diversidad de expresiones y eventos culturales que contribuyesen a construir y mejorar la calidad social y cívica de los guayaquileños. La ciudad ansiaba prepararse, embellecerse, higienizarse, para espléndida, celebrar y contemplar el primer centenario de su “Gloria Octubrina”. La proximidad de la apertura del canal de Panamá (1916), planteaba nuevas oportunidades. La conducía al nuevo siglo esperanzada en erradicar la fiebre amarilla y todas las endemias que la afectaban. Su vida moderna y el impulso de su avance demandaban nuevas propuestas: agua potable (1900-1910), canalización (1900-1930), pavimentos (1900-1920), edificios incombustibles (1903-1911), parques y monumentos (1880-1931), malecón, muelles (1900-1931), saneamiento (1900-1919), energía eléctrica (1905-1925), etc.
A raíz del “incendio grande”, frente al Cabildo y fuera del muro del malecón, se había levantado sin ninguna técnica un cobertizo provisional, al cual se conoció como “Mercado de la Orilla” o “Mercado del Norte”. Un segundo y muy concurrido mercado, pero una verdadera lacra, se hallaba adosado a la Casa Municipal desde el siglo XVIII. Todo aquel que desembarcaba en el puerto, se daba de manos a boca con esta vergüenza y se llevaba de la ciudad la peor de las impresiones. En la planta baja del Municipio funcionaba un considerable número de bodegas, las cuales, a fin de obtener rentas, se alquilaban a los comerciantes de abarrotes o abaceros.
Conjunto de covachas, negocios de víveres, bodegas, tiendas, etc., que junto a la Casa del Cabildo, se encontraban en un serio estado de vetustez, al punto que el Concejo estaba determinado a su demolición. El desarrollo y la expansión tanto espacial como demográfica de la ciudad demandaban la construcción de un nuevo mercado de abasto moderno y diseñado expresamente para tal fin. Además, reunir en estos los aspectos técnicos en la relación comerciantes-manejo de víveres, que hablasen de una ciudad que cuidaba de la alimentación, higiene y salud de visitantes y pobladores. Este es el punto de partida de la edificación de la obra que nos ocupa, lo cual, al comenzar el siglo pasado empieza a cobrar forma.
En sesión de Concejo celebrada el 16 de junio de 1903, luego de conocer un informe del concejal Gabriel Enrique Luque, el Cabildo autorizó a su presidente, señor Manuel Tama, a gestionar un préstamo de $30.000 al Banco del Ecuador para proceder a la inmediata construcción de un mercado. El gobierno del general Leonidas Plaza Gutiérrez se manifestó decidido a apoyar toda idea de progreso para la ciudad. El 20 de septiembre de 1904, en el registro oficial No. 891, se publicó la promulgación de un decreto que estableció un impuesto al consumo de aguardiente y alcohol en esta ciudad y otro a la producción del tabaco en la provincia. Con lo cual se asignaron rentas al Concejo de Guayaquil para la construcción de la nueva “Casa Municipal y Plaza del Mercado”.
Sin pérdida de tiempo, el M.I. Concejo Cantonal de Guayaquil, presidido por el señor Amalio Puga Bustamante, en sesión del 18 de noviembre de 1904, aprobó el informe de una comisión encabezada por el doctor César Borja Lavayen, que recomendaba la edificación de dos mercados. Estos debían ser construidos “antes que la Casa Municipal, que sean dos plazas proyectadas; que se acepte el lugar en la parte Sur de la ciudad para uno de dichos mercados”. Para ubicar al que se llamaría “Mercado Sur”, se designó el solar situado a orillas del río, en el barrio del Astillero, al final del malecón, desde la avenida Olmedo hasta la calle del Artesano (actual Capitán Nájera). “Y, en cuanto al otro que debe construirse en el lado norte, en los solares que formaban la Quinta Matriz (después Quinta Piedad), se resolvió que vuelva a la misma comisión para que informe sobre si debe ocuparse toda o parte de la manzana”.
