viernes, 8 de junio de 2018




16 de abril de 1827, último capítulo

El 6 de julio, se recibió la noticia que el Gobierno central había designado intendente del Departamento al general Ignacio Pareja, disposición constitucional que el Cabildo aceptó y envió una falúa a Naranjal para que fuese trasladado a Guayaquil. Ese mismo día, se despachó un mensaje al comandante general de Armas de Colombia, haciendo hincapié en la agresividad de Juan José Flores:
Guayaquil no se halla en otra revolución que la que han causado los señores generales Flores y Pérez. Se han empeñado en sobreponerse a la autoridad nacional, y en devastar el departamento. Cuando este pueblo abandonado a la anarquía por la fuga de los que gobernaban, hubo de constituir una cabeza que conservase el orden y obediencia a la Constitución y a las leyes, consignó esta resolución al discernimiento del poder ejecutivo, de quien espera las providencias correspondientes. Quedó sellada esta materia para que nadie fuese osado a interrumpir la marcha legal de que disfrutaba. Pero muy luego aquellos señores han encontrado el recurso de justificar la agresión que padecemos, atribuyendo a los guayaquileños el intento de agregarse al Perú. Por la gran dificultad de que por semejantes conductos llegue limpia la verdad a la presencia del gobierno, ha sido necesario resistir y abandonarse al exterminio, antes que esos señores establezcan aquí su señorío. Y esto es cuanto pasa en Guayaquil, quien algún día hará conocer a la nación y a todo el Continente el inicuo modo con que se la trata y quienes son los verdaderos criminales. Guayaquil: Imprenta de la Ciudad, por M.I. Murillo[1].
A todo esto, la presencia de La Mar en Guayaquil tocaba a su fin. Reunidos en la sala capitular, los ediles, recibieron como un balde de agua fría una carta con la renuncia del mariscal. Esta vez no había forma de eludirla; no se trataba de una argucia para librarse del compromiso y apartarse definitivamente de las dificultades que le había acarreado la decisión unilateral de designarlo, aunque fuere por aclamación popular, Jefe Civil y Militar de Guayaquil. 
La razón inapelable, fue que había sido designado Presidente de la República del Perú, y ese motivo era más que suficiente para que automáticamente renunciase a  la distinción guayaquileña que lo había llenado de satisfacción y orgullo. “A pesar del dolor que le causa dejar su familia y su País, se ve en el preciso e indispensable caso de marchar al Perú (...) y seguidamente manifestó S.E. los más vivos sentimientos de fraternidad, como uno de los mejores hijos que hacen honor al País de su naturaleza; con lo cual se despidió de la Municipalidad”[2].
Como guayaquileños que, además, a lo largo de la lectura nos hemos percatado de la gran astucia y la constante habilidad de Bolívar para apartar de su camino a quienes no le convenían a sus designios, no podemos dejar de pensar, en que Bolívar pudo maniobrar a través de sus incondicionales adeptos de Lima, para alejar a La Mar de Guayaquil.
La partida de Lamar para el Perú, en julio de 1827, dio paso a la instauración de un Gobierno Federativo en el Departamento de Guayaquil. El Cabildo Abierto que lo instituyó (julio 25), aprobó también que el Departamento continuaría vinculado a Colombia por el término de un año, en espera de que en ese lapso fuera convocada la Convención Nacional; de no suceder así, Guayaquil ejercería su derecho para constituirse como a bien tuviere. En lo inmediato, la asamblea declaró que Guayaquil se hallaba en libertad de darse sus propias leyes y designar a sus gobernantes y tribunales, lo que efectivamente hizo; anunció asimismo que se reconocería el pago de la deuda pública y los grados y empleos militares. Para acabar de cimentar su proyecto federativo, la asamblea designó a Diego Noboa para Intendente del Departamento y al coronel Antonio Elizalde –sobrino de Lamar– para Comandante General[3].
