sábado, 30 de junio de 2018



Masonería y Liberalismo: Semillas de Libertad II

Olmedo, el precursor 
Al finalizar el siglo XVIII, mediante las logias liberales masónicas llegaron a Hispanoamérica las ideas de la ilustración republicana. A dos años de promulgada la Constitución de la República francesa (1791), llegó a manos del prócer de la independencia colombiana Antonio Nariño el tercer tomo de la “Historia de la Revolución de 1789 y del establecimiento de una Constitución en Francia. Al leerlo, encontró los diecisiete artículos correspondientes a la Declaración de los Derechos del Hombre, y resolvió traducirlos, tarea que cumplió durante el mes de diciembre del 93” (Cacua Prada). Esto le trajo persecuciones. Sin embargo, fundó en Bogotá la primera logia llamada “El Arcano Sublime de la Filantropía”. Es en ella donde los patriotas se compenetran con el pensamiento liberal, y florece en el territorio neogranadino la acción estrechamente ligada a la lucha independentista.
 La segunda en establecerse en este lado de América, siguiendo el mandato de Miranda y de la Gran Logia Hispanoamericana, fue la logia “Estrella de Guayaquil”, fundada en esta ciudad por José María de la Concepción Antepara y Arenaza (el viejo, el joven murió en Huachi), secretario de Miranda en México en 1810. En la cual militó lo más granado de la sociedad porteña, como el coronel Jacinto Bejarano, Francisco María Roca, Francisco Marcos, Francisco de Paula Lavayen, Lorenzo de Garaicoa, José de Villamil, Rafael Ximena y Luis Fernando Vivero. Los cuales, pronto se convirtieron en la vanguardia del pensamiento libre, enfrentaron a la intolerancia religiosa y se enrolaron para luchar por la libertad.
Olmedo y Rocafuerte, comprometidos con la independencia de Guayaquil y la implantación de un sistema republicano de gobierno, no eran militares ni militaristas. Su ilustración republicana, formación intelectual, y condición de liberales masones, los había armado para la difusión de las ideas. Para la orientación política, la propuesta de transformaciones sociales y concepción de estrategias revolucionarias. Estos recursos, determinaron en buena medida su actitud, frente a la auto proclamación de monarca absoluto de Fernando VII, la disolución de las Cortes y la consecuente ruptura de la Constitución española de 1812.
Tanto Rocafuerte como Olmedo, se negaron a someterse y presentar su lealtad al rey absolutista. Consecuentemente, los dos firmaron el decreto del 2 de febrero de 1814, que obligaba a Fernando VII a jurar la Constitución para ser reconocido como rey, esto les valió la persecución. Tras fugar el primero a través de la frontera con Francia, recorrió buena parte de este país y de Italia. Gracias a la discreta ayuda de la masonería volvió a Guayaquil en junio de 1817. Se dedicó a rescatar los intereses económicos de su familia, abandonados por demasiado tiempo, y mediante unas “inocentes” clases de francés impartió el conocimiento de ideas libertarias. Él mismo se confiesa diciendo: “llevando en esto el objeto de propagar las semillas de la independencia; y tuve la suerte de sacar a un discípulo muy aprovechado en el señor Antepara quien después cooperó con su valor y talento a realizar la independencia del Guayas”.
Olmedo por su parte, tras su permanencia en las Cortes españolas, donde brilló su inteligencia, dejó profunda huella con sus célebres discursos sobre la abolición de las mitas, de agosto de 1812 (publicado por Rocafuerte en Londres), tuvo la oportunidad de vincularse con la flor y nata del liberalismo masón, y cuando debió eludir la persecución del rey pudo ocultarse en Madrid entre los muchos amigos y admiradores que había cultivado. 
El 28 de noviembre de 1816, retornó a Guayaquil Se incorporó a la logia masónica local, e inició su liderazgo que construyó nuestra nación. En su lucha queda registrado el pensamiento de Olmedo, en este expresa, clara y nítidamente, su visión estratégica sobre el proyecto independentista de Guayaquil y su provincia. Su posición es clara, es una propuesta de ruptura e independencia total de España, pero unitaria con el resto de las regiones del país. Liberar a la Provincia de Guayaquil, pero ayudar a los quiteños es su prioridad. Su visión es fraterna y solidaria con todos los pueblos serranos.
Olmedo es el gran líder y pensador social del Guayaquil insurgente de la primera mitad del siglo XIX. Es el tribuno que primero definió y ganó su espacio en la historia de la lucha social y se consagró como un gladiador incansable y prócer de la libertad.
Fundamentos del 9 de Octubre de 1820
El comercio de Guayaquil, desde que empezó a desarrollar su potencial económico fue presa del centralismo de los virreinatos de Nueva Granada, Nueva Castilla (Perú), y de la Audiencia de Quito. Pero la carga más pesada fueron las trabas y restricciones que, desde Lima, imponían los comerciantes piuranos y limeños. Los cuales, con el virrey a la cabeza, sometían a su conveniencia toda la producción exportable de la provincia. Mediante la prohibición o anulación de la exportación de cacao hacia Acapulco, Realejo, Panamá y otros puertos, se constituyeron en compradores únicos con imposición de precios al cacao de los hacendados y comerciantes de la Provincia de Guayaquil, y, desde luego, en los grandes beneficiarios de una demanda sostenida cada vez mayor. 
Por otro lado, las llamadas reformas borbónicas aplicadas por Carlos III, y su efecto liberalizador, surtieron sus efectos en las colonias americanas. Y, sin duda alguna, tendieron a favorecer y beneficiar al comercio guayaquileño, pues le abrían el principal mercado para su cacao, que era Nueva España. Pero ya era tarde, la independencia era cosa de tiempo, además las ventajas que ofrecían y su aplicación nunca fueron permitidas por Lima. De modo que el poco bienestar que conllevaron no bastó para satisfacer a quienes eran víctimas de esa explotación. Además, si concedidas, siempre fueron obstaculizadas, entorpecidas e impedidas de mil maneras, por un obstruccionismo aplicado en forma sistemática. De esa manera, la suspensión de las rebajas a los derechos, y la eliminación de otras gabelas, se las bloqueó con todo tipo de argucias. 
La apertura del comercio establecida por las reformas citadas, despertó en los guayaquileños la necesidad de ser dueños de su albedrío para participar y negociar en el mercado internacional. Y, mientras más se acentuó el monopolio, más ansiaron obtener la libertad, para bajo su amparo, y por sí mismos, explotar y negociar el producto de su esfuerzo. Aspiraciones, con las cuales surgió la urgencia de autogobernarse y actuar libremente, exentos de toda sujeción afuereña.
Al iniciarse el siglo XIX, las colonias españolas establecidas en América afrontaron muchos acontecimientos decisivos, que estimularon y aumentaron en sus elites el deseo de libertad, y por lo tanto de autodeterminación para conquistar la autonomía. Los ejércitos franceses entraron en territorio español en 1808, e impusieron la abdicación del monarca, dejando a España en manos de Napoleón. Invasión que, aunque no logró una total conquista militar del país, fue uno de los hechos más determinantes, que decapitó la estructura del imperio. Y, aunque América propiamente dicho no fue conquistada, el gobierno colonial también quedó colapsado.
La condición de ciudad-puerto facilitó el ingreso a Guayaquil de las ideas transformadoras planteadas desde la Revolución Francesa y la norteamericana, influenciaron e inquietaron al mundo para demoler las estructuras monárquicas y medievales. Noticias y proclamas, introducidas en la ciudad, se distribuían entre amigos o vinculados de la confianza de los complotados. Así se difundieron los pregones de los patriotas quiteños Morales y Quiroga. Desde Bogotá llegó el periódico “La Bagatela” de Nariño, con su traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; también impresos llegados desde Buenos Aires. La obra del abate Reynal, “La historia de la independencia de Norte América”. La presencia de Olmedo en Guayaquil desde 1816, y su bagaje de ideas liberales republicanas. La de Rocafuerte desde 1817 a 1819, y sus “inocentes” clases de francés, explicaron y difundieron, aparte de sus propios ideales, todas las influencias externas que llegaban a la urbe. 
A estos hechos debemos sumar lo coyuntural de la presencia de Bolívar en el norte, las tropas de San Martín desembarcadas en el Perú, y la llegada a Guayaquil de los oficiales venezolanos del Numancia. Lo cual precipitó la urgencia de ganar la libertad para la provincia, condujo a Olmedo y a los guayaquileños a diseñar una estrategia para alcanzarla. Fue así como, mediante la aportación de recursos económicos, la presencia militar, la participación decidida de los patriotas, su sometimiento a una jefatura militar que respondía a un acto de guerra, crearon el escenario adecuado para terminar con el dominio español. 