En la misma resolución del Cabildo, de acuerdo con el informe aprobado, se convocó licitadores para que en el término de sesenta  días  presentasen  ofertas  de acuerdo a las dimensiones  estipuladas  (100 x 20 mts).  El  nuevo edificio, debía ser incombustible, como por entonces las construcciones de mampostería, además de excesivamente pesadas para levantarse en el suelo blando a orillas del río, eran prácticamente desconocidas (la primera de esta clase fue la cárcel pública construida por Francisco Manrique 1903-1905), se resolvió sea diseñado en hierro y lo suficientemente amplio para albergar 200 puestos de venta. Los proponentes fueron dos grupos: el primero formado por los señores Alfredo Maury y Paul Thur de Koos y, el segundo por Francisco Manrique y Carlos Van Ischot. Los montos propuestos fueron de $185.000 y $210.000 respectivamente. Para estudio y resolución de las dos propuestas se formó una comisión integrada por los concejales señores Julio Burbano Aguirre, José Romero Cordero, Amalio Puga, Jorge Chambers Vivero, y el síndico Manuel de J. Baquerizo Noboa, asesorada por el ingeniero y arquitecto Camilo Coiret.
En la sesión extraordinaria del Cabildo celebrada el 24 de junio de 1905, cuya acta se publicó en la Gaceta Municipal del 8 de julio, dirigida por su presidente señor Carlos Gómez Rendón, se resolvió aprobar el informe de la comisión. El documento descartaba la propuesta de Maury y Thur de Koos, porque “no se han ceñido a las bases de la licitación” Y, concluye que “los señores Manrique y Van Ischot, en su propuesta, llenan todas las exigencias de la licitación (…) que su costo quedará reducido a 199.500 al aceptarse la reducción del espesor del muro”. Los adjudicatarios, no solo cumplieron con todas las exigencias de la convocatoria, sino que adjuntaron planos y otros detalles que denotaban conocimientos, los cuales los favorecieron en la decisión pese a la diferencia de precio.
Según Jenny Estrada (Mercado Sur: Reliquia Arquitectónica que Guayaquil debe Salvar, “El Universo”, 20 de diciembre de 1981), el contrato se firmó el 24 de agosto de 1905 y se iniciaron las obras el 25 de septiembre de ese año. Los beneficiarios del contrato hicieron constar en este instrumento que el edificio sería traído por partes: “primero la mitad del armazón o estructura resistente del edificio; segundo, la otra mitad de dicha armazón; tercero, el hierro acanalado para el techo, las rejas y los puestos; y cuarto los puestos de venta, los tanques, tuberías de agua, grifos, mangueras, excusados y urinarios con sus respectivos kioskos”.
El Arq. Pablo Lee Tsu, en notas inéditas que al respecto conserva, dice:  “El  diseño  del  mercado  y la procedencia de los materiales prefabricados, especialmente la estructura metálica, han sido por mucho tiempo atribuidos a Gustavo Eiffel (autor de la famosa torre de París, 1889), argumentando que  Manrique y Van Ischot  eran sus representantes en esta parte del mundo, versiones que no han sido hasta la presente confirmadas en forma categórica, ya  que no se han encontrado o publicado  fuentes primarias que prueben tal aseveración”.
La realidad fue que el edificio, al ser prefabricadas sus piezas  estructurales por  la  firma Verhaeren Ca. Jager Ingenieurs Constructeurs-Bruxelles, debió ser importado por partes conforme a su elaboración y entrega.
Había llegado el año 1906 y, el M.I. Concejo de Guayaquil se desenvolvía bajo la presidencia del señor Julio Burbano Aguirre, y mientras los constructores avanzaban en los terraplenes y muro de contención, el Cabildo, por medio del ingeniero municipal don Luis Alberto Carbo, determinó que el nivel al que se levantaría el edificio del nuevo mercado, debía tener “0.92 cms. menos del que tiene el primer escalón del pedestal de la Estatua de Olmedo” (Sesión del 19 de octubre de 1906).
