16 de abril de 1827 Segundo Intento Autonómico
A lo largo de los pocos años de dependencia de Colombia, en distintos tonos y oportunidades, los guayaquileños expresaron su latente autonomismo, fomentado y fermentado por el centralismo colombiano. La reacción más seria tuvo su inspiración, cuando el 27 de enero de 1827, la Tercera División Auxiliar al Perú, formada por los batallones colombianos (compuestos mayoritariamente por hombres del Distrito del Sur) “Araure”, “Rifles” “Caracas” “Vencedores” y un regimiento de húsares de Junín, constituido por dos escuadrones, se sublevaron en Lima. A la cabeza de la rebelión, como jefe de Estado Mayor, estaba el teniente coronel José Bustamante y el coronel Juan Francisco Elizalde La Mar, ambos guayaquileños, este último primo del gran mariscal La Mar.
Bolívar, ya no se encontraba en el Perú y los soldados colombianos que habían cumplido con honor y gloria la guerra por la independencia de ese país, luego de tres años de permanencia en él, deseaban volver a su patria. Nada, excepto la disciplina y los planes del Libertador, parecía obligarlos a mantenerse lejos de su terruño. Además, su presencia, no solo causaba desazón en el pueblo peruano, si no que, también, deseaban liberarse de las “tropas extranjeras que vejaban a las poblaciones con las insolencias de vencedores, que consumían las rentas después de haber sido magníficamente recompensadas.” [1]Todo esto los convertía en blanco del más grande repudio. Se ha dicho que fueron estimulados con dinero para que procedan como lo hicieron, es posible. Pero, también, debemos reconocer que los peruanos estarían hartos de ellos y estos de guerrear y permanecer tanto e inútil tiempo en tierra extraña. Era la conjunción de hastío, cansancio, repudio y rechazo a la prepotencia.
Hay historiadores que aseguran que la causa de esta acción nace de un contubernio entre los gobiernos del Perú, Estados Unidos y Santander, vicepresidente de Colombia, en alianza secreta con La Mar, con la finalidad de derrocar al gobierno centralista colombiano. Los hay también que sostienen que se le dio dinero a Bustamante y a Elizalde para incorporar a Guayaquil al Perú. [2]Nosotros no creemos esta especie porque se fundamenta en calumnias nacidas de quienes desconocen la permanente presencia del espíritu autonómico guayaquileño y de los aferrados a Colombia. Por otra parte, era evidente que los Estados Unidos, encontraban inconveniente a sus intereses el establecimiento de otra nación poderosa al sur del continente y su intervención fue más que probable.
Las cosas no eran así de simples, nacidas de juicios, puramente, desde el punto de vista colombianista. En primer lugar, la utopía de Bolívar de crear una Colombia grande en base a nuestros atrasados y distantes países entre sí, desarticulados física y espiritualmente, no pasaba de ser eso, una quimera. El proyecto de esta nación grande “no contó con mayor sustento económico, lo que impidió atender muchos aspectos de la vida del país, así mismo, no logró la cohesión de sus regiones, permitiendo en ocasiones la competencia y hasta la rivalidad.” [3]Roto el único eslabón que los unió, esto es, la lucha mancomunada por la libertad, las tendencias políticas, los intereses e identidad de cada distrito y departamento, pugnaron por agruparse en sociedades independientes y autónomas. Además, emergieron a la superficie de la pugna los intereses de los caudillos militares, formados en la guerra, con sus propias ambiciones y aspiraciones.