viernes, 29 de junio de 2018



Masonería y Liberalismo I

La masonería como nueva forma de pensamiento y expresión de libertad nació en Europa a principios del siglo XVIII. Inicialmente había surgido en la Edad Media como necesidad de los arquitectos y obreros para guardar secretos sobre técnicas empleadas en el arte de la construcción gótica. Los cuales, a fin de mantenerlos ocultos, lejos de intrusiones, levantaban barracas o vallados en torno a los edificios que les permitían trabajar a cubierto. Con el paso del tiempo, establecieron signos particulares para reconocerse y se sometieron a reglamentos u ordenanzas, lo cual les dio la oportunidad de ser los exclusivos conocedores y dueños de su arte. Más tarde, diseminados por Europa pusieron libremente en práctica sus doctrinas y procedimientos. Cuando en Francia se concedió a los obreros (maçons) la libertad civil y quedaron exentos de vasallajes, antepusieron a su nombre genérico la voz “franc” y empezaron a identificarse como “francmaçons”, que en su idioma significa “obreros libres”.
Para entonces el liberalismo europeo, pese a la oposición de la Iglesia católica tenía cada vez más adeptos. La ideología liberal consideraba a la Iglesia como inferior al Estado, al cual debía supeditarse; y esta a su vez la calificaba como una doctrina que buscaba legitimar los abusos de la libertad humana. Los acusaba de enfrentarse en lucha abierta contra la autoridad, y en especial contra la Ley Divina. Pero, al ser una doctrina que, prescindiendo de toda clase de justificación sobrenatural otorgaba al ciudadano todos los derechos producto de la voluntad humana, entre ellos el beneficio de su actividad ejercida con absoluta libertad, pronto captó el interés y la adhesión de los francmasones. Esta ligazón creció a tal punto que, con el tiempo, resultaba tarea imposible considerarlos por separado. Se fortalecieron unos y otros a tal punto que poco a se identificaron públicamente como liberales, dejando la masonería para la clandestinidad.
En 1789 la Revolución Francesa terminó con la monarquía de ese país, y cambió la vida social y colectiva en todos sus órdenes. El 26 de agosto de ese año, la Asamblea constituyente formuló la declaración de los derechos del hombre y los ciudadanos, cuyo primer artículo dice: “Los hombres nacen libres e iguales en derechos y las distinciones sociales no pueden fundarse más que en la utilidad común”. La contundencia de este y todos los artículos que fueron recogidos en ella, sacudieron profundamente los cimientos de todas las monarquías europeas. 
Estas libertades que Francia asumió como derechos de los ciudadanos, se extendieron por toda Europa las logias masónicas, todas ellas creadas bajo la norma y orientación del Supremo Consejo de la Masonería Primitiva de Francia. Autorizado en París por este órgano regulador, en 1795, Francisco de Miranda fundó en esa ciudad la “Logia Madre Hispanoamericana”. 
Tres años más tarde, el propio Miranda la trasladó a Londres bajo el nombre de “Gran Logia Hispanoamericana”. La cual, una vez afianzada en el medio y creado suficientes vínculos con los americanos residentes en esa ciudad, quedó dividida en tres entidades. Y, fue a través de estas que se desarrollaron estrategias propias para lugares específicos de la América española. De tal subdivisión surgieron la Logia “Lautaro” destinada a operar en la costa atlántica sudamericana; la llamada “Caballeros Racionales” se estableció en el Pacífico septentrional americano, y la “Unión Americana” en México, América Central y las Antillas. De esta conjunción de organizaciones clandestinas surgió la acción revolucionaria que orientaría el movimiento destinado a promover el rompimiento definitivo entre las colonias americanas y la Corona española.
Cádiz y los albores de la independencia 
El extenso y próspero periodo, de las reformas borbónicas, durante el cual Carlos III había gobernado España, llegó a su fin en 1788. Su sucesor, Carlos IV, rey indolente e ineficiente no pudo guiarla a través de la tormenta desatada por la Revolución Francesa. Sus noticias incidieron sobre los españoles, llenando de espanto a los nobles y ennoblecidos. Sin embargo, los reformistas, en razón de tales cambios abrigaban la esperanza que en su país se estableciese una monarquía constitucional. Depuesto IV, Fernando VII, fue quien obtuvo la aprobación del emperador de los franceses para ocupar el trono. 
A fin de revitalizar la nación, y oponerse a los franceses se creó la Junta Central para restablecer las Cortes, defender el trono de Fernando VII y unificar la nación. El 22 de enero de 1809 la Junta declaró la igualdad entre España y América para reafirmar lo cual, el 1 de enero de 1810 dispuso la elección de un diputado por cada provincia sin percatarse del enorme poder que les daba en la Asamblea. La Regencia española que residía en Cádiz, como último reducto libre, ordenó la reunión de las Cortes en septiembre de 1810. La cual, compuesta por toda la comunidad española, fue una verdadera asamblea nacional en el sentido moderno. Los más destacados liberales españoles y americanos conformaron una mayoría reformista, que sesionó desde el 24 de septiembre de 1810 hasta el 20 de septiembre de 1813. Espacio en el cual se centraron en transformar el mundo hispánico. Pretendieron abolir el feudalismo, suprimieron el tribunal de la Inquisición, impusieron controles rígidos a la Iglesia e introdujeron oficialmente la libertad de prensa. Las Cortes hicieron de la ciudad punto de encuentro y escenario privilegiado para la difusión del pensamiento liberal-masónico entre quienes llegaban de ultramar. Vinculados con los diputados que representaban los distintos órdenes coloniales conspiraban desde las logias francmasónicas. 
Como diputados de la Audiencia de Quito asistieron a las Cortes de Cádiz el quiteño José Mejía Lequerica, uno de los mejores oradores y de los pensadores más profundos de la Asamblea. José Joaquín Olmedo, por Guayaquil, apoyó con habilidad a Mejía, e inicia su gran tarea,que incluye la acción independentista de Guayaquil, la fundación de la República y la lucha por los derechos de la nación contra el militarismo extranjero en 1845. Este es un período vital para Olmedo, en el cual no solo se estrena como humanista republicano, sino que ejerce la inteligencia del tribuno liberal civilista destinado a construir la nueva república sin tutela colonial.
Cuando la segunda reunión de las Cortes en Madrid en 1814, los franceses habían sido casi expulsados de la Península. Vicente Rocafuerte estuvo entre los americanos que se incorporaron ese año y se sumó a una mayoría comprometida con la defensa del principio de la monarquía constitucional. La representación popular que legitimaba ese nuevo régimen fue desconocida por Fernando VII, quien gestionó la intervención de la “Santa Alianza” tanto en España como en la América rebelde. Con este apoyo, el 4 de mayo de 1814 disolvió las Cortes. 
La estructura constitucional se desplomó y el ejército inició la persecución de los liberales. Los cuales para no ser encarcelados desaparecieron del escenario. Rocafuerte huyó por la frontera a Francia, recorrió las altas esferas y se nutrió del pensamiento republicano ilustrado europeo. Finalmente se estableció en Londres, donde protegió a los pensadores liberales y políticos españoles que también habían escapado. Olmedo, buscó refugió entre amigos masones y liberales, y entre ellos tuvo las mejores oportunidades para enriquecer su pensamiento. Permaneció en Madrid hasta 1816 en que pudo embarcarse y volver a Guayaquil. El rey había reafirmado su autoridad en América, pero las logias masónicas liberales establecidas en ella no se dieron por vencidas. Y, mientras España se desangraba y desgastaba por mantener la monarquía absoluta. En América, los criollos, inmersos en una ardua y cruenta guerra estaban empeñados en alcanzar la independencia de sus países y la toma del poder político. 


