lunes, 25 de junio de 2018




9 de Octubre de 1820  
Primera parte

Olmedo, el líder y pensador social del Guayaquil insurgente, define su visión estratégica sobre el proyecto independentista de Guayaquil y su provincia, su propuesta de ruptura e independencia total de España es clara, pero unitaria, fraterna y solidaria con el resto de las regiones del país. Su visión es hacia todos los pueblos serranos, por eso, liberar Guayaquil, pero ayudar a los quiteños es su prioridad.[1]

Como no es posible que ocurra una transformación o revolución sociopolítica aislada o desvinculada del mundo, podemos afirmar que, sin lugar a dudas, la gesta guayaquileña del 9 de Octubre de 1820, como consecuencia de las tendencias internacionales de la época, no solo es la raíz de la independencia ecuatoriana liderada por José Joaquín de Olmedo, sino que aporta con hombres, bienes y semovientes suficientes para alcanzar la independencia nacional y determinantes para liquidar los restos del poder colonial en la América meridional.

El Ayuntamiento de Guayaquil, los comerciantes, ciertas autoridades españolas vinculadas y la ciudadanía en general, fueron quienes lideraron el rechazo a la complicidad de la mayoría de los virreyes peruanos, que por proteger sus intereses y los de los comerciantes limeños, no acataban las disposiciones de la metrópoli para implantar las reformas dictadas por Carlos III. 

La economía guayaquileña estaba dominada por una elite de productores de cacao y comerciantes que se movía en un entorno pleno de intereses económicos, sociales y políticos, que al estar sometida a un monopolio amparado desde la corona y el Consulado de Comercio de Lima, en beneficio de los comerciantes de Trujillo, Piura y Lima, desarrolló mayor odio hacia estos que contra la monarquía y se propuso deshacerse de esta sujeción aberrante. 

Esta elite con el paso del tiempo, fue la protagonista de las variadas crisis y reclamos constantes por las exacciones a que estaba sometida. Era un estrato social que deseaba disfrutar de su esfuerzo y habilidades, e insistentemente reclamaba la implantación  del  libre comercio, contemplada en tales reformas, cuya falta de aplicación a finales del siglo XVIII y principios del XIX, producía el nivel más crítico de descontento.

En 1815, el descontento en la provincia por la reinstauración de los tributos que habían sido eliminados por las Cortes y la Constitución española, no se limitaba a las elites sino entre los caciques litoralenses que se negaban a pagarlos. En partidos como Santa Elena, Jipijapa, Montecristi, y la Sabana de Guayaquil, se produjeron motines al grito de “¡Viva la Constitución!”. 

En 1816, Guayaquil recibió el ataque del comodoro William Brown, armado en corso por el Gobierno de Buenos Aires para rebelar las poblaciones del Pacífico. Su ataque fue rechazado, sus marinos sufrieron una matanza a manos de los guayaquileños, y el propio Brown cayó prisionero. La victoria sobre la flotilla que comandaba el británico veterano de las guerras napoleónicas, “hizo que los guayaquileños cobraran conciencia de su propio poder”.[2]

Este conjunto de circunstancias son las que finalmente nos llevan a percibir que el 9 de Octubre de 1820, fecha magna de la independencia guayaquileña, debe ser entendido como un importante eje, proceso político y punto de partida de nuestro proyecto independentista y de la historia republicana del Ecuador, como un hecho histórico y proceso revolucionario que permitió que el golpe final al último reducto del colonialismo español se diera en las fechas y lugares que ocurrió y que la Historia recoja en Pichincha, Junín y Ayacucho. Sin la independencia de Guayaquil, la sorpresa y su organización, la reunión de los ejércitos de Bolívar y San Martín, se habría diferido y esta demora, a no dudarlo, habría sido determinante, si no fatal, para la emancipación total del continente.

Clase dominante que, además de propiciar la libertad de comercio, de acción y el respeto a los pueblos, veía con claridad la importancia de crear un poder militar y otras facilidades defensivas que pudieran permitir acciones armadas con su sola decisión. De ahí su insistencia en reclamar a Quito el traslado a Guayaquil de la Comandancia de Armas y la entrega al Cabildo de la ciudad, de la recaudación del derecho de sisa destinado a la defensa del puerto y la provincia.[3]

El pensamiento ilustrado, republicano y liberal que predominaba en éste estrato social de elite, es otro factor determinante para la concepción de la Revolución de Octubre.Olmedo su pensador y estratega, hizo gala de su ilustración liberal republicana en las Cortes Españolas de Cádiz,en cuyo ambiente, el hombre de mente brillante suma a su formación la influencia de los liberales españoles y americanos, que promulgaron la Constitución liberal española en 1812. 