En el archivo de Julio Estrada Ycaza, hay dos fichas inéditas fechadas el 24 de julio de 1907, que registran hechos que debemos considerar, la primera: “Se dispone edificar un anexo al nuevo Mercado Sur”. Y, la segunda: “El nuevo Mercado (mercado sur) superficie de 2.796 m2, interiormente mide 100 metros de largo por 20 de ancho, pudiendo instalarse 200 puestos de venta, sin embargo esta capacidad no es suficiente para cubrir las necesidades de la ciudad por lo que se requieren otros mercados. En la parte norte de la ciudad y otro en el centro, según informe del Dr. Teófilo Fuentes, Presidente del Concejo”. Lo cual indica que la previsión de espacio no estaba acorde al crecimiento poblacional de la ciudad.
En la sesión de Concejo del 2 de enero de 1908 la Corporación Municipal se dispone a recibir el edificio. Pero como toda gestión de esta naturaleza, el asunto tenía sus bemoles, parece que hubieron algunas dificultades. Muy pequeñas por cierto, pero que demandaron la intervención de la Comisión encargada del Mercado. En el diario El Telégrafo, Pág. 1, del 14 de enero de ese año, bajo el epígrafe “Notas Municipales”, aparece: “La Comisión designada para efectuar un arreglo definitivo con los contratistas de la construcción del nuevo mercado, respecto a la entrega de este edificio, dando exacto cumplimiento a las bases del contrato, dio cuenta del feliz resultado a que ha llegado, habiendo servido de árbitro, de parte de la Municipalidad y de los referidos contratantes, los señores Alejandro Mann y doctor Serafín S. Wither. Se aprobó dicho arreglo y se acordó dar los debidos agradecimientos al señor Mann por los buenos oficios”.
Registros, también inéditos del Arq. Pablo Lee, y de Julio Estrada, nos muestran que, aparentemente, la obra tuvo dos momentos iniciales. El primero: basado en “Obras Públicas” del Dr. Carlos A. Rolando, dice: “El Mercado Sur fue inaugurado el 6  de  enero de 1908”,  y,  el  segundo,  “El 6 de Febrero se recibió formalmente el edificio del Mercado Sur. Es todo de fierro y cemento y sus dimensiones son 120 m. x 20 m.”. Es decir que, podríamos interpretar que se produjo una inauguración previa a la recepción definitiva. Quienes visiten el  mercado  en  su  estado  actual,  podrán ver que en la culata norte del edificio, aparece grabado en el  metal el año 1905, en que se inició su edificación, mientras en la culata sur, consta 1907 como la de su culminación. Esto es comprensible, pues al ser material prefabricado, se imprimó con anticipación la fecha que el contratista señaló como su terminación. Lo cual, evidentemente, este no pudo cumplir sino hasta el año siguiente.
Pese a haberse expedido el 28 de enero el reglamento para el funcionamiento del mercado, como consta en el compendio de Leyes Municipales de 1908, este no entraba totalmente en funciones. Según “El Telégrafo” del día 29, los primeros en oponerse mediante una solicitud, fueron “los vendedores de frutas en el mercado (que quedaba adosado a la Casa Municipal), pidiendo que no se les obligue a ocupar puestos en la nueva plaza de abastos, por inconvenientes que ellos señalan”. Al respecto, el periódico “El Grito del Pueblo” del 6 de febrero de 1908, también dice: “Ya están ocupados casi en su totalidad los puestos de venta del nuevo mercado, situado en el barrio del Astillero, y es de notar que la mayor parte de los ocupantes son gente nueva, pues del mercado actual muy pocos han resuelto trasladarse a dicha plaza”.
Como podemos ver, entonces también había comerciantes de víveres y frutas, reacios a cambiar. Preferían mantenerse en la inmundicia del medio en que trabajaban, antes que pasar a otro lugar que respondía a lo higiénico y moderno. Antes de continuar con el registro de otros datos sobre el nuevo mercado, es necesario hacer una somera descripción de las condiciones generales de salubridad que se daban en la ciudad, los mercados y sus gentes.