Masonería y Liberalismo: Semillas de Independencia. I

La masonería como nueva forma de pensamiento y expresión de libertad nació en Europa a principios del siglo XVIII. Inicialmente había surgido en la Edad Media como necesidad de los arquitectos y obreros para guardar secretos sobre técnicas empleadas en el arte de la construcción gótica. Los cuales, a fin de mantenerlos ocultos, lejos de intrusiones, levantaban barracas o vallados en torno a los edificios que les permitían trabajar a cubierto. Con el paso del tiempo, establecieron signos particulares para reconocerse y se sometieron a reglamentos u ordenanzas, lo cual les dio la oportunidad de ser los exclusivos conocedores y dueños de su arte. Más tarde, diseminados por Europa pusieron libremente en práctica sus doctrinas y procedimientos. Cuando en Francia se concedió a los obreros (maçons) la libertad civil y quedaron exentos de vasallajes, antepusieron a su nombre genérico la voz “franc” y empezaron a identificarse como “francmaçons”, que en su idioma significa “obreros libres”.
Para entonces el liberalismo europeo, pese a la oposición de la Iglesia católica tenía cada vez más adeptos. La ideología liberal consideraba a la Iglesia como inferior al Estado, al cual debía supeditarse; y esta a su vez la calificaba como una doctrina que buscaba legitimar los abusos de la libertad humana. Los acusaba de enfrentarse en lucha abierta contra la autoridad, y en especial contra la Ley Divina. Pero, al ser una doctrina que, prescindiendo de toda clase de justificación sobrenatural otorgaba al ciudadano todos los derechos producto de la voluntad humana, entre ellos el beneficio de su actividad ejercida con absoluta libertad, pronto captó el interés y la adhesión de los francmasones. Esta ligazón creció a tal punto que, con el tiempo, resultaba tarea imposible considerarlos por separado. Se fortalecieron unos y otros a tal punto que poco a se identificaron públicamente como liberales, dejando la masonería para la clandestinidad.
En 1789 la Revolución Francesa terminó con la monarquía de ese país, y cambió la vida social y colectiva en todos sus órdenes. El 26 de agosto de ese año, la Asamblea constituyente formuló la declaración de los derechos del hombre y los ciudadanos, cuyo primer artículo dice: “Los hombres nacen libres e iguales en derechos y las distinciones sociales no pueden fundarse más que en la utilidad común”. La contundencia de este y todos los artículos que fueron recogidos en ella, sacudieron profundamente los cimientos de todas las monarquías europeas. 
Estas libertades que Francia asumió como derechos de los ciudadanos, se extendieron por toda Europa las logias masónicas, todas ellas creadas bajo la norma y orientación del Supremo Consejo de la Masonería Primitiva de Francia. Autorizado en París por este órgano regulador, en 1795, Francisco de Miranda fundó en esa ciudad la “Logia Madre Hispanoamericana”. 
Tres años más tarde, el propio Miranda la trasladó a Londres bajo el nombre de “Gran Logia Hispanoamericana”. La cual, una vez afianzada en el medio y creado suficientes vínculos con los americanos residentes en esa ciudad, quedó dividida en tres entidades. Y, fue a través de estas que se desarrollaron estrategias propias para lugares específicos de la América española. De tal subdivisión surgieron la Logia “Lautaro” destinada a operar en la costa atlántica sudamericana; la llamada “Caballeros Racionales” se estableció en el Pacífico septentrional americano, y la “Unión Americana” en México, América Central y las Antillas. De esta conjunción de organizaciones clandestinas surgió la acción revolucionaria que orientaría el movimiento destinado a promover el rompimiento definitivo entre las colonias americanas y la Corona española.
Cádiz y los albores de la independencia 
El extenso y próspero periodo, de las reformas borbónicas, durante el cual Carlos III había gobernado España, llegó a su fin en 1788. Su sucesor, Carlos IV, rey indolente e ineficiente no pudo guiarla a través de la tormenta desatada por la Revolución Francesa. Sus noticias incidieron sobre los españoles, llenando de espanto a los nobles y ennoblecidos. Sin embargo, los reformistas, en razón de tales cambios abrigaban la esperanza que en su país se estableciese una monarquía constitucional. Depuesto IV, Fernando VII, fue quien obtuvo la aprobación del emperador de los franceses para ocupar el trono. 
A fin de revitalizar la nación, y oponerse a los franceses se creó la Junta Central para restablecer las Cortes, defender el trono de Fernando VII y unificar la nación. El 22 de enero de 1809 la Junta declaró la igualdad entre España y América para reafirmar lo cual, el 1 de enero de 1810 dispuso la elección de un diputado por cada provincia sin percatarse del enorme poder que les daba en la Asamblea. La Regencia española que residía en Cádiz, como último reducto libre, ordenó la reunión de las Cortes en septiembre de 1810. La cual, compuesta por toda la comunidad española, fue una verdadera asamblea nacional en el sentido moderno. Los más destacados liberales españoles y americanos conformaron una mayoría reformista, que sesionó desde el 24 de septiembre de 1810 hasta el 20 de septiembre de 1813. Espacio en el cual se centraron en transformar el mundo hispánico. Pretendieron abolir el feudalismo, suprimieron el tribunal de la Inquisición, impusieron controles rígidos a la Iglesia e introdujeron oficialmente la libertad de prensa. Las Cortes hicieron de la ciudad punto de encuentro y escenario privilegiado para la difusión del pensamiento liberal-masónico entre quienes llegaban de ultramar. Vinculados con los diputados que representaban los distintos órdenes coloniales conspiraban desde las logias francmasónicas. 
Como diputados de la Audiencia de Quito asistieron a las Cortes de Cádiz el quiteño José Mejía Lequerica, uno de los mejores oradores y de los pensadores más profundos de la Asamblea. José Joaquín Olmedo, por Guayaquil, apoyó con habilidad a Mejía, e inicia su gran tarea,que incluye la acción independentista de Guayaquil, la fundación de la República y la lucha por los derechos de la nación contra el militarismo extranjero en 1845. Este es un período vital para Olmedo, en el cual no solo se estrena como humanista republicano, sino que ejerce la inteligencia del tribuno liberal civilista destinado a construir la nueva república sin tutela colonial.
Cuando la segunda reunión de las Cortes en Madrid en 1814, los franceses habían sido casi expulsados de la Península. Vicente Rocafuerte estuvo entre los americanos que se incorporaron ese año y se sumó a una mayoría comprometida con la defensa del principio de la monarquía constitucional. La representación popular que legitimaba ese nuevo régimen fue desconocida por Fernando VII, quien gestionó la intervención de la “Santa Alianza” tanto en España como en la América rebelde. Con este apoyo, el 4 de mayo de 1814 disolvió las Cortes. 
La estructura constitucional se desplomó y el ejército inició la persecución de los liberales. Los cuales para no ser encarcelados desaparecieron del escenario. Rocafuerte huyó por la frontera a Francia, recorrió las altas esferas y se nutrió del pensamiento republicano ilustrado europeo. Finalmente se estableció en Londres, donde protegió a los pensadores liberales y políticos españoles que también habían escapado. Olmedo, buscó refugió entre amigos masones y liberales, y entre ellos tuvo las mejores oportunidades para enriquecer su pensamiento. Permaneció en Madrid hasta 1816 en que pudo embarcarse y volver a Guayaquil. El rey había reafirmado su autoridad en América, pero las logias masónicas liberales establecidas en ella no se dieron por vencidas. Y, mientras España se desangraba y desgastaba por mantener la monarquía absoluta. En América, los criollos, inmersos en una ardua y cruenta guerra estaban empeñados en alcanzar la independencia de sus países y la toma del poder político. 