El día 20 de julio se dispuso la convocatoria de una gran Asamblea para el día 25, “para tratar sobre este particular y lo demás que convenga en beneficio de esta Capital y su Departamento”[4]. En ella se trataron y aprobaron quince puntos sobre la situación relacionada con la revolución de abril. Finalmente, la asamblea resolvió, con el apoyo del pueblo, cancelar a los empleados públicos, que al momento del enfrentamiento y la defensa del Departamento ante la agresión del Gobierno, habían abandonado la ciudad. 
Ese mismo día, fueron nombrados Diego Noboa como intendente del departamento y el coronel Antonio Elizalde, como comandante general de armas, y al disolverse la Asamblea, el pueblo manifestó su satisfacción por el éxito obtenido en tan numerosa manifestación pública. En esta, se resolvió también despachar al Libertador un correo en que las autoridades guayaquileñas expresaban su pensamiento en torno a los acontecimientos.
El 16 de agosto de 1827, circuló un suplemento del periódico de la ciudad, el semanario El Patriota de Guayaquil, informando a la ciudadanía que “Los pueblos de Portoviejo, Jipijapa y Montecristi apoyan el pronunciamiento de Guayaquil por el gobierno federal, y reconocen a los nuevos jefes civiles y militares del Departamento encabezados por Diego Noboa y el coronel Antonio Elizalde”[5].
Esto, más el recibimiento que prodigaron en Manabí a los hombres de la Tercera División, demuestran que lo acontecido involucraba a todo el Departamento de Guayaquil. Así continuó el semanario propalando las ideas federalistas, presto a secundar a quienes que con valentía se opusieron al Gobierno dictatorial y centralista de Bogotá. 
En estas circunstancias, Flores, connotado miembro de la aristocracia terrateniente quiteña, cesó de acosar militarmente a la ciudad, y, en secreto, se puso en contacto con los líderes del movimiento guayaquileño, aparentando interés en crear un estado federal independiente, formado por los tres departamentos del Distrito del Sur. 
Poco se ha escrito de por qué, cómo y cuándo la ruptura de las viejas relaciones de amistad, entre Bolívar y Rocafuerte, que se produjo precisamente con motivo de las discrepancias que tuvieron en torno a las ideas federalistas, con que don Vicente intentó convencerlo. 
Hay una extensa e interesante correspondencia, mantenida por ambos sobre el tema.  Pero Bolívar jamás estuvo de acuerdo con ellas y peor permitir que los guayaquileños se saliesen con la suya y sus “egoísmos patrios”. Por esa razón una de sus primeras preocupaciones, una vez asumido el poder en Colombia, fue restablecer la tranquilidad y las leyes en el importante Departamento de Guayaquil. Lo cual, en realidad implicaba, reprimir, y someter a quienes se atrevieron a soñar con la autonomía. 
Para ello, mediante una proclama, se dirigió al pueblo, acusando a los dirigentes de ser los causantes de la división, e instándolos a abrazarse fraternalmente “a la sombra de los laureles, las leyes, y el nombre de Colombia”[6]. Instancia que deja ver con claridad la diferencia entre la “diplomacia” de ese momento y la prepotencia esgrimida durante la toma militar de Guayaquil en julio de 1822.
Por entonces, cuando apenas habían transcurrido cinco años de la lucha en la ciudad por decidir qué destino tomar, es muy posible que estos deseos persistiesen. Aunque no en las mismas proporciones originales, pues la decepción y arrepentimiento de los bolivaristas era muy profunda. Sin embargo, deben haber existido grupos cuyas simpatías tendían indistintamente al federalismo, la sujeción al centralismo colombiano o el sometimiento a las ya marcadas ambiciones peruanas, situación que debe haber generado tensiones internas. 
Aprovechando el estado de agitación en que se encontraba la ciudad, los simpatizantes peruanos, dirigidos por los comandantes José Antonio Carvallo, Juan José y Ramón Arrieta[7], se amotinaron con la finalidad de proclamar su pertenencia al Perú. Mas, al no encontrar el apoyo del pueblo, se acobardaron, y en apenas dos días fueron anulados por las fuerzas del Gobierno guayaquileño. 
