jueves, 7 de junio de 2018





16 de abril de 1827, II
Con el fin de trasladarse al Distrito del Sur, su tierra natal, en abierta rebelión contra el gobierno centralista, tropas y oficiales se movilizaron, unos hacia el Azuay y otros, por mar, a Guayaquil. El teniente coronel José Bustamante tomó el mando de Rifles, Araure y del regimiento de húsares. Penetró a territorio colombiano por la vía de Macará, y entregó el mando al coronel Juan Bautista Elizalde de los batallones Caracas y Vencedores, con los cuales, a principios de abril, desembarcó en algunos puntos de las playas manabitas[1].
Se debe reparar hacia dónde se movilizaron estas tropas. Y se encontrará, que desde la lucha por nuestra independencia hasta las reacciones contra el centralismo colombiano, Cuenca y Guayaquil, siempre coincidieron.
Una vez reunidas las tropas y formadas en compañías penetraron al territorio de la provincia hasta llegar a las goteras de Guayaquil. El coronel Juan Francisco Elizalde al mando de 400 hombres, se acantonó en sus inmediaciones. 
Ante la presencia de tal contingente armado, el coronel Vicente González, hombre profundamente nefasto y de mala recordación para los guayaquileños, fue enviado a reclamar a Elizalde la sumisión a las autoridades del Departamento. Pero su respuesta tajante, fue la de exigir la inmediata desocupación del territorio por parte de las autoridades departamentales, las cuales ante tal amenaza se pusieron en fuga.
La influencia del pensamiento de Olmedo y Rocafuerte, respecto a la necesidad de que Guayaquil se constituyera en espacio autónomo o federal, desde los años previos y posteriores a la revolución de Octubre, caló hondo en el espíritu abierto, buscador y rebelde de los guayaquileños. 
Así germinó, sin ninguna dificultad, en el campo abonado por el sentimiento autonomista mayoritario, que primó en nuestra ciudad desde la época colonial. Esta actitud se fue acentuando conforme sus elites y el pueblo tomaron la decisión. La fuerza del republicanismo ilustrado de Olmedo que desde su juventud orientó su pensamiento hacia la democracia, y concibió los fundamentos de la autonomía guayaquileña, sumados al federalismo propiciado por Rocafuerte, que en defensa del sistema establecido en México, publicó su obra Ventajas del Sistema Republicano, Representativo, Popular Federal(1827), sentaron sus reales en la conciencia ciudadana hastiada de abusos y atropellos. 
En esta obra, Rocafuerte, influenciado por la experiencia del gobierno representativo practicado en las Cortes españolas, proclama al sistema republicano y constitucional de gobierno, como el camino para alcanzar el éxito administrativo de los países poscoloniales, y, recomienda la adopción y perfeccionamiento de las instituciones liberales, como indispensables para alcanzar el desarrollo y la prosperidad. 
La intención de Guayaquil de constituirse en un estado federal dentro de la República de Colombia, no fue, de ninguna manera, un movimiento novelero salido del tropicalismo de sus ciudadanos. Es la respuesta a un profundo pensamiento político, a una ideología que se nutre de la libertad inmanente a la naturaleza humana. En esencia, las ansiadas autonomías de hoy, tienen el mismo origen, son el producto de las ideas de Olmedo y Rocafuerte, que, a lo largo de los años, al fin, parecen querer concretarse.
Evidentemente esta forma de pensar que fue determinante para la aspiración federalista que tomó cuerpo en Guayaquil a partir de 1826. Desgraciadamente, numerosos gobiernos y el propio Rocafuerte, en su momento, recurrieron a la fuerza como medio de resolver los conflictos sociales, económicos, políticos y religiosos que dividían al país.
La presencia de Elizalde (hermano de Antonio, héroes y próceres del 9 de Octubre, quien no era un invasor ni un insubordinado) y sus tropas, que era cosa esperada por los guayaquileños. Fue recibida por los autonomistas o federalistas de toda la provincia, como una oportunidad imposible de desperdiciar. 
Con el respaldo de aquella fuerza militar, en la mañana del 16 de abril, el pueblo exacerbado desconoció la autoridad del Jefe Superior del Sur, coronel José Gabriel Pérez, pero se ratificó en la obediencia a la Constitución y leyes de Colombia. Las tropas que guarnecían la ciudad, al mando del coronel Antonio Elizalde y del segundo comandante del batallón Guayas, teniente coronel Rafael Merino, se amotinaron, y sometieron al cuartel de artillería, situado al norte de la ciudad. 
Por otra parte, el general Barreto se apoderó de la mayor parte del escuadrón de Húsares, con los cuales sometió la guarnición y puso en fuga a las autoridades que regían el Departamento. Entre ellos, los generales Valdés, y Tomás Cipriano Mosquera, el coronel Rafael Urdaneta, y los comandantes Campos y Lecumberry, además, de 14 oficiales de diferentes graduaciones. 
Con el apoyo del capitán del puerto, Manuel A. Luzárraga,buscaron refugio en los bergantines de guerra “Colombia” y “Congreso”, y los buques “San Vicente” y “Olmedo”, fondeados en el río Guayas. “Guayaquil se presenta en el día bajo una administración, regida por las leyes de la República de Colombia, y unido a la Nación; sin embargo, de hallarse disueltos los vínculos constitucionales”[2].