miércoles, 27 de junio de 2018




9 de Octubre de 1820: independencia nacional


Tan pronto el comercio de Guayaquil desarrolló su potencial fue presa del centralismo del virreinato del Perú. Con la autoridad del virrey, los comerciantes limeños y piuranos imponían todo tipo de trabas y restricciones. Se prohibía o anulaba con cualquier motivo la exportación hacia Acapulco, El Realejo, Panamá y otros puertos. Constituidos en compradores únicos, sometían a su conveniencia toda la producción de cacao de la provincia. Fijaban los precios a los hacendados y comerciantes beneficiándose de una demanda sostenida cada vez mayor. 
La apertura del comercio establecida por las “Reformas Borbónicas” despertó en los guayaquileños la necesidad de ser dueños de su albedrío para negociar en el mercado internacional. Y, mientras más acentuada fue la sujeción, más ansiaron la libertad y la urgencia de autogobernarse, para bajo su amparo negociar y beneficiarse con el producto de su esfuerzo. 
El proyecto revolucionario de Olmedo que culmina el 9 de Octubre, empieza a alimentarse de esa frustración. El irrespeto a las reformas introduce el descontento que roe lentamente la estructura colonial de Guayaquil hasta disponerla para la revolución. Mientras más acentuadas fueron las limitaciones impuestas por los monopolistas, mayor la esperanza de crecer en autonomía para instaurar el libre comercio con todo el mundo.
Por otra parte, la situación geográfica y la relación mercantil de la ciudad con el mundo facilitó el ingreso de ideas planteadas desde la Revolución Francesa y la norteamericana. Noticias y proclamas, de quienes luchaban por la libertad, se distribuían soterradamente; se difundieron los pregones de los patriotas quiteños Morales y Quiroga. Y La Bagatela de Nariño, introdujo la traducción de los “Derechos del Hombre y del Ciudadano”.
En marzo de 1820, llegó la noticia que los ex diputados “doceañistas”, simpatizantes de la independencia americana y los generales Quiroga y Riego, habían rebelado a las tropas acantonadas en Cádiz para restaurar la constitución de 1812, frustrando la partida a ultramar de 16.000 soldados veteranos. En agosto de ese año, tres jóvenes revolucionarios, oficiales del “Numancia”, se incorporaron a los cuarteles de la ciudad, habilitando al proyecto del mando militar que carecía. A mitad del año Bolívar desde el norte amenazaba Pasto; San Martín desembarcó en Pisco el 7 de septiembre; y el bloqueo naval de Cochrane, impidió la movilidad de navíos españoles. 
Por otra parte, ambos libertadores requerían con urgencia la riqueza de la provincia. La posición estratégica de la ciudad ofrecía abrigo a Cochrane, y su astillero garantizaba la supervivencia de sus naves. Guayaquil libre hacía imposible la presencia de naves enemigas, pues no podían repararse ni abastecerse. Este cúmulo de hechos coyunturales, ajustados a una estrategia preconcebida por la mente brillante de Olmedo y otros líderes, aseguraron el triunfo de Guayaquil. 
El 9 de Octubre de 1820 rompe definitivamente con la colonia, es la gesta gloriosa que culmina el 24 de mayo de 1822 con la independencia de todo el país. Luego de lo cual, por su fuerte economía, situación geoestratégica y centro de reclutamiento se inscribió en la independencia peruana y en el proyecto de libertad continental de Bolívar. 
Hoy más que nunca es necesario tener una adecuada valoración de nuestra revolución, de sus consecuencias sociales y políticas. El 9 de Octubre de 1820 viene de muy atrás, no es una simple “asonada” del momento, calificada así por quienes no les cabe en el magín que la independencia de nuestra patria es, precisamente, una consecuencia de la que intentan minimizar. Es el génesis de nuestra libertad, no es lo que describen historiadores e historiógrafos interesados. No es el relato cronológico de los textos, que nada más empieza con el baile de una niña enamorada; del conciliábulo de unos buenos ciudadanos convocados a una “Fragua de Vulcano”, o de un juego de naipes en un cuartel que concluye con una arenga frente al Guayas. Este es un estereotipo que no valora adecuadamente nuestra Historia. El 9 de Octubre es la efeméride de mayor significado histórico del país, pues abrió el camino a la independencia nacional. No es ningún grito aislado, local e intrascendente que promete fidelidad al rey. Fue un hecho transformador que afectó a toda una región, favoreció la estrategia continental y contribuyó en forma determinante al fin de la colonia en América septentrional. 

El día 10, Olmedo, como jefe político y presidente interino del Ayuntamiento, en cabildo abierto convocó al primer Colegio Electoral. Esta convocatoria es hecha a los principales cabezas de familia de los distintos partidos, tres de ellos fueron indígenas costeños. Este hecho es una actitud democrática, que ni los Estados Unidos, incluyó en su primer congreso a los nativos de la región. Así pone de manifiesto su voluntad de conformar un gobierno representativo. Había transcurrido un día y ya la revolución se orienta a constituir un gobierno legítimo. Es el pensamiento liberal del gran Olmedo en acción, que nos demuestra la existencia de un plan político-estratégico madurado con bastante anticipación. 
La administración militar de Escobedo quedó eliminada al poco tiempo, Olmedo el civilista, fiel a su ilustración democrática y republicana, como presidente del Ayuntamiento Constitucional manejó los hilos de la política, para en tanto se reunía la Asamblea Legislativa que elegiría un gobierno definitivo. Esta medida, además, no solo neutralizó a tal jefe militar, sino que permitió dejar en manos de la Asamblea la creación, por voluntad popular, de un gobierno que además de la organización de la administración pública, atendiese sin interrupciones la organización militar requerida para afirmar y defender la libertad, y, como acción inmediata, emprender la campaña emancipadora de Quito.
El 8 de noviembre de 1820, reunido el Colegio Electoral, eligió a Olmedo como presidente y secretario a José de Antepara. La determinación preconcebida de dar el carácter de republicano al gobierno que debía regir los destinos del Guayaquil independiente, se manifiesta claramente en la actitud del prócer en los días sucesivos al 9 de Octubre: mediante el sufragio libre, el pueblo entregó sus derechos al Colegio Electoral, y este a su vez los transmitió a los representantes elegidos. Por otra parte, en su discurso, expresa a plenitud estos principios, al decir: “en ésta reunión está depositada toda la confianza y voluntad general de la Provincia; y por consiguiente, está autorizada para todo lo que contribuya a la salud y prosperidad común. La primera atención debe ser pues, formar un Gobierno e instituciones que, aunque no sean tan perfectos por las circunstancias, podrán ir recibiendo continuamente nuevos grados de perfección: su legitimidad será incontestable, pues dimana de la voluntad general de los pueblos, expresada por los órganos que ellos mismos han nombrado libremente”.
Mariano Fazio Fernández en su libro Ideología de la Emancipación Guayaquileña, dice: “Del discurso surgen los siguientes principios ideológicos: derecho natural a la emancipación de los pueblos por su libre determinación, voluntad general como fuente incontestable de legitimidad pública; libertad electoral como requisito para la manifestación de la voluntad general en la persona de los representantes del pueblo, separación de poderes para salvaguardar la libertades individuales, adaptación de las instituciones políticas a las circunstancias de cada pueblo para alcanzar la felicidad, y agrega, es difícil encontrar en un solo documento una exposición tan apretada pero a su vez tan coherente de los principios ideológicos del Nuevo Régimen”.
El 8 de noviembre de 1820, con la reunión del Cuerpo Constituyente se dio un golpe mortal al absolutismo implantado por este y unos pocos de sus parciales. En el mismo día, se procedió a la elección del doctor Olmedo para presidir la nueva junta de gobierno; el coronel Rafael M. Jimena, como vocal encargado de asuntos militares; don Francisco María Roca, vocal para la administración político-civil; y el doctor Francisco Marcos como secretario. Finalmente, Escobedo fue destituido de su cargo y puesto bajo arresto. 
El día 11, fue promulgado el Reglamento Provisorio de Gobierno, que podemos considerar como nuestra primera Ley Fundamental. En el salón de sesiones del Municipio la diputación de Guayaquil eligió a los miembros del Ayuntamiento, y como su presidente al doctor José Joaquín Olmedo. Esta elección de Olmedo como presidente de la Junta de Gobierno y a la vez del Cabildo guayaquileño, surgió Guayaquil como una Ciudad-Estado, pues en una misma persona recayeron el poder político de la Provincia Libre y el administrativo de la ciudad. 
Los tres primeros artículos del Reglamento Provisorio de Gobierno, que no es otra cosa que la primera Constitución Política Liberal aplicada en territorio libre, que más tarde constituyó nuestro país, bastan para demostrar que los líderes guayaquileños fueron evolucionando aceleradamente en sus ideas y en la elaboración de un proyecto político republicano autónomo, bajo formas diferenciadas de las monárquicas-fidelistas que ensayó la nobleza quiteña.

