viernes, 29 de junio de 2018


Masonería y Liberalismo: Semillas de Independencia. I

La masonería como nueva forma de pensamiento y expresión de libertad nació en Europa a principios del siglo XVIII. Inicialmente había surgido en la Edad Media como necesidad de los arquitectos y obreros para guardar secretos sobre técnicas empleadas en el arte de la construcción gótica. Los cuales, a fin de mantenerlos ocultos, lejos de intrusiones, levantaban barracas o vallados en torno a los edificios que les permitían trabajar a cubierto. Con el paso del tiempo, establecieron signos particulares para reconocerse y se sometieron a reglamentos u ordenanzas, lo cual les dio la oportunidad de ser los exclusivos conocedores y dueños de su arte. Más tarde, diseminados por Europa pusieron libremente en práctica sus doctrinas y procedimientos. Cuando en Francia se concedió a los obreros (maçons) la libertad civil y quedaron exentos de vasallajes, antepusieron a su nombre genérico la voz “franc” y empezaron a identificarse como “francmaçons”, que en su idioma significa “obreros libres”.
Para entonces el liberalismo europeo, pese a la oposición de la Iglesia católica tenía cada vez más adeptos. La ideología liberal consideraba a la Iglesia como inferior al Estado, al cual debía supeditarse; y esta a su vez la calificaba como una doctrina que buscaba legitimar los abusos de la libertad humana. Los acusaba de enfrentarse en lucha abierta contra la autoridad, y en especial contra la Ley Divina. Pero, al ser una doctrina que, prescindiendo de toda clase de justificación sobrenatural otorgaba al ciudadano todos los derechos producto de la voluntad humana, entre ellos el beneficio de su actividad ejercida con absoluta libertad, pronto captó el interés y la adhesión de los francmasones. Esta ligazón creció a tal punto que, con el tiempo, resultaba tarea imposible considerarlos por separado. Se fortalecieron unos y otros a tal punto que poco a se identificaron públicamente como liberales, dejando la masonería para la clandestinidad.
En 1789 la Revolución Francesa terminó con la monarquía de ese país, y cambió la vida social y colectiva en todos sus órdenes. El 26 de agosto de ese año, la Asamblea constituyente formuló la declaración de los derechos del hombre y los ciudadanos, cuyo primer artículo dice: “Los hombres nacen libres e iguales en derechos y las distinciones sociales no pueden fundarse más que en la utilidad común”. La contundencia de este y todos los artículos que fueron recogidos en ella, sacudieron profundamente los cimientos de todas las monarquías europeas. 
Estas libertades que Francia asumió como derechos de los ciudadanos, se extendieron por toda Europa las logias masónicas, todas ellas creadas bajo la norma y orientación del Supremo Consejo de la Masonería Primitiva de Francia. Autorizado en París por este órgano regulador, en 1795, Francisco de Miranda fundó en esa ciudad la “Logia Madre Hispanoamericana”. 
Tres años más tarde, el propio Miranda la trasladó a Londres bajo el nombre de “Gran Logia Hispanoamericana”. La cual, una vez afianzada en el medio y creado suficientes vínculos con los americanos residentes en esa ciudad, quedó dividida en tres entidades. Y, fue a través de estas que se desarrollaron estrategias propias para lugares específicos de la América española. De tal subdivisión surgieron la Logia “Lautaro” destinada a operar en la costa atlántica sudamericana; la llamada “Caballeros Racionales” se estableció en el Pacífico septentrional americano, y la “Unión Americana” en México, América Central y las Antillas. De esta conjunción de organizaciones clandestinas surgió la acción revolucionaria que orientaría el movimiento destinado a promover el rompimiento definitivo entre las colonias americanas y la Corona española.
Cádiz y los albores de la independencia 