En segundo lugar, la insurrección de enero no respondió a ningún plan preconcebido, es una acción, que inclusive tomó de sorpresa a los peruanos, al punto de apresurarse “a proporcionar a los sublevados los transportes, y cuanto para su regreso a Colombia les era necesario, después de pagarles una gran parte de sus haberes militares.” [4]
El espíritu autonómico característico de los guayaquileños (de ayer y de hoy), en particular, se valió de ella, como ya lo hemos dicho, como una coyuntura buscada desde mucho tiempo atrás. Creyeron que, aprovechándose de esta presencia militar, que aparentemente equilibraba fuerzas, lograrían librarse de una dominación odiosa desde sus primeros momentos. En esta ciudad y su provincia, las guarniciones estaban formadas por extranjeros, no había tropas confiables, locales, para tales propósitos.
Recordemos que, lo primero que hizo Bolívar, para asegurar la ninguna resistencia armada a la anexión de la Provincia Libre, en julio de 1822 y evitar el alzamiento de los espíritus rebeldes que él mismo había constatado existían, fue no dejar en ella un solo cuerpo militar formado por hombres nativos. Obrando con astucia y para asegurar sus planes, a todos los envió al Perú. De allí que, es imposible no colegir que estos conformaban, mayoritariamente, la división sublevada en Lima. En esta ciudad, mantuvo solamente jefes y tropas granadinas y venezolanas. Digo que fue una coyuntura, pues de la misma forma ocurrió con la Revolución de Octubre de 1820; la presencia de los oficiales venezolanos, Urdaneta, Febres Cordero, etc., fue la opción y oportunidad militar esperada. Así la rebelión del Perú, realizada por tropas y oficiales guayaquileños y azuayos, y la casual presencia de La Mar en su hacienda Buijo [5]se complementaron, muy convenientemente con su vieja e inmanente aspiración autonomista.
Ha de recordarse que el gran mariscal La Mar, nació en Cuenca: fue cuñado de Vicente Rocafuerte y gran amigo de Olmedo; tío de los coroneles Juan Francisco y Antonio Elizalde La Mar. El primero de ellos, alto oficial de la Tercera División insurrecta y factor decisivo para su rebelión en Lima y de la invasión a los departamentos de Azuay y Guayaquil. Su hermano Antonio era jefe de estado mayor de la plaza de Guayaquil. Entonces, si los vínculos entre participantes eran tan evidentes, no se debe afirmar que fuerzas externas impulsaron la revolución federalista de Guayaquil. Por eso no coincidimos con aquello de calificar (apresuradamente) a La Mar de traidor. Concordamos plenamente con lo que sostiene el doctor Pío Jaramillo Alvarado respecto a este valioso militar azuayo
Su participación, por haber estado presente, de forma accidental, como consta en las actas del Cabildo guayaquileño, fue obligada precisamente por que mediaban estas características de nacionalidad común, familia y amistad. No es posible, entonces, que esta insurrección guayaquileña haya tenido el respaldo de Santander, quizá urdió darlo posteriormente.
En el acta del Cabildo celebrado el mismo día de la revolución, consta que La Mar, fue obligado por la Corporación Municipal a asumir la dirección del departamento de Guayaquil. Además, en carta dirigida al general José Gabriel Pérez, Jefe Superior del Sur, confirma lo anterior, diciendo: “Señor General: A US. consta que yo estaba en el campo y que vine a esta ciudad el 15 del corriente teniendo ya listo el buque que debía conducirme a Lima como Diputado al Congreso, que debe reunirse el 1º del mes de Mayo próximo; por tanto, solo puedo responder a la nota apreciable de US. acompañándole el acta celebrada por esta Ilustre Municipalidad, que me ha puesto en el terrible compromiso de admitir este mando; ya se ve, que se me ha hecho creer que así se evitarían muchos males”. [6]
En el mismo sentido, el 18 de abril, La Mar se dirige al Secretario de Estado del Departamento del Interior, explicando que a pesar suyo, se encuentra comprometido con la dirección del departamento, pues no obstante su oposición, fue, por decisión popular, obligado a asumir; “no habiendo podido lograr que el pueblo, ni la misma Municipalidad atendiesen mi profunda resistencia como General peruano y que estaba a punto de marchar a Lima como Diputado al Congreso que debe reunirse allí el 1º de Mayo Próximo”. [7]Estos son documentos que reafirman su ningún interés por desempeñarse en cargo destacado alguno o de anexar Guayaquil al Perú, como se lo ha asegurado en forma malintencionada.