Artículo 1.
La Provincia de Guayaquil es libre e independiente, su religión es la Católica; su Gobierno es electivo; y sus leyes las mismas que regían últimamente, en cuanto no se opongan a la nueva forma de gobierno establecida

Artículo 2.
La Provincia de Guayaquil se declara en entera libertad para unirse a la grande asociación que le convenga de las que se han de formar en la América meridional.

Artículo 3.
El comercio será libre por mar y tierra con todos los pueblos que no se opongan a la forma libre de nuestro Gobierno.

La Provincia de Guayaquil fue libre e independiente por el esfuerzo y sacrificio de sus propios hijos. Bajo el genio y guía de Olmedo se estableció una forma de gobierno electivo; mantuvieron las leyes que se ajustaban a las normas establecidas por ese modelo de administración y promulgaron nuevas de acuerdo a los principios republicanos. Declararon el libre comercio con todos los países del orbe. Establecieron una Junta Curadora de la Libertad de Prensa que garantizaba la expresión pública sin censura ni aprobación previa. Calificaron como crimen al abuso de esa libertad. Establecieron sanciones contra quien difame por medio de la prensa, y si alguien era acusado de este delito, podía exigir que se le faciliten cuantos medios creyese necesarios para su defensa.
Con la promulgación de estas leyes, como respuesta a su espíritu libérrimo, aspiraron a conformar con todo el territorio hoy ecuatoriano una nueva nación independiente o según conviniese a sus intereses asociarse a alguno de los países vecinos, pero, por encima de todo, a mantener la autonomía ganada en lucha de muchos años. Para expresar esta voluntad de asociación, se previó la convocaría de una Asamblea en la que cada ciudadano podía manifestar libremente su tendencia, y para garantizarla, el primer requisito era mantener fuera de la ciudad a las fuerzas militares que la guarnecían y así evitar presión alguna.
Esperanzas que, con sus altas y bajas, triunfos y derrotas, conquistas y frustraciones, fueron la sal de su vida diaria, e ingrediente de una libertad lograda sin el auxilio de ninguna fuerza externa. Aspiraciones que sobrevivieron hasta que la ambición y la desvelada utopía de Bolívar, irrumpieron, e interrumpieron el proceso y las hizo añicos. El gran ego del Libertador le impidió comprender el valor que esa autonomía habría tenido para el desarrollo de la región. Y, apoyado en la fuerza de 3.000 soldados, violentó el procedimiento, la limpieza electoral, impuso el centralismo y esclavizó a veintiún meses de libertad.
El semanario El Patriota de Guayaquil, que circuló el sábado 3 de noviembre de 1821, publicó el siguiente decreto de la Junta de Gobierno que consagra al 8 de Noviembre como el día en que Guayaquil alcanzó la libertad plena.

LA JUNTA DE GOBIERNO
Después de proclamada nuestra independencia no podíamos llamarnos libres, hasta aquel día en que vencidos dignamente los escollos que presentan siempre las revoluciones en su principio, pudo reunirse la representación de la Provincia, que es el más precioso de los derechos sociales, y el privilegio más noble de los pueblos libres. Este memorable día fue el 8 de noviembre de 1820, en que por primera vez pronunció libremente su voluntad el pueblo de Guayaquil, y puso los cimientos de su libertad política. Y el Gobierno para celebrar según el voto público tan glorioso aniversario, ha venido en decretar y decreta: (...) En la Sala Capitular se escribirá en grandes caracteres:

GUAYAQUIL INDEPENDIENTE EN 9 DE OCTUBRE
GUAYAQUIL LIBRE EN 8 DE NOVIEMBRE DE 1820


9 DE OCTUBRE DE 1920
Parte final

Olmedo se enfrenta a Bolívar y se opone al sometimiento de Guayaquil a Colombia a como diera lugar. Pero lo enfrenta no con armas, sino con los postulados que figuran en el Acta de Independencia de Guayaquil y en el Reglamento Provisorio de Gobierno (Anexos). El 17 de marzo de 1821 escribe al Libertador, diciendo,”la provincia de Guayaquil está dispuesta a sostener el voto de ser libre; y no lo está menos a cooperar con todas sus fuerzas a la hermosa causa de América, excitada por sus propios sentimientos y estimulada por el sublime ejemplo que le han dado los pueblos de Colombia“.[1]

Bolívar, moviliza bajo su mando 3000 soldados de elite del ejército colombiano, veteranos de cien batallas. Aplicando una conocida táctica militar deja en Babahoyo una retaguardia de 1300 hombres, viaja a Guayaquil y frente a los 1700 restantes la somete manu militari a Colombia. Olmedo, humillado y calumniado por los bolivarianos, luego de ser testigo indefenso al uso de la fuerza contra una sociedad progresista, liberal y amante de la libertad, abandona su amada ciudad. 

Sometida al centralismo propio de la concepción administrativa de Bolívar, Guayaquil sobrevivió bajo una clase militar que había sido guerrera exitosa, pero incapacitada para gobernar eficientemente.La frecuentes y violentas exacciones aplicadas para mantener la guerra en el Perú, las levas impuestas a punta de bayoneta y las cargas tributarias exageradas,[2]aumentaron el odio hacia Bolívar.

Con Sucre convenientemente asesinado. El 14 de agosto de 1830 se reunió en Riobamba la Asamblea Constituyente ecuatoriana, y consagró a Juan José Flores como primer presidente de la nueva república.En noviembre 9 de 1830, Bolívar escribió a Juan José Flores desde Barranquilla; un verdadero vaticinio de los problemas que le acarrearía la presencia de Vicente Rocafuerte en el país. 

Tiene “las ideas más siniestras contra usted y contra mis amigos. Es capaz de todo y tiene medios para ello. Es tan ideático, que habiendo sido el mejor amigo mío en nuestra juventud y habiéndome admirado hasta que entré en Guayaquil, se ha hecho furioso enemigo mío, por los mismos delitos que usted ha cometido: haberle hecho la guerra a La Mar y no ser de Guayaquil (…) Es el federalista más rabioso que se conoce en el mundo, antimilitar encarnizado (…) Si ese caballero pone los pies en Guayaquil, tendrá usted mucho que sufrir y lo demás, Dios lo sabe”.[3]

Flores sustentó su gobierno, permanentemente acusado de corrupción, en una fuerza de ocupación constituida por tropas extranjeras, que asaltaban y asolaban especialmente los campos serranos, inspirando en el pueblo “una mezcla de suspicacia, resentimiento y hostilidad”.[4]Apenas dos años habían transcurrido con Flores en la presidencia, y su desprestigio e impopularidad eran tales, que la oposición creció rápidamente. 

La Sociedad El Quiteño Libre, empeñada en estimular los ánimos, creó una hoja periódica a fin de mantener la efervescencia política previa a la lid parlamentaria que se avecinaba. Notables jóvenes quiteños opuestos a la dominación extranjera figuraban en primera línea, pero quien se destacaba por su inteligencia, agresividad y valor era el coronel inglés Francisco Hall.