Nueve años antes del arribo del epidemiólogo doctor Hideyo Noguchi, a esta ciudad y la posterior delegación del Instituto Rockefeller para combatir la fiebre amarilla, llegó un equipo de médicos de los Estados Unidos, encabezados por los doctores J.S. Perry y B.J. Lloyd, a fin de asesorar en las medidas a tomarse para erradicar las pestes que azotaban la urbe. El 18 de marzo de 1908, en el “Grito del Pueblo” se publicó el memorándum, en que constan sus indicaciones preliminares para la extinción de la bubónica, fiebre amarilla y viruelas. Los puntos centrales de este documento se referían a la importancia de construir un sistema de alcantarillado, la pavimentación de calles, aumento del aprovisionamiento de agua, cegado de charcas, etc. También urgía la necesidad de desinfectar y demoler los lugares plagados de pulgas, ratas, cucarachas y cuanta alimaña contaminaba la ciudad. El cual concluye diciendo: “Dichas medidas deben ser liberales y de acuerdo con el sistema moderno de cuarentenas científicamente establecidas”.
Estas recomendaciones encajaban perfectamente en la eliminación de los focos de infección que eran el Cabildo y su mercado. Y, basada en ellas, la opinión ciudadana se encendió, y se hizo público que habían tiendas establecidas en torno a la Casa del Cabildo desde 1818. Las cuales, con el solo requisito de pactar con la municipalidad un nuevo canon de arrendamiento, pasaban como bien hereditario de generación en generación. La mayoría de ellas tenían cien años infectando un amplio sector del barrio del Centro. Deplorable era su condición de criadero de sabandijas dañinas. Ante tal estado de degradación sanitaria y, la imposibilidad de desalojar por la vía pacífica a quienes se negaban trasladarse al nuevo mercado, el Concejo maduró la idea de incinerarlas, ¡de pegarles fuego!
El 19 de marzo, “El Grito del Pueblo” anunció las medidas que, con tal propósito, se cumplirían ese mismo día, con la vigilancia de las autoridades y naturalmente del Cuerpo de Bomberos. “Este cuerpo principiará a organizarse a la 8 a.m. para atender a la defensa de las manzanas circunvecinas a la antigua Casa Consistorial (…) Se dividirá en cuatro partes correspondientes a las cuatro brigadas que lo forman y que bajo el comando de sus respectivos jefes, ocuparán los siguientes puntos”. Planificación que también preveía medidas para “El caso de surgir incendio en otro punto de la ciudad, quedarán en reserva en sus respectivos depósitos, una guardia formada por cinco hombres provistos de un carro de mangueras”.
“El Grito del Pueblo”, el viernes 20 de marzo de 1908, en una nota titulada “Demolición e Incendio de la Antigua Casa Consistorial y la Plaza de Abastos” comenta el hecho, diciendo: “Recomendable trabajo de los bomberos (…) Y ardió, cayó, se hundió, pasó a la historia sin que alma compasiva se hubiese dolido (…) ¡Pobre Casa Municipal! Había cumplido su misión (…) ¡Y todo por la ratas! ¡Ah, las malditas ratas!” En un álbum especial publicado por la Revista Patria número 19, cuya aparición anunció “El Grito del Pueblo” el 22 de marzo, aparece una página entera con fotografías del incendio provocado y la participación del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil (fondos del Archivo Histórico del Guayas). De esa forma se planificó y ejecutó  la demolición por fuego, tanto del edificio municipal como de todos los puestos, tendidos, tiendas, bodegas, etc., adosadas a él. No cabe duda que debieron estar seguros de lo que hacían. Fue un acontecimiento de excepción, que convocó a una ciudadanía sorprendida, por el hecho de provocar un incendio en una ciudad que se aterraba con ellos.
A partir de entonces las actividades del nuevo mercado entraron en la fase de su desarrollo normal. Balandras, chatas, canoas, etc., se atracaban en la orilla para abastecerlo.
Posteriormente, con la incorporación del ferrocarril “Guayaquil & Quito Railroad Co.”, en 1908, empezaron a llegar abundantes productos serranos frescos, trasbordados en Durán a embarcaciones algo mayores que se apegaban a descargar en la orilla del mercado. El 29 de abril de ese año se ordenó el uso de la romana municipal como un servicio gratuito a cargo de los inspectores.