Los hechos
Tanto el departamento de Guayaquil, como todo el territorio de la antigua Audiencia, estaban subordinados a lo que disponía un decreto legislativo, promulgado el 9 de julio de 1821, mediante el cual se había otorgado a Bolívar facultades extraordinarias para con la fuerza militar, establecer el control y gobierno de las provincias liberadas. Este decreto continuó en vigencia por muchos años y, consecuentemente, las garantías constitucionales colombianas solo eran letra muerta. Esta libre disposición sobre vidas y haciendas, que les había permitido esquilmar y atropellar los derechos de las gentes en todo el país hoy ecuatoriano, estimuló un profundo odio, que los habitantes del litoral, en particular los de Guayaquil, conservaban profundamente arraigado hacia el militarismo extranjero, especialmente contra el colombiano.
Hasta el año de 1828 se vivía en el Sur bajo el régimen de terror. Salom en Pasto y después su teniente el Coronel Flores, en Quito el Coronel Morales y en Guayaquil el General Juan Paz del Castillo comprimían no solo los movimientos revolucionarios como en Pasto, sino que castigaban de muerte por las más ligeras sospechas. Estas escenas de sangre servían en Guayaquil para avivar la odiosidad a los colombianos y en las demás provincias para hacerles arrepentir del entusiasmo con que habían recibido a sus Libertadores haciendo por ellos los más nobles sacrificios. (...) la Constitución de Colombia no existía sino en el nombre, en los Departamentos del Sur, gobernados arbitrariamente por un Jefe Superior, empleo inconstitucional que dependía del Libertador, de quien recibía órdenes en todo lo relativo a la guerra y aun a otras ramas de la administración, por poco que tuvieran relación con ellas. [8]
Por estos antecedentes de sujeción ominosa y centralismo excluyente, es que, tan pronto se produce en Lima la insurrección de las fuerzas especiales que prestaban servicios en ese país, los guayaquileños, con la revolución del 16 de abril de 1827, se proponen exigir a Bolívar el establecimiento de un gobierno federal para organizar de mejor manera la administración de Colombia, que ya traslucía situaciones críticas.
[1]Francisco X. Aguirre Abad, Op. Cit., pp. 444-445.
[2]La nota del General La Mar de 12 de mayo al General Flores, justifica que la pretensión de estos sediciosos era sustraer a Colombia sus Departamentos del Sur y agregarlos al Perú en cambio de un poco de dinero ofrecido a Bustamante y sus cómplices. A.J. de Sucre, Op. Cit., pp. 328-330.
[3]María Susana Vela Witt, el Departamento del Sur en la Gran Colombia, 1822-1830, Quito, Abya-Yala, 1999, p. 105.
[4]Aguirre Abad, Op. Cit. pp. 444-445
[5]La Corporación Municipal, reunida en asamblea, se pronunció por el golpe revolucionario de la Tercera División Auxiliar al Perú, y, en vista que las autoridades nombradas por el ejecutivo de Colombia, habían abandonado sus cargos, resolvió designar al mariscal La Mar –que se encontraba en su propiedad agrícola de “Buijo”– para dirigir la administración departamental civil y militar. José Antonio Gómez, Algunos referentes históricos guayaquileños, Guayaquil, ESPOL, 2000, p. 120.
[6]Daniel Florencio O’Leary, Memorias del general O’Leary, Caracas, Editorial El Monitor, 1884., Tomo XXV, pp. 254-255.
[7]O’Leary, Op. Cit., Tomo XXIV, p. 257.
[8]Francisco X. Aguirre Abad, Op. Cit., p. 431-432.
No hay comentarios:
Publicar un comentario