En febrero de 1833, después de su larga permanencia al servicio de México, Vicente Rocafuerte llegó a Guayaquil. Se trasladó a Santa Elena para recuperar su salud, pero el llamado que le hiciera la Sociedad El Quiteño Libre de trasladarse a Quito para encabezar la oposición a Flores, pudo más que sus quebrantos. Una vez en la capital, en forma abrumadora fue proclamado diputado por Pichincha al Congreso de 1833, al que asistió el 10 de septiembre como jefe del bloque de oposición, formado poruna minoría republicana ilustrada y dueña de una oratoria fogosa y beligerante.[5]

En la sesión del 14 de septiembre, a la que Rocafuerte no asistió por enfermedad, la mayoría aprovechó para otorgar a Flores las facultades extraordinarias. Como reacción contra este abuso, Rocafuerte, envió una nota juzgando con dureza al Congreso:“Incapaz de ser traidor a mis juramentos, y viendo la imposibilidad de llenar las esperanzas de mis comitentes, mi conciencia y mi patriotismo me imponen el deber de separarme de un Congreso que ha perdido toda su fuerza moral, con la intempestiva concesión de facultades extraordinarias, y que ha cooperado al triunfo de la tiranía militar, sobre la ruina de la Constitución y las Leyes”. 

El 16, en sesión secreta del Congreso se leyó la nota y por considerarla ofensiva Rocafuerte fue destituido.[6]Un acto valiente del guayaquileño y los diputados opositores que les acarreó la extradición y el sufrimiento de violentas medidas inconstitucionales.Por otra parte, el 12 de octubre de 1833 se rebeló en Guayaquil el venezolano comandante Pedro Mena, conocido criminal que integrara en Venezuela una pandilla de asaltantes y ladrones, designado por Flores jefe militar de la plaza.[7]

Junto a las tropas, Mena provocó  saqueos y atropellos en la ciudad, y cuando Rocafuerte viajaba al exilio hacia Lima por la vía de Naranjal, Mena, que se presentaba como defensor de la libertad y de los perseguidos, se dispuso a rescatarlo, pues vio en ello la coyuntura para prestigiar su alzamiento ante la sociedad guayaquileña, profundamente preocupada por sus antecedentes y arbitrariedades.

El 18 de octubre llegó Rocafuerte a la ciudad, y con él la confianza en la seguridad pública. Reunido el Cabildo lo designó Jefe Supremo para neutralizar el poder de Mena. Nombramiento que aceptó por considerar que la sociedad se hallaba en situación peligrosa. Flores con sus tropas se había desplazado a Guayaquil, y 23 de octubre toma la ciudad. 

Mena huyó sin presentar resistencia y se embarcó en la fragata Colombia, que viéndose perdido había requisado previamente. Aquella noche, Rocafuerte asistía a una invitación del comandante de la fragata “Fairfield” de la Marina de Guerra de los Estados Unidos. Al amanecer, con Guayaquil sometido, Flores solicitó al capitán la extradición de Rocafuerte, pero éste la negó por haber este subido abordo como su invitado.

Dos días más tarde, reaparece en Puná un Rocafuerte estimulado por el rencor acumulado hacia Flores y apoyado por los levantiscos chihuahuas, “vuelve a declararse Jefe Supremo, establece su Gobierno en la Puná al frente de 600 soldados con el apoyo de cinco goletas y de la fragata Colombia, verdadera fortaleza flotante de 64 cañones”,[8]importante flotilla con la que impuso un bloqueo a Guayaquil, que afectó notablemente a sus finanzas.

Las cosas empezaron a complicarse para Flores, y sedujo a Mena para que traicionara a Rocafuerte dejando desguarnecida la isla por un día. El 18 de junio de 1834 Rocafuerte fue sorprendido y capturado junto a sus oficiales y arribaron a Guayaquil cargados de grillos como delincuentes expuestos a la pena capital. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario, Rocafuerte permaneció preso hasta el 3 de Julio en que, salió libre y triunfante pues convino con Flores la alternabilidad en la presidencia y su designación como Jefe Supremo de Guayaquil.[9]

El 19 firmaron otro pacto para poner término a los males de la Guerra, mediante el cual se unieron en estrecha amistad. “Fue franca y generosa” y los condujo a “trabajar de consuno en el restablecimiento del orden, de la paz y de las instituciones liberales”.[10]Las especulaciones de Flores que la liberación de Rocafuerte acabaría con los Chihuahuas, no fueron sino eso, pues la guerra civil se tornó aun más sangrienta.

El 20 de julio, el astuto y hábil presidente Flores, conforme al pacto establecido con Rocafuerte, dio paso a una alternabilidad en el poder, decretó que “habrá un olvido absoluto y perpetuo de todos los sucesos que últimamente han agitado la República”.[11]Y el 25, “Se establece una autoridad Superior en este Departamento con el título de Jefe Superior Provisorio del Guayas”.[12]




[1]José Joaquín de Olmedo, Epistolario, Segunda parte, recopilación de Aurelio Espinosa Pólit, Quito, Corporación de Estudios y Publicaciones, p. 369, 1989.
[2]Mark Van Aken, “El rey de la noche”, Quito, Ediciones BCE, Pág. 41, 1995.
[3]Correspondencia del Libertador con el general Juan José Flores, 1825-1830, Quito. Pontificia Universidad Católica del Ecuador y Banco Central del Ecuador, Págs. 284-285, 1977.
[4]Van Aken, Pág. 59
[5]Jaime E. Rodríguez O. “El Nacimiento de Hispanoamérica, Vicente Rocafuerte y el hispanoamericanismo, 1808-1832”, México, Fondo de Cultura Económica, Págs. 304-305, 1975.
[6]Neptalí Zúñiga “Rocafuerte: Su vida pública en el Ecuador” Vol. XIII, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, Págs. 31-37, 1947.
[7]Dr. Francisco Aguirre Abad, “Bosquejo Histórico de la República del Ecuador”, Guayaquil, Corporación de Estudios y Publicaciones, Pág. 264, 1972.
[8]José María Le Gohuir Raud S.I., “Historia de la República del Ecuador”, Quito, NINA Comunicaciones, Págs. 87-88. 1935.




[9]El resto del país estaba tomado por Valdivieso y los “Restauradores”.
[10]Mensaje de Rocafuerte a la Convención de Ambato, 22 de junio - 22 de agosto 1835.
[11]“El Ecuatoriano del Guayas”, 24 de julio de 1834.
[12]“El Ecuatoriano del Guayas”, 31 de julio de 1834.

lunes, 25 de junio de 2018




9 de Octubre de 1820  
Primera parte

Olmedo, el líder y pensador social del Guayaquil insurgente, define su visión estratégica sobre el proyecto independentista de Guayaquil y su provincia, su propuesta de ruptura e independencia total de España es clara, pero unitaria, fraterna y solidaria con el resto de las regiones del país. Su visión es hacia todos los pueblos serranos, por eso, liberar Guayaquil, pero ayudar a los quiteños es su prioridad.[1]

Como no es posible que ocurra una transformación o revolución sociopolítica aislada o desvinculada del mundo, podemos afirmar que, sin lugar a dudas, la gesta guayaquileña del 9 de Octubre de 1820, como consecuencia de las tendencias internacionales de la época, no solo es la raíz de la independencia ecuatoriana liderada por José Joaquín de Olmedo, sino que aporta con hombres, bienes y semovientes suficientes para alcanzar la independencia nacional y determinantes para liquidar los restos del poder colonial en la América meridional.

El Ayuntamiento de Guayaquil, los comerciantes, ciertas autoridades españolas vinculadas y la ciudadanía en general, fueron quienes lideraron el rechazo a la complicidad de la mayoría de los virreyes peruanos, que por proteger sus intereses y los de los comerciantes limeños, no acataban las disposiciones de la metrópoli para implantar las reformas dictadas por Carlos III. 

La economía guayaquileña estaba dominada por una elite de productores de cacao y comerciantes que se movía en un entorno pleno de intereses económicos, sociales y políticos, que al estar sometida a un monopolio amparado desde la corona y el Consulado de Comercio de Lima, en beneficio de los comerciantes de Trujillo, Piura y Lima, desarrolló mayor odio hacia estos que contra la monarquía y se propuso deshacerse de esta sujeción aberrante. 

Esta elite con el paso del tiempo, fue la protagonista de las variadas crisis y reclamos constantes por las exacciones a que estaba sometida. Era un estrato social que deseaba disfrutar de su esfuerzo y habilidades, e insistentemente reclamaba la implantación  del  libre comercio, contemplada en tales reformas, cuya falta de aplicación a finales del siglo XVIII y principios del XIX, producía el nivel más crítico de descontento.