En carta del 1 de mayo de 1908, consta una nueva oferta de la firma belga, Verhaeren Ca. Jager, para la fabricación de “un segundo mercado cubierto, igual al primero que se ha construido en esa ciudad por los ingenieros contratistas, nuestros amigos Van Ischot y Manrique, a quienes hemos enviado el edificio completo con todos sus accesorios”. En la Gaceta Municipal 1241, del 27 de junio de 1908, consta el acta de la sesión extraordinaria del 26 de mayo de ese año. Presidida por el señor Armando Pareja, ordena al ingeniero municipal que “formule un plano y descripciones del Mercado del Centro, que se proyecta construir, igual a los enviados a New York a la casa Grace y Cía., para que sean remitidos a Bruselas a Vehaeren de Jager, que proponen su construcción”. Gestiones que no llegaron a concretarse.
Buscando las mejores condiciones, paulatinamente se plantean y aplican reglamentos, reformas, etc., sobre el funcionamiento del mercado. En la sesión del Cabildo, celebrada el 19 de enero de 1909, bajo la presidencia del señor Bartolomé Huerta, se revocó la disposición contenida en la letra F, del artículo 12 del Reglamento para el Mercado Sur, que había sido dictado el 24 de septiembre de 1908. También ese año, en la sesión del 28 de octubre, se aprobó la celebración de un contrato con el señor “Pedro Bohórquez para la construcción de un anexo del mercado sur”. En 1911, según ficha inédita de Julio Estrada, fue aprobado el informe del comisionado Manuel González para construir unas ramadas provisionales al costado del mercado sur.
El solar vacío que había quedado luego de la quema de la Casa del Ayuntamiento y su mercado de inmundicias, el Concejo, seguramente para no dejar en la desocupación a muchos informales, lo arrendó a comerciantes de víveres a fin de que instalaran allí sus tendidos. En la sesión del Cabildo, celebrada el 4 de septiembre de 1913, bajo la presidencia del señor Aurelio Carrera, se acordó destinar las aceras norte, sur y oeste del Mercado Sur, y los puestos de su interior que estuvieren desocupados. “Para que se trasladen allí los puestos fijos que existen en el solar Casa Municipal; los vendedores de mariscos se situarán en el centro de la calle, frente al mencionado establecimiento y los vendedores ambulantes en la acera occidental”. Entonces fue cuando empezó la prostitución de este centro de abastos.

El Arq. Pablo Lee, en sus fichas mencionadas, registra que “en 1927 hubo un proyecto de trasladarlo a los terrenos del antiguo hipódromo como parte de los trabajos para la construcción del Muelle de Aduana que iba a situarse al final de la Avenida Olmedo”. Para entender mejor esta propuesta descabellada, que felizmente no se cumplió, debemos decir que el hipódromo estaba situado al sur y tierra adentro. En las inmediaciones del lugar en que hoy se levanta el recientemente rehabilitado, reinaugurado y ya ultrajado por la incultura, “Parque Forestal” de Guayaquil. El motivo de esta idea era la construcción de las instalaciones aduaneras, donde actualmente se alza el edificio del “Club de la Unión”. Para ello se llegó a construir la cimentación destinada al muelle (grandes bloques de hormigón se hallaron al momento de construir la sede del mencionado centro social). Y, en el espacio que desocupaba el edificio del mercado sur, se alzarían las oficinas de aduana.
Jenny Estrada en su artículo de prensa, ya citado, dice que “Originalmente, el mercado era de una planta con un pabellón central y dos laterales, pero en 1941 resultó estrecho y el Concejo decidió levantarle un piso de hormigón armado”. Efectivamente, en su interior, para dar cabida a la proliferación de comerciantes de víveres, de acuerdo a la demanda de la ciudad creciente, seguramente por falta de recursos para otro edificio, se optó por dar este paso. Este piso agregado, acabó con la arquitectura y belleza interior del mercado, y abundó en su desorden.