Mientras estuvo en Cádiz, no se apartaba de su mente la idea de alcanzar la independencia y la autonomía para su patria. Sin embargo, asistió a sus asambleas como defensor del indígena, negociador de facilidades para las colonias y paladín de la libertad de comercio. En sus célebres discursos mediante los cuales logró la abolición de las Mitas, se puede leer entre líneas lo moderno y reformista de su pensamiento. “Hasta cuándo no entenderemos que solo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar la industria, la agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el cuidado de su fomento al interés de los propietarios”.[4]

Olmedo, como representante de una elite de comerciantes y exportadores asumió su papel de diputado de las Cortes, que perseguía la implantación deuna legislación adecuada para instaurar en América la libertad individual y de relaciones comerciales abiertas al mundo para progresar social y económicamente.[5]En 1814, Fernando VII disuelve las Cortes y en 1816, Olmedo vuelve a Guayaquil enriquecido con todo un bagaje de experiencia política.

En los cuatro años siguientes junto a otros guayaquileños ilustrados, madura la ruptura total con el régimen colonial y lidera la revolución del 9 de Octubre de 1820. El 8 de noviembre de 1820 reúne al Colegio Electoral formado por 62 representantes de los diferentes partidos (cantones). Que promulga el Reglamento Provisorio de Gobierno el 11 de noviembre, y por aclamación elige a Olmedo Presidente de la Junta de Gobierno y del Cabildo Guayaquileño. Es decir, le entregó el mandato civil de la Provincia y de su capital Guayaquil.

Con estas atribuciones organiza el ejército del primer jirón de nuestro territorio libre llamado División Protectora de Quito. Que es la semilla de aquella fuerza internacional, constituida por guayaquileños, cuencanos, colombianos, peruanos, venezolanos, chilenos, argentinos, ingleses e irlandeses, al mando de los generales Antonio José de Sucre y Andrés Santa Cruz que en Pichincha el 24 de Mayo de 1822 dio la total independencia a lo que sería nuestro país.



[1]Epistolario
[2]Jaime E. Rodríguez, “Revolución, independencia y las Nuevas Naciones de América”, Madrid, Fundación Mapfre Tavera, Págs. 551-552, 2005.
[3]“La crisis de la economía de la sierra y su posterior entronque con el territorio neogranadino, sellaron aún más la independencia regional costeña (...) Esta era la situación en el momento de la ruptura con la metrópoli; la costa ecuatoriana apareció así como una cuña entre las corrientes libertadoras del sur y del norte, que se disputaron su absorción. Incluida, finalmente, dentro de la flamante República del Ecuador, su integración a la misma quedó como un reto” Carlos Contreras, “Guayaquil y su región en el primer boom cacaotero”, en Juan Maiguashca, editor, “Historia y Región en el Ecuador, 1830-1930”, Quito, Corporación Editora Nacional/ FLACSO, p. 192, 1994.

[4]Mariano Fazio, Op. Cit., Págs. 71-72. José Joaquín Olmedo, Op. Cit. Discurso en la Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, Pág. 382

[5]“Sobre todo, Señor, establecido ya este nuevo orden de cosas, las Cortes deben procurar que todos los pueblos españoles piensen y obren con nobleza y con elevación; esto es, deben disponerlos a las grandes acciones que demanda una revolución tan grande como la nuestra; y es un delirio creer que obren con esa elevación pueblos oprimidos, humillados... pueblos esclavos.  Es preciso difundir ya las luces por toda la nación para que mejor conozca los nuevos beneficios que acaba de recibir.  Sigan otros las máximas del elocuente y peligroso filósofo, que para contener a los pueblos en obediencia y sujeción cree necesario tenerlos sumidos en las tinieblas de la ignorancia.  Sigan esas máximas los gobiernos malos y despóticos, porque a ellos les conviene; el gobierno español, templado y liberal, no debe temer ya las luchas de la nación.  La instrucción, la ilustración de los pueblos mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno, pero afianza y consolida las bases de una buena Constitución”. José Joaquín de Olmedo, “Segundo discurso sobre la abolición de las Mitas”, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla, México, Editorial J. M. Cajica, p. 426, 1960.

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