En 1815, el descontento en la provincia por la reinstauración de los tributos que habían sido eliminados por las Cortes y la Constitución española, no se limitaba a las elites sino entre los caciques litoralenses que se negaban a pagarlos. En partidos como Santa Elena, Jipijapa, Montecristi, y la Sabana de Guayaquil, se produjeron motines al grito de “¡Viva la Constitución!”. 

En 1816, Guayaquil recibió el ataque del comodoro William Brown, armado en corso por el Gobierno de Buenos Aires para rebelar las poblaciones del Pacífico. Su ataque fue rechazado, sus marinos sufrieron una matanza a manos de los guayaquileños, y el propio Brown cayó prisionero. La victoria sobre la flotilla que comandaba el británico veterano de las guerras napoleónicas, “hizo que los guayaquileños cobraran conciencia de su propio poder”.[2]

Este conjunto de circunstancias son las que finalmente nos llevan a percibir que el 9 de Octubre de 1820, fecha magna de la independencia guayaquileña, debe ser entendido como un importante eje, proceso político y punto de partida de nuestro proyecto independentista y de la historia republicana del Ecuador, como un hecho histórico y proceso revolucionario que permitió que el golpe final al último reducto del colonialismo español se diera en las fechas y lugares que ocurrió y que la Historia recoja en Pichincha, Junín y Ayacucho. Sin la independencia de Guayaquil, la sorpresa y su organización, la reunión de los ejércitos de Bolívar y San Martín, se habría diferido y esta demora, a no dudarlo, habría sido determinante, si no fatal, para la emancipación total del continente.

Clase dominante que, además de propiciar la libertad de comercio, de acción y el respeto a los pueblos, veía con claridad la importancia de crear un poder militar y otras facilidades defensivas que pudieran permitir acciones armadas con su sola decisión. De ahí su insistencia en reclamar a Quito el traslado a Guayaquil de la Comandancia de Armas y la entrega al Cabildo de la ciudad, de la recaudación del derecho de sisa destinado a la defensa del puerto y la provincia.[3]

El pensamiento ilustrado, republicano y liberal que predominaba en éste estrato social de elite, es otro factor determinante para la concepción de la Revolución de Octubre.Olmedo su pensador y estratega, hizo gala de su ilustración liberal republicana en las Cortes Españolas de Cádiz,en cuyo ambiente, el hombre de mente brillante suma a su formación la influencia de los liberales españoles y americanos, que promulgaron la Constitución liberal española en 1812. 

Mientras estuvo en Cádiz, no se apartaba de su mente la idea de alcanzar la independencia y la autonomía para su patria. Sin embargo, asistió a sus asambleas como defensor del indígena, negociador de facilidades para las colonias y paladín de la libertad de comercio. En sus célebres discursos mediante los cuales logró la abolición de las Mitas, se puede leer entre líneas lo moderno y reformista de su pensamiento. “Hasta cuándo no entenderemos que solo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar la industria, la agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el cuidado de su fomento al interés de los propietarios”.[4]

Olmedo, como representante de una elite de comerciantes y exportadores asumió su papel de diputado de las Cortes, que perseguía la implantación deuna legislación adecuada para instaurar en América la libertad individual y de relaciones comerciales abiertas al mundo para progresar social y económicamente.[5]En 1814, Fernando VII disuelve las Cortes y en 1816, Olmedo vuelve a Guayaquil enriquecido con todo un bagaje de experiencia política.

En los cuatro años siguientes junto a otros guayaquileños ilustrados, madura la ruptura total con el régimen colonial y lidera la revolución del 9 de Octubre de 1820. El 8 de noviembre de 1820 reúne al Colegio Electoral formado por 62 representantes de los diferentes partidos (cantones). Que promulga el Reglamento Provisorio de Gobierno el 11 de noviembre, y por aclamación elige a Olmedo Presidente de la Junta de Gobierno y del Cabildo Guayaquileño. Es decir, le entregó el mandato civil de la Provincia y de su capital Guayaquil.

Con estas atribuciones organiza el ejército del primer jirón de nuestro territorio libre llamado División Protectora de Quito. Que es la semilla de aquella fuerza internacional, constituida por guayaquileños, cuencanos, colombianos, peruanos, venezolanos, chilenos, argentinos, ingleses e irlandeses, al mando de los generales Antonio José de Sucre y Andrés Santa Cruz que en Pichincha el 24 de Mayo de 1822 dio la total independencia a lo que sería nuestro país.



[1]Epistolario
[2]Jaime E. Rodríguez, “Revolución, independencia y las Nuevas Naciones de América”, Madrid, Fundación Mapfre Tavera, Págs. 551-552, 2005.
[3]“La crisis de la economía de la sierra y su posterior entronque con el territorio neogranadino, sellaron aún más la independencia regional costeña (...) Esta era la situación en el momento de la ruptura con la metrópoli; la costa ecuatoriana apareció así como una cuña entre las corrientes libertadoras del sur y del norte, que se disputaron su absorción. Incluida, finalmente, dentro de la flamante República del Ecuador, su integración a la misma quedó como un reto” Carlos Contreras, “Guayaquil y su región en el primer boom cacaotero”, en Juan Maiguashca, editor, “Historia y Región en el Ecuador, 1830-1930”, Quito, Corporación Editora Nacional/ FLACSO, p. 192, 1994.

[4]Mariano Fazio, Op. Cit., Págs. 71-72. José Joaquín Olmedo, Op. Cit. Discurso en la Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, Pág. 382

[5]“Sobre todo, Señor, establecido ya este nuevo orden de cosas, las Cortes deben procurar que todos los pueblos españoles piensen y obren con nobleza y con elevación; esto es, deben disponerlos a las grandes acciones que demanda una revolución tan grande como la nuestra; y es un delirio creer que obren con esa elevación pueblos oprimidos, humillados... pueblos esclavos.  Es preciso difundir ya las luces por toda la nación para que mejor conozca los nuevos beneficios que acaba de recibir.  Sigan otros las máximas del elocuente y peligroso filósofo, que para contener a los pueblos en obediencia y sujeción cree necesario tenerlos sumidos en las tinieblas de la ignorancia.  Sigan esas máximas los gobiernos malos y despóticos, porque a ellos les conviene; el gobierno español, templado y liberal, no debe temer ya las luchas de la nación.  La instrucción, la ilustración de los pueblos mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno, pero afianza y consolida las bases de una buena Constitución”. José Joaquín de Olmedo, “Segundo discurso sobre la abolición de las Mitas”, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla, México, Editorial J. M. Cajica, p. 426, 1960.

domingo, 24 de junio de 2018



Guayaquil dinámico

Guayaquil y sus comerciantes cacaoteros nunca se arredraron frente a los obstáculos. Supieron sortearlos con habilidad y astucia. Incluso no vacilaron en acudir a mecanismos no tan lícitos como el contrabando para impedir que les bloqueen su producción y comercio. Por eso, es cierto lo que se afirma respecto a que, de esta forma, “Del comercio ilegal del contrabando y de la construcción naval, el puerto de Guayaquil gozó de cierta prosperidad durante la mayor parte del siglo XVII”.[1]

Pero el Cabildo guayaquileño, ante estos limitantes y tratamiento excluyente nunca estuvo cruzado de brazos. En permanente gestión intervino ante los virreyes del Perú, primero, y luego del de Nueva Granada para obtener la autorización para enviar a Acapulco tres navíos al año, e igualmente al puerto mexicano del Pacífico despachar una fragata de 300 a 400 toneladas. José Joaquín de Olmedo, era diputado por Guayaquil ante las Cortes de Cádiz (1812)[2].

Este ilustre guayaquileño, que al mismo tiempo, pertenecía a una de las familias más prósperas del comercio de Guayaquil, trabajó intensamente frente a los funcionarios españoles para desbloquear los obstáculos que le ponían al comercio guayaquileño. Para esto, hizo grandes esfuerzos por obtener la abolición de todos los impuestos al cacao dentro del comercio del imperio y la ansiada libertad de tráfico mercantil con todos los países. 