La deficiencia de los mercados de la ciudad, la suciedad en la que se exhibían los alimentos, han mantenido a la ciudadanía en permanente zozobra por los peligros a que se exponía su salud. El descontento ciudadano, y su permanente reclamo, está expresado a lo largo del tiempo por la prensa guayaquileña. Cientos de editoriales, artículos, reportajes, han marcado su denigrante trayectoria. Autoridades municipales que solo buscaban réditos políticos. Demagogia dispensadora de prebendas a agnados y cognados. Corrupción, indolencia, falta de entrega y amor a la ciudad, etc., han sido su constante, casi sin excepción.
En la década de los setenta ya se pensaba en dar otro uso a este hermoso edificio. En 1976 se empezó a hablar de un nuevo Mercado Sur. Así lo recoge “El Universo” del 13 de mayo: “El Concejo de Guayaquil, en su última sesión aprobó en principio, la construcción del nuevo mercado sur”. Al día siguiente, el periódico editorializa y describe al individuo que supone trabajar al servicio de la sociedad; “La abacería descuidada y servida por temperamentos irascibles, saturados de impaciencia y prontos a desatar la ofensa”. El 3 de agosto de ese año, el diario “Expreso” hace pública una reunión entre el alcalde Moncayo Mármol y el español Gerardo Mayor Gil, financista, que abrió la “esperanza de llegar a construir un moderno mercado para Guayaquil”. Al mes siguiente, el día 10, “El Universo” publica la noticia de las manifestaciones de oposición de los barraqueros, a la modernización de los mercados. Las cuales, como es costumbre, remataron en un manifiesto de los Comerciantes Minoristas del Guayas que amenazaba extinguir al Cabildo: “rechazar la resolución de elevar el canon de arrendamiento (…) Oponerse terminantemente a la venta de los mercados Norte y Este a personas particulares (…) responsabilizar al Concejo por las consecuencias que ocasionará la aplicación de lo resuelto”.   En  el  editorial de “Expreso” de diciembre 29 de 1976, dice: “Los mercados que tenemos son completamente viejos, antitécnicos, antihigiénicos, insuficientes, inseguros”. Y así, podríamos reproducir cientos de opiniones que año tras año denunciaban la calamitosa función de los mercados.

La prensa guayaquileña, con los títulos de sus editoriales, artículos, etc., calificó al Mercado Sur como “Fochi”, “El mercado sur y el caos de siempre”, “Es clamoroso el desaseo  de los mercados municipales”, “Mercados de Guayaquil han retrocedido 50 años”, “Desorden y pestilencia en nuestros mercados”, “El área inmunda”, etc. Finalmente, luego de años de ignominia, empieza a generalizarse en los medios de comunicación la necesidad de rescatar al edificio del Mercado Sur. Jenny Estrada, con su artículo, publicado por “El Universo”, que hemos citado, es probablemente la primera en proponer el rescate de lo ella llama una “reliquia arquitectónica”.
El 23 de febrero de 1982, diario “El Telégrafo” recoge la propuesta del subsecretario de Cultura, doctor Juan Valdano Morejón, para que el “Mercado Sur se convierta en Centro de Cultura”. Este proyecto, entre otras cosas, consideraba destinar varios ambientes del edificio a museo de la ciudad, museo de artesanía y artes populares, salas de exposiciones para artistas renombrados, salas de exposiciones para artistas principiantes, biblioteca infantil y juvenil, centro audiovisual, archivo y centro de documentación, etc. Menos mal que no se cumplió esta propuesta ambiciosa, pero desconectada de nuestro medio y alejada de toda realidad, que evidencia que fue concebida por uno de los tantos genios del altiplano que permanentemente aspiran a “culturizarnos”.
