Los monos de Guayaquil
Carlos II, rey de España (1665 – 1700)
conocido como “El Hechizado”, fue el último de la dinastía de la Casa de
Austria o Habsburgo, con lo cual al extinguirse la estirpe fue sucedido por
Felipe V, el primero de los reyes Borbones. Luego sería Fernando VI, y éste a
su vez por Carlos III autor de las Reformas Borbónicas que propiciaron una
política de desarrollo y apertura entre la Península y el Imperio de Ultramar.
El sobrenombre de hechizado se debía a
su deplorable condición física, a su adicción a la brujería y a la frecuencia
con que suponía ser presa de influencias diabólicas. Carlos II creció
raquítico, enfermizo, de muy limitada inteligencia como la más degenerada y
patética víctima de la endogamia practicada por los Austrias.
Una semblanza del joven rey esrita
durante su reinado, dice: “es más bajo que alto, feo de rostro; tiene el cuello
largo, la cara alargada y como encorvada hacia arriba; el labio inferior
protuberante, típico de los Austrias. Tan cargado de espaldas que para
enderezarse debe arrimarse a la pared, a una mesa u otro apoyo que lo sostenga.
Es lento, indiferente por lo siempre parece ausente; es torpe, indolente y
pasmado. Carece de voluntad propia y se puede hacer con él lo que se desee”.
Además de esta triste figura y limitada
condición intelectual, el monarca frecuentemente era presa de profundas
depresionas, y se encerraba en la penumbra de la habitación más retirada del
palacio. Entonces rechazaba toda expresión alegre o festiva con que juglares,
saltimbanquis, bufones o enanos, se esforzaban por entretenerlo. Tampoco se
interesaba en las varias actividades que le ofrecían sus cortesanos. Nadie
atinaba con qué levantar el ánimo o provocar una sonrisa en el príncipe
Habsburgo.
Sin embargo, en aquel entonces se
hallaba en la Corte un personaje que había servido al rey como autoridad en
Guayaquil. Quien conocedor de la ciudad y su entorno, sugirió que se ordene la
captura de varios monos machín que poblaban los manglares de los esteros que
rodeaban la ciudad. Con la agilidad que demandaba la penosa situación y
condición en que estaba sumido el monarca, fue emitida la orden que disponía el
zarpe de un navío para que a la brevedad posible cumpliese el cometido.
Así, en los albores de 1680, una nave
de las conocidas como Navíos de Permiso, que efectuaban el viaje al margen de
las Flotas de Galeones (creadas en 1561[1] para darse
protección mutua), partió del puerto de Cádiz. Que por entonces superaba a
Sevilla como centro del comercio con las Indias. Tras desafiar la incierta
naturaleza del Atlántico el galeón arribó a la provincia de Tierra Firme
(Panamá), y la comitiva portadora del encargo cruzó el Istmo en una recua de
mulas. Tan pronto llegó a la costa del Pacífico se embarcó en un pequeño velero
con rumbo hacia Guayaquil.
Apenas la pequeña nave había dado fondo
en el surgidero del Guayas y recibido las autoridades locales la orden real, se
inició una intensa persecución para capturar a las monas paridas y arrebatarles
sus crías. Sólo la voluntad de una Corte centrada en socorrer a su monarca,
cuyas terribles limitaciones eran tan penosas para él como para España, pudo
tolerarse sobre los hombros de los responsables de tan suigéneris cacería.
Para medio comprender la dificultad del
cometido, basta imaginar un grupo de hombres persiguiendo los ágiles y arboreos
animalitos entre la maraña de ramas de los manglares de El Salado. Luego de
varios meses, una vez cumplida la tarea de capturar un número suficiente de
individuos jóvenes para que se mantuviesen vivos los necesarios y satisfacer la
demanda, se procedió a embarcarlos hacia España.
Esta larga y detallada descripción
tiene como finalidad dar una idea del tiempo que debió tomar el cumplimiento
del mandato cortesano. Entre la captura para juntar los suficientes monos, los
viajes de ida y vuelta a lomo de mula a través de la jungla del istmo de
Panamá, y el periplo oceánico, debió mediar por lo menos un año. Periodo que,
con toda seguridad estaría marcado por una ansiosa espera aumentada por la
condición de El Hechizado, quien día a día presentaba un cuadro de mayor
postración.
Finalmente, los monos viajeros
arribaron a Cádiz e inmediatamente los trasladaron al Real Alcázar de Madrid. Y
cuál fue la alegre expresión de los cortesanos: “¡Al fin… Llegaron los monos de
Guayaquil!!!”. Su sola presencia influyó en el ánimo del rey de tal manera, que
con toda presteza se llamaron obreros para preparar un confinamiento adecuado,
para que los jóvenes e inquietos animalitos se sintiesen a gusto dando rienda
suelta a su nerviosa actividad ante el regio y maravillado espectador.