Las cosas empezaron a cambiar cuando los cabildantes guayaquileños decidieron no tratarlas más por la vía de las conveniencias y optaron por enrostrar al rey Fernando VII los numerosos servicios que la ciudad había hecho a la corona: como no plegar al movimiento quiteño del 10 de agosto de 1809 y rechazar exitosamente en 1816 el ataque del almirante William Brown, a sabiendas de no se trataba de un ataque pirata sino de insurgentes argentinos. 

Por eso, “de manera subrepticia la corona le concedió a Guayaquil el comercio libre de impuestos con la Madre Patria. El 3 de julio de 1818, Fernando VII decretó que los barcos que comerciaban entre la Península (Ibérica) y San Blas, California, no tenían que pagar derechos de importación o exportación sobre el dinero o cacao llevado de San Blas o cualquiera de los otros puertos californianos a España”.[3]

El siglo XIX fue para Guayaquil un siglo de prosperidad, su desarrollo político social va de la mano con su crecimiento físico. La educación se liberaliza “Las luces se difunden en ella sobre todas las clases del Estado, y sobre todas la que quieren instituirse sin más consideración que su enseñanza. El noble, el plebeyo, el soltero, el casado, todos sin distinción ven a sus hijos inocentes recibir los bienes de la enseñanza mutua, gloria del gobierno que cría y protege tan útil establecimiento”.[4]

“En representación de la escuela de niños, tomó la palabra el niño Gabriel Luque, quien con gran soltura y desembarazo pronunció un emotivo discurso, en el que destacaba la participación de don Vicente Ramón Roca, como fundador y protector de su escuela”.[5]

La economía popular se desarrollaba en el malecón al anochecer, una nube de compradores y vendedores después que habían terminado sus labores diarias, iban de un lado a otro buscando su conveniencia. Zapatos, sombreros y diferentes prendas de vestir se exhibían en los diferentes puestos o tendidos. 

Aquí era donde la “viveza criolla”, la sapada como se dice hoy, por la iluminación deficiente hacía sus víctimas a los extranjeros especialmente con los sombreros de paja toquilla, “ay del iluso extranjero que compre un sombrero de paja en una de estas ferias, ya que es imposible para un comprador conocer la fineza de la mercadería que está llevando con una luz tan tenue. Ya es tarde cuando el comprador suele descubrir que ha pagado dos o tres veces el valor del objeto”.[6]

El crecimiento de Guayaquil está registrado en planos como el de Villavicencio levantado en 1858, y posteriormente en el de Millet de 1881, en los que aparecen como ejes de su desarrollo de norte a sur, las calles de la Orilla, la Real (Panamá) y la Nueva (Rocafuerte) con dos cuadras de profundidad hacia el oeste. A partir de la Av. Nueve de Octubre, la ciudad se ensancha hasta las calles Boyacá y Chanduy. 

Hacia el sur, la ciudad ya rebasaba el estero de Saraguro, que más tarde sería la Av. Olmedo y con las calles del Arenal y del Astillero están presentes la de la Industria (Eloy Alfaro) y varias transversales, entre ellas Huancavilca. Según el catastro de la ciudad realizado en 1881, habían “243 casas de tres pisos, 956 casas de dos pisos, 118 casas de un piso y 21 muelles”.[7]

Además, en ese tiempo histórico se daba en la ciudad un intenso proceso de crecimiento. Su espacio y demografía se multiplicaban ostensiblemente. Por entonces, existían 2.484 números domiciliarios con 44.772 habitantes, de los cuales el 10% eran extranjeros. Podríamos decir que se trataba del primer auge urbano que culmina en 1930.

El esplendor alcanzado, sin ninguna duda responde a las condiciones económicas reinantes en la urbe, al estímulo de la gran exportación cacaotera y otros productos menos valiosos, y al dominio que en lo político tenía la pujante burguesía exportadora, lo cual concentró en la ciudad una gran variedad de actividades comerciales. 

Esa concentración de trabajo y acicateada por los jornales que se pagaban en las plantaciones y otras actividades porteñas, atrajo una nueva migración interna, a tal punto que en 1899 la población alcanzó los 60.438 habitantes. En las primeras décadas el siglo XX la ciudad ocupaba una superficie de 720 hectáreas, enorme crecimiento con que queda superado el periodo de conformación urbana, y entra “de lleno en el proceso de urbanización en el que Guayaquil adopta características particulares que la diferencian de las otras formaciones urbanas del país”.[8]


Cronistas e historiadores, cuentistas y novelistas, cartógrafos y pintores, todos han ido legando a la posteridad su imagen e idea del puerto de Santiago de Guayaquil. La huella que se discierne en esas imágenes y escritos va de lo económico a lo histórico, de lo puramente descriptivo a la crisis de identidad; de los encuentros y desencuentros entre sujeto ilustrado y objeto espacial en constante proceso; de un puerto en continua transición hacia una definición iconográfica y humana que en la actualidad pretende el sondeo profundo de la voz unánime que lo configura y determina; que va, en fin, tras el rastreo, la ampliación, la recuperación y el entendimiento de su mitología y realidad” “Cronistas e historiadores, cuentistas y novelistas, cartógrafos y pintores, todos han ido legando a la posteridad su imagen e idea del puerto de Santiago de Guayaquil. La huella que se discierne en esas imágenes y escritos va de lo económico a lo histórico, de lo puramente descriptivo a la crisis de identidad; de los encuentros y desencuentros entre sujeto ilustrado y objeto espacial en constante proceso; de un puerto en continua transición hacia una definición iconográfica y humana que en la actualidad pretende el sondeo profundo de la voz unánime que lo configura y determina; que va, en fin, tras el rastreo, la ampliación, la recuperación y el entendimiento de su mitología y realidad”.[9]

Al término del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, Guayaquil ya se había constituido en la ciudad comercial más importante del país. España la consideraba una de sus zonas privilegiadas para el intercambio y como depósito de armas. 

Las diferentes crónicas de la época dicen que Guayaquil había despegado en un desarrollo mercantil intenso y continuo. Frente a la crisis de la Sierra, la ciudad se había constituido en el referente económico para sostener a la Corona. Su intenso comercio y los diferentes productos de importación y exportación así lo evidenciaba. 

Sin embargo, la situación colonial constituía un verdadero obstáculo para que el crecimiento y el desarrollo económico y comercial de Guayaquil continuara. Las imposiciones monopólicas, los gravámenes y las diferentes disposiciones jurídicas entorpecían el libre comercio de Guayaquil con otros puertos y naciones del mundo.

Comprendiendo esta situación, los diferentes emprendedores y comerciantes de Guayaquil fueron hábiles en aprovechar los efectos de las reformas borbónicas para dinamizar su crecimiento económico y mercantil. Sin embargo, la situación de subordinación colonial, y los gravámenes se levantaban como obstáculos para garantizar ese crecimiento y desarrollo económico de la ciudad.



[1]Hamerly, p. 124.
[2]Nombramiento
[3]Íbidem, p. 125
[4]Semanario “El Colombiano” del 29 de abril de 1830.
[5]“El Colombiano”, del 13 de mayo de 1830.
[6]Doctor Adrian Terry, “Viajes por la Región Ecuatorial de la América del Sur, 1832”. Quito,  Ediciones Abya-Yala, 1994.
[7]Julio Estrada, Guía Histórica de Guayaquil, Tomo 2, Guayaquil, Poligráfica, Pág. 279, 1995,
[8]Milton Rojas y Gaitán Villavicencio, “El Proceso Urbano de Guayaquil, 1870-1980. ILDIS CER-G. GUAYAQUIL, 1988, Pág. 28
[9]Humberto E. Robles, "Imagen e idea de Guayaquil: El pantano y el jardín (1537-1997)" apareció originalmente en CARAVELLE (Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Bresilien), nº 69, pp. 41-67, numero que dicha revista, publicada por la Université de Toulouse-Le Mirail, Francia, dedicó a los PORTS D'AMÉRIQUE LATINE.