Los guayaquileños todavía tenemos impresa en la retina el desorden y la inmundicia que los abaceros desparramaban en todo su entorno. Desbordada su capacidad. Los comerciantes de víveres invadieron la calle Sargento Vargas con sus puestos de venta reñidos con todo concepto de higiene. Ante la ausencia de control, esparcieron anarquía, indisciplina, arbitrariedad, incluso agresividad, hasta el último reducto del vecindario. Describir en detalle todo aquel denigrante espectáculo no es fácil: vegetales y frutas expuestos sobre aceras y calles. Indígenas serranos y no indígenas, comiendo y “descomiendo” en el playón vecino del río; ejércitos de ratas, miríadas de cucarachas, nubes de moscas, etc., fueron condiciones que constituyen un amargo recuerdo que escapa a la imaginación y habilidad para reseñar. Felizmente ningún mal llega a viejo.
El nuevo malecón  recoge en  un  abrazo  los  hitos  de nuestra historia tantas veces silenciada e intentado opacar. Los únicos que quedarían por representar en algún espacio, son  el  astillero  y  el  característico  secado  del  cacao  en  la calle Panamá. Recorrerlo, con guía turística y el ojo atento, es leer sensorialmente un libro de historia guayaquileña. Desde del cerro Santa Ana,  asiento de la última mudanza de Santiago de Guayaquil en 1547, hasta el restaurado mercado que representa el comercio   fluvial,   ciñe  a la ciudad con un cinturón histórico. El museo del Benemérito Cuerpo de Bomberos, luchador heroico;  Las  Peñas,  el  primer barrio; La Planchada, defensa contra piratas y filibusteros; la antigua aduana, el comercio internacional; el museo antropológico, nuestras etnias costeñas; el vagón reconstruido nos  recuerda  el viejo muelle del ferrocarril y el tráfico serrano; Bolívar y San Martín, dos manos que se estrechan para nada, ante un hecho consumado. La Casa del Cabildo, alma del 9 de Octubre de 1820. La torre del reloj, latido de la ciudad, y en tiempos modernos, reducto de contrabandistas semillero de las “Bahías”. La capitanía del puerto, historia fluvial y marítima; la fragata Guayas, primer buque de vapor construido en nuestro astillero. Su atracadero, los muelles y la vida del río; el baluarte de San Carlos, derrota del almirante Brown.
Finalmente, la plaza Olmedo, que  honra  al  constructor  de la autonomía libertaria guayaquileña y de la patria ecuatoriana,  pensador  social y político, prócer nacional inigualable. Hitos todos, enmarcados entre el río y la “Calle de la Orilla”, arterias vitales, generadoras de riqueza, testigos de fracasos y triunfos, de incendios  y pestes, de valor, dramas y constancia reconstructora. Todos ellos son jalones que marcan episodios guayaquileños, y nos conducen a la recuperación de la autoestima, la dignidad y nuestra historia. Son el Guayaquil que forjaron nuestros antepasados, que nos exige ahora y a todas las generaciones futuras, defenderlo y enriquecerlo.
En este breve resumen sobre la historia del Mercado Sur de nuestra ciudad, no solo hallamos importantes datos sobre quienes intervinieron, sino de su construcción e instalación en el lugar en que encuentra. También el significado que tuvo al principio para la salud de los habitantes, por el manejo higiénico de los productos. La recuperación arquitectónica del Mercado Sur, del perfil histórico del malecón de Guayaquil, y la reactivación del civismo, han sido posible gracias a diez años de gestión administrativa, honesta y continuada, desde el Municipio porteño. Pertenecen a la brega que tanto el Ing. León Febres Cordero Rivadeneira como el abogado Jaime Nebot Saadi, en su intensidad y tiempo, hubieron de sostener contra una feroz e implacable oposición. Al excelente trabajo de planificación y construcción de la Fundación Malecón 2000, y a la respuesta patriótica de los guayaquileños. Con esta obra se ha concluido el paseo tradicional guayaquileño. Monumento a una trayectoria de libertad que sustituye con largueza a cualquier plaza de armas o plaza mayor coloniales, que tradicionalmente presiden a las urbes hispanoamericanas.

2 comentarios:

  1. Excelente relato e información...felicitaciones Señor...soy seguidor de su blog

    ResponderEliminar
  2. Tanta información sobre la vida, pasado y destino de mi ciudad. Excelente entrada.

    ResponderEliminar