Guayas y Manabí, federalistas
La Corporación Municipal, reunida en asamblea, se pronunció por la protesta revolucionaria de la Tercera División Auxiliar al Perú, y, en vista que las autoridades nombradas por el ejecutivo de Colombia, habían abandonado sus cargos, resolvió designar al mariscal La Mar para dirigir la administración departamental civil y militar. Destacado militar y ciudadano que se hallaba casualmente en su propiedad agrícola de “Buijo”, en espera de asistir como diputado al Congreso peruano. 
La ciudadanía en su permanente búsqueda por los cambios políticos y administrativos nacionales profundos, que habían sido puestos en el tapete, pero no discutidos ni resueltos, previendo ataques armados no escatimó sacrificios personales ni económicos, por lo cual, el Cabildo estableció “las cantidades recibidas últimamente del vecindario en calidad de préstamo”[3].
Al día siguiente, Mosquera envió una carta al mariscal La Mar, en la que pide explicaciones e información sobre los motivos que tuvo la ciudadanía para destituirlo de su cargo constitucional, y le asegura que se encuentra tranquilo, al saber que gracias a él (La Mar), reina el orden en la ciudadanía[4].
Apenas producidos los acontecimientos, los guayaquileños, pese a estaren estado de rebelión, se manifestaron unánimemente por afirmar la sujeción a la República. Por conducto del ministro de Estado del Interior,procedieron a informar al ejecutivo de todo lo ocurrido el día 16, y de las intenciones que estos hechos tenían. Pues se consideraba de absoluta necesidad que el gobierno estuviese al tanto de lo sucedido. 
Simultáneamente se puso al corriente a la “Honorable Cámara del Senado de la República, por conducto de los señores Doctores FranciscoMarcos y Pablo Merino, nombrados por este Departamento”[5]:
habiendo venido a esta Capital por orden del Supremo Gobierno de la Nación, el señor General de Brigada Antonio Obando, a hacerse cargo de la Tercera División Militar del Perú, que se halla en parte en este Departamento, le ordena a su señoría Ilustrísima (La Mar) haga efectiva la orden del Supremo Gobierno, mediante a hallarse a la cabeza de Guayaquil desde el amotinamiento de las tropas en la mañana del 16 de Abril último. (...) que habiendo cambiado las circunstancias de Abril acá, y teniendo el Gobierno más que medios suficientes en el Sur para hacer respetar su autoridad, ponga en posesión del mando de ese Departamento al citado señor General Obando, quien tiene instrucciones para restablecer el orden constitucional, el Gobierno y las autoridades legítimas, añadiendo que no quiera Dios, que, continuando su marcha los autores del amotinamiento del diez y seis, intenten envolver este Departamento en miserias y ruina, etc.; concluyendo, que si por desgracia así sucediere, a pesar de lo sensible que le será emplear la fuerza, lo hará porque es de su deber, y porque el Gobierno lo ordena[6]
El general Antonio Obando, enviado por el mando militar del Departamento del Sur, vino a Guayaquil para hacerse cargo del comando de las tropas. Pero la oficialidad de menor graduación, que eran los verdaderos comandantes de la fuerza con que se contaba para impedir la toma de la ciudad, no se sometieron (cortésmente) a su autoridad militar. La ciudadanía que estaba de acuerdo con la implantación del federalismo como forma de gobierno, los respaldó, por lo cual, al poco tiempo, el general Obando pidió su retiro del conflicto. 
“Y, habiéndose leído, se penetró esta Municipalidad de los buenos sentimientos con que se conduce el señor General Obando, y por tanto se acordó que se le conteste, dándole las gracias por su laudable comportamiento en beneficio de la paz y tranquilidad de esta Capital y su Departamento, como que está bien persuadido por, experiencia práctica de que no se apetece otra cosa, sino el orden en todo obedecimiento al Gobierno”[7].
La ciudad y sus autoridades tenían a Obando como su testigo del cumplimiento de la Constitución y las leyes colombianas. De la situación política y del ánimo colectivo, que no era otro que el de esperar la respuesta del Gobierno respecto a sus aspiraciones de constituir un estado federal. Confiaban que la palabra y el honor del general, lo llevarían a testificar honestamente sobre la real situación político-administrativa en que se hallaba Guayaquil. Sin embargo, las cosas no ocurrieron de la forma esperada.