El extenso y próspero periodo, de las reformas borbónicas, durante el cual Carlos III había gobernado España, llegó a su fin en 1788. Su sucesor, Carlos IV, rey indolente e ineficiente no pudo guiarla a través de la tormenta desatada por la Revolución Francesa. Sus noticias incidieron sobre los españoles, llenando de espanto a los nobles y ennoblecidos. Sin embargo, los reformistas, en razón de tales cambios abrigaban la esperanza que en su país se estableciese una monarquía constitucional. Depuesto IV, Fernando VII, fue quien obtuvo la aprobación del emperador de los franceses para ocupar el trono. 
A fin de revitalizar la nación, y oponerse a los franceses se creó la Junta Central para restablecer las Cortes, defender el trono de Fernando VII y unificar la nación. El 22 de enero de 1809 la Junta declaró la igualdad entre España y América para reafirmar lo cual, el 1 de enero de 1810 dispuso la elección de un diputado por cada provincia sin percatarse del enorme poder que les daba en la Asamblea. La Regencia española que residía en Cádiz, como último reducto libre, ordenó la reunión de las Cortes en septiembre de 1810. La cual, compuesta por toda la comunidad española, fue una verdadera asamblea nacional en el sentido moderno. Los más destacados liberales españoles y americanos conformaron una mayoría reformista, que sesionó desde el 24 de septiembre de 1810 hasta el 20 de septiembre de 1813. Espacio en el cual se centraron en transformar el mundo hispánico. Pretendieron abolir el feudalismo, suprimieron el tribunal de la Inquisición, impusieron controles rígidos a la Iglesia e introdujeron oficialmente la libertad de prensa. Las Cortes hicieron de la ciudad punto de encuentro y escenario privilegiado para la difusión del pensamiento liberal-masónico entre quienes llegaban de ultramar. Vinculados con los diputados que representaban los distintos órdenes coloniales conspiraban desde las logias francmasónicas. 
Como diputados de la Audiencia de Quito asistieron a las Cortes de Cádiz el quiteño José Mejía Lequerica, uno de los mejores oradores y de los pensadores más profundos de la Asamblea. José Joaquín Olmedo, por Guayaquil, apoyó con habilidad a Mejía, e inicia su gran tarea,que incluye la acción independentista de Guayaquil, la fundación de la República y la lucha por los derechos de la nación contra el militarismo extranjero en 1845. Este es un período vital para Olmedo, en el cual no solo se estrena como humanista republicano, sino que ejerce la inteligencia del tribuno liberal civilista destinado a construir la nueva república sin tutela colonial.
Cuando la segunda reunión de las Cortes en Madrid en 1814, los franceses habían sido casi expulsados de la Península. Vicente Rocafuerte estuvo entre los americanos que se incorporaron ese año y se sumó a una mayoría comprometida con la defensa del principio de la monarquía constitucional. La representación popular que legitimaba ese nuevo régimen fue desconocida por Fernando VII, quien gestionó la intervención de la “Santa Alianza” tanto en España como en la América rebelde. Con este apoyo, el 4 de mayo de 1814 disolvió las Cortes. 
La estructura constitucional se desplomó y el ejército inició la persecución de los liberales. Los cuales para no ser encarcelados desaparecieron del escenario. Rocafuerte huyó por la frontera a Francia, recorrió las altas esferas y se nutrió del pensamiento republicano ilustrado europeo. Finalmente se estableció en Londres, donde protegió a los pensadores liberales y políticos españoles que también habían escapado. Olmedo, buscó refugió entre amigos masones y liberales, y entre ellos tuvo las mejores oportunidades para enriquecer su pensamiento. Permaneció en Madrid hasta 1816 en que pudo embarcarse y volver a Guayaquil. El rey había reafirmado su autoridad en América, pero las logias masónicas liberales establecidas en ella no se dieron por vencidas. Y, mientras España se desangraba y desgastaba por mantener la monarquía absoluta. En América, los criollos, inmersos en una ardua y cruenta guerra estaban empeñados en alcanzar la independencia de sus países y la toma del poder político. 

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