Desde entonces Guayaquil apareció en la
geografía mental del monarca. Se interesó en llevar a su presencia a quienes,
por una razón u otra hubieren estado en la ciudad, para con sus descripciones y
relatos imaginar el ambiente natural en que vivían sus “monos de Guayaquil”.
Esta asociación entre mono y guayaquileño prendió en la Corte española y desde
sus corrillos pasó al ámbito del virrey del Perú, difundiéndose por todo el
virreinato y consecuentemente entre nuestros compatriotas interioranos de la
Real Audiencia de Quito.
Así, con la fusión de estos adjetivos,
se incorporó al vocabulario virreinal y de nuestros conocidos malquerientes,
que desde el siglo XVII aplicaron indiscriminadamente y en forma peyorativa, el
adjetivo mono, a todos los habitantes de la que fue la antigua provincia de
Guayaquil (entonces formada por Manabí, Los Ríos, Guayas y El Oro).
Pero esto es comprensible pues se debe
a la ignorancia de nuestra historia, que empieza con la última mudanza de
Guayaquil a la cumbre del cerro Santa Ana en 1547. Posición desde la cual, los
monos desarrollaron la cuenca del Guayas y en poco más de dos siglos
convirtieron a la Provincia de Guayaquil y su capital en la zona y ciudad más
ricas de la América meridional. Riqueza que desde 1775 hasta 1970 sostuvo la
totalidad del erario de la Audiencia y el Nacional.
Este desconocimiento los lleva a negar
que el 9 de Octubre de 1820, los monos,
sin ayuda externa rompieran definitivamente con el coloniaje y trazaran solos
el camino que condujo a la libertad a toda nuestra nación. Que en 1820 crearan
la División Protectora de Quito y sacrificaron vida y fortuna por darle
libertad. Que en 1822, financiaron un ejército internacional, de colombianos,
venezolanos, peruanos, argentinos, chilenos, inglesos, irlandesas y cientos de
monos procedentes del litoral, que el 24 de Mayo de 1822 nos liberó del dominio
español. Y que en ese mismo año, Bolívar sometió manu militari a la Provincia
Libre, porque su posesión era indispensable para la supervivencia del interior
del Departamento del Sur.
El 16 de abril de 1827, Guayaquil, con
la presencia del ejército que Junto a Bolívar fueron expulsados de Lima y
llegaron a Guayaquil al mando del coronel Juan Butista Elizalde LaMar.
Aprovechando esta fuerza militar y hastiados de la dictadura de Bolívar se
rebelaron y expulsaron de la ciudad a todas las autoridades colombianas,
exigiendo a Bolívar la formación de un país federal en base a Colombia la
grande. Durante seis meses estuvo la ciudad en poder de los sublevados, hasta
que vino Simón y en base a mentiras y promesas de hacerlo logró engañarlos
nuevamente.
En 1828, en defensa de la patria, los
tripulantes monos de la goleta “Guayaquileña” derrotaron a la corbeta peruana
“Libertad” en el combate naval de Punta-Malpelo. De noviembre de 1828 a febrero
de 1829 la defendieron del ataque de la escuadra peruana y triunfaron en el
combate naval de Sono contra sus fuerzas sutiles. También los vencieron en
varios combates a orillas del río Daule, en los de Piscano, la Bolsa y Baba,
para culminar con su expulsión con el combate de Buijo y la toma de
Samborondón.
Fueron oficiales y soldados del 9 de
Octubre, del 6 de Marzo de 1845, conocido como “la segunda independencia del
Ecuador”. Como monos montoneros de Alfaro, lucharon largamente contra el conservadurismo
y fueron únicos actores del triunfo de la Revolución Liberal el 5 de junio de
1895. En fin, una trayectoria cargada de heroísmo y determinación en la lucha
por ganar y mantener todas las libertades que dignifican a los ecuatorianos.
Hoy, gracias a la sensibilidad e
iniciativa del mono Nebot, tenemos un monumento que nos identifica y
enorgullece: el mono machín que domina el extremo norte de los túneles de los
cerros Santa Ana y del Carmen. Que identifica al individuo inteligente,
sociable, activo, ruidoso, gasatador y alborotador, que crea herramientas para
trabajar y obtener su diario sustento. Símbolo silente al que no llega ninguna
expresión peyorativa y que mira por encima del hombro a la envidia y a la
malquerencia.
[1]
"las flotas de Indias fueron el mecanismo de
funcionamiento del monopolio comercial español con América y constituyeron la
esencia de la denominada Carrera de Indias que englobaba todo el comercio y la
navegación de España con sus colonias".(Manuel Lucena)
Extraordinario relato. Gracias
ResponderEliminarLa frase que lleva por título este artículo “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla” es una de esas sentencias populares que encierra una gran sabiduría.
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