A todo esto, el general Pérez, ansioso por someter a Guayaquil, había ordenado a Flores el asalto a la ciudad. En los días siguientes, se cumplió una comisión presidida por el general Juan Paz del Castillo, que se entrevistó con Flores, de cuya reunión, no salió nada positivo, sino la ratificación de las intenciones de Pérez de tomar la ciudad por la fuerza. 
El 12 de junio, con la presencia del mariscal La Mar y del general Obando, el Cabildo redactó la respuesta al general Juan José Flores, ratificando la lealtad de Guayaquil a Colombia y la decisión de sacrificarse contra cualquier agresión:
Los Cuerpos de la Tercera División Colombiana, están bajo las órdenes del benemérito señor General Antonio Obando, y ni el Gobierno de este departamento ni la Municipalidad, pueden deliberar cosa alguna sobre ellos. El Batallón “Guayas” no puede ser disuelto, sin expresa orden del Gobierno Supremo. A Guayaquil no pueden venir el batallón “Quito” ni el Escuadrón Cedeño, sin la misma orden, y los Jefes y Oficiales veteranos comprometidos en el acontecimiento del 16 de abril último, deben aguardar las superiores resoluciones por estar comprendidos sus procedimientos en lo mismo de que se ha dado cuenta (...) El señor General Antonio Obando, se manifestó ratificando sus mismos anteriores sentimientos; y el señor Gran Mariscal la Mar, ratificó también los suyos. La Municipalidad, con toda la efusión que corresponde a su deber en las actuales circunstancias en el preciso caso de defender esta Capital y su Departamento, se contase en todo y para todo con cuantos auxilios y recursos estén a los alcances de esta Corporación, y que bajo este firme concepto operen en sus disposiciones según lo tengan por conveniente (...) y así puede V.S., seguir profanando nuestro suelo en la suposición de que todos los guayaquileños están prontos a sacrificarse por defender sus hogares y sus hijos, siendo V.S. responsable ante el Supremo Gobierno y ante el mundo entero, de cuantos males sobrevengas por tan injusta agresión[8].
Desde los primeros días de julio, la ciudadanía estuvo sometida a gran agitación e incertidumbre. por sospechosa actividad del general Flores y sus tropas, que habían comenzado su retirada hacia el interior, abandonando la intención de tomar a Guayaquil por la fuerza: “El ejército que marchaba sobre Guayaquil ha regresado al Ecuador a situarse en diferentes puntos del Departamento. Esto debido a la tensa situación suscitada por la idea federacionista de Guayaquil”.[9]
El general Obando era un mediador pacifista, que no deseaba una guerra civil. Mas, la presión militar ejercida por Pérez y Flores, contrarios a su actitud lo forzaron a retirarse del mando. Acto seguido, por intermedio del cura de Daule, fray Juan de Herrera Campuzano, Flores, en un intento de sembrar el temor, anunció que Pérez había retomado el mando y dispuesto nuevamente la acción de fuerza. Y según él, eran órdenes que debía acatar por ser este su superior. Mediante el mismo fraile, el Cabildo le respondió con una altiva nota, cuyo texto se dio a la imprenta y circuló profusamente entre el vecindario. 



[1] “Si en lugar de dividir sus fuerzas hubiera Bustamante atacado y tomado a Guayaquil con todas sus tropas, y seguido su marcha hasta Pasto a dar la mano al Gobierno constitucional, la dictadura de Bolívar habría acabado desde entonces.” Francisco Xavier Aguirre Abad, Op. Cit. p. 445.
[2] Semanario El Patriota de Guayaquil, del 16 de abril de 1827.
[3] Acta delCabildo de Guayaquil celebrado el 17 de abril de 1827.
[4] O’Leary, Op. Cit., Tomo XXV, Carta de T.C. Mosquera a La Mar del 17 de abril de 1827, pp. 254-255.
[5] Acta del cabildo celebrado el12 de mayo de 1827.
[6] Ibídemcabildo del6 de junio de 1827.
[7] Acta del Cabildo de Guayaquil celebrado el8 de junio de 1827.
[8] Acta del cabildo celebrado el 12 de junio de 1827.
[9] Semanario El Patriota de Guayaquil, 6 de julio de 1827.

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