Este alzamiento desprestigió al movimiento federalista y al Gobierno del Departamento, permitiendo que Flores, quien permanecía agazapado en espera de la oportunidad para aplastarlos, se valió de una argucia para engañar a Elizalde, y conseguir el sometimiento de las tropas de la guarnición.
Flores y el general Ignacio Torres entraron en Guayaquil y el 25 de septiembre de 1827, entregaron al intendente Diego Noboa, que había tenido una enérgica actitud cuando se produjo el “motín de los Arrietas”, una carta fechada en Bogotá en agosto 15, mediante la cual se le informaba que el secretario de Estado y del Interior, por disposición del vicepresidente, general Santander, había designado intendente de Guayaquil al general Ignacio Torres. También se le informó que, estando ya convocada la Convención Nacional, que debía dilucidar la aspiración federalista de los guayaquileños, era necesario que todo volviese al orden constitucional. 
Antes de pronunciarse el Cabildo escuchó el dictamen de diez padres de familia y principales vecinos.[8]Todo esto deja en claro, que nunca hubo la apertura para entender qué y cuáles eran las posiciones guayaquileñas.
En los días subsiguientes, el general Torres, quien había sido posesionado como intendente por el Cabildo, se retiró y designó como tal al almirante Juan Illingworth[9]. Por lo cual, superado el conflicto y a la hora de las retaliaciones, el semanario El Patriota de Guayaquil, medio de expresión de la libertad ciudadana, fue clausurado en forma definitiva el 15 de septiembre de 1827. 
Y, lo sorprendente, es que haya sido hecho con la anuencia y conocimiento de Bolívar. ¿O no lo fue? Cinco meses duró el conflicto, y la decisión de los guayaquileños fue tal, que Flores no se atrevió a asaltar la ciudad por temor a sus resultados y consecuencias. Entró a ella por un ardid y cuando ya no habían tropas para sostenerla.
La Convención Nacional parcial al Gobierno central colombiano, fue una verdadera maniobra política que desvió la atención, y dejó sin piso legal a la transformación política por la que los guayaquileños lucharon. Sometidos a la autoridad colombiana, de la cual nunca tuvieron la intención de separarse (hay documentos que prueban), continuaron en las mismas o peores condiciones. 
Flores, por disposición del Libertador asumió el control total y definitivo del Distrito del Sur. Su triunfo sobre la intención guayaquileña de recuperar su autonomía mediante la constitución de un gobierno federal, es la misma semilla que permanentemente le germina al provincialismo y centralismo ecuatoriano para mantener sus privilegios en desmedro de la unidad y el progreso nacional. 
La historia nos enseña que la revolución del 16 de abril de 1827, no fue ni la primera ni única expresión de autonomía solidaria guayaquileña. Ni será la última, pues este sentimiento cada vez adquiere más fuerza, y la alcanzaremos para bien del Ecuador. Es la única forma y camino con que los ecuatorianos podríamos unirnos e integrarnos como una nación diversa.



[1] Proclama del Cabildo de Guayaquil, publicada el 5 de julio de 1827, en la Imprenta de la Ciudad. Colección Biblioteca Carlos A. Rolando, copias AHG.
[2] Acta del Cabildo de Guayaquil, celebrado el 20 de julio de 1827.
[3] Núñez, Op. Cit., p. 251.
[4] Acta del Cabildo del 20 de julio de 1827.
[5] Acta del Cabildo del 20 de julio de 1827.
[6] Acta del cabildo celebrado el 27 de agosto de 1827
[7] Asonada que fue conocida como el “motín de los Arrietas”, que se produjo entre el 9 y el 11 de septiembre de 1827.
[8] Acta del cabildo celebrada el 25 de septiembre de 1827.
[9] Actas del Cabildo, celebrados el 30 de septiembre y el 16 de octubre respectivamente.

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