domingo, 24 de junio de 2018



Guayaquil dinámico

Guayaquil y sus comerciantes cacaoteros nunca se arredraron frente a los obstáculos. Supieron sortearlos con habilidad y astucia. Incluso no vacilaron en acudir a mecanismos no tan lícitos como el contrabando para impedir que les bloqueen su producción y comercio. Por eso, es cierto lo que se afirma respecto a que, de esta forma, “Del comercio ilegal del contrabando y de la construcción naval, el puerto de Guayaquil gozó de cierta prosperidad durante la mayor parte del siglo XVII”.[1]

Pero el Cabildo guayaquileño, ante estos limitantes y tratamiento excluyente nunca estuvo cruzado de brazos. En permanente gestión intervino ante los virreyes del Perú, primero, y luego del de Nueva Granada para obtener la autorización para enviar a Acapulco tres navíos al año, e igualmente al puerto mexicano del Pacífico despachar una fragata de 300 a 400 toneladas. José Joaquín de Olmedo, era diputado por Guayaquil ante las Cortes de Cádiz (1812)[2].

Este ilustre guayaquileño, que al mismo tiempo, pertenecía a una de las familias más prósperas del comercio de Guayaquil, trabajó intensamente frente a los funcionarios españoles para desbloquear los obstáculos que le ponían al comercio guayaquileño. Para esto, hizo grandes esfuerzos por obtener la abolición de todos los impuestos al cacao dentro del comercio del imperio y la ansiada libertad de tráfico mercantil con todos los países. 

Las cosas empezaron a cambiar cuando los cabildantes guayaquileños decidieron no tratarlas más por la vía de las conveniencias y optaron por enrostrar al rey Fernando VII los numerosos servicios que la ciudad había hecho a la corona: como no plegar al movimiento quiteño del 10 de agosto de 1809 y rechazar exitosamente en 1816 el ataque del almirante William Brown, a sabiendas de no se trataba de un ataque pirata sino de insurgentes argentinos. 

Por eso, “de manera subrepticia la corona le concedió a Guayaquil el comercio libre de impuestos con la Madre Patria. El 3 de julio de 1818, Fernando VII decretó que los barcos que comerciaban entre la Península (Ibérica) y San Blas, California, no tenían que pagar derechos de importación o exportación sobre el dinero o cacao llevado de San Blas o cualquiera de los otros puertos californianos a España”.[3]

El siglo XIX fue para Guayaquil un siglo de prosperidad, su desarrollo político social va de la mano con su crecimiento físico. La educación se liberaliza “Las luces se difunden en ella sobre todas las clases del Estado, y sobre todas la que quieren instituirse sin más consideración que su enseñanza. El noble, el plebeyo, el soltero, el casado, todos sin distinción ven a sus hijos inocentes recibir los bienes de la enseñanza mutua, gloria del gobierno que cría y protege tan útil establecimiento”.[4]

“En representación de la escuela de niños, tomó la palabra el niño Gabriel Luque, quien con gran soltura y desembarazo pronunció un emotivo discurso, en el que destacaba la participación de don Vicente Ramón Roca, como fundador y protector de su escuela”.[5]

La economía popular se desarrollaba en el malecón al anochecer, una nube de compradores y vendedores después que habían terminado sus labores diarias, iban de un lado a otro buscando su conveniencia. Zapatos, sombreros y diferentes prendas de vestir se exhibían en los diferentes puestos o tendidos. 

Aquí era donde la “viveza criolla”, la sapada como se dice hoy, por la iluminación deficiente hacía sus víctimas a los extranjeros especialmente con los sombreros de paja toquilla, “ay del iluso extranjero que compre un sombrero de paja en una de estas ferias, ya que es imposible para un comprador conocer la fineza de la mercadería que está llevando con una luz tan tenue. Ya es tarde cuando el comprador suele descubrir que ha pagado dos o tres veces el valor del objeto”.[6]

El crecimiento de Guayaquil está registrado en planos como el de Villavicencio levantado en 1858, y posteriormente en el de Millet de 1881, en los que aparecen como ejes de su desarrollo de norte a sur, las calles de la Orilla, la Real (Panamá) y la Nueva (Rocafuerte) con dos cuadras de profundidad hacia el oeste. A partir de la Av. Nueve de Octubre, la ciudad se ensancha hasta las calles Boyacá y Chanduy. 

Hacia el sur, la ciudad ya rebasaba el estero de Saraguro, que más tarde sería la Av. Olmedo y con las calles del Arenal y del Astillero están presentes la de la Industria (Eloy Alfaro) y varias transversales, entre ellas Huancavilca. Según el catastro de la ciudad realizado en 1881, habían “243 casas de tres pisos, 956 casas de dos pisos, 118 casas de un piso y 21 muelles”.[7]

Además, en ese tiempo histórico se daba en la ciudad un intenso proceso de crecimiento. Su espacio y demografía se multiplicaban ostensiblemente. Por entonces, existían 2.484 números domiciliarios con 44.772 habitantes, de los cuales el 10% eran extranjeros. Podríamos decir que se trataba del primer auge urbano que culmina en 1930.

El esplendor alcanzado, sin ninguna duda responde a las condiciones económicas reinantes en la urbe, al estímulo de la gran exportación cacaotera y otros productos menos valiosos, y al dominio que en lo político tenía la pujante burguesía exportadora, lo cual concentró en la ciudad una gran variedad de actividades comerciales. 

Esa concentración de trabajo y acicateada por los jornales que se pagaban en las plantaciones y otras actividades porteñas, atrajo una nueva migración interna, a tal punto que en 1899 la población alcanzó los 60.438 habitantes. En las primeras décadas el siglo XX la ciudad ocupaba una superficie de 720 hectáreas, enorme crecimiento con que queda superado el periodo de conformación urbana, y entra “de lleno en el proceso de urbanización en el que Guayaquil adopta características particulares que la diferencian de las otras formaciones urbanas del país”.[8]


Cronistas e historiadores, cuentistas y novelistas, cartógrafos y pintores, todos han ido legando a la posteridad su imagen e idea del puerto de Santiago de Guayaquil. La huella que se discierne en esas imágenes y escritos va de lo económico a lo histórico, de lo puramente descriptivo a la crisis de identidad; de los encuentros y desencuentros entre sujeto ilustrado y objeto espacial en constante proceso; de un puerto en continua transición hacia una definición iconográfica y humana que en la actualidad pretende el sondeo profundo de la voz unánime que lo configura y determina; que va, en fin, tras el rastreo, la ampliación, la recuperación y el entendimiento de su mitología y realidad” “Cronistas e historiadores, cuentistas y novelistas, cartógrafos y pintores, todos han ido legando a la posteridad su imagen e idea del puerto de Santiago de Guayaquil. La huella que se discierne en esas imágenes y escritos va de lo económico a lo histórico, de lo puramente descriptivo a la crisis de identidad; de los encuentros y desencuentros entre sujeto ilustrado y objeto espacial en constante proceso; de un puerto en continua transición hacia una definición iconográfica y humana que en la actualidad pretende el sondeo profundo de la voz unánime que lo configura y determina; que va, en fin, tras el rastreo, la ampliación, la recuperación y el entendimiento de su mitología y realidad”.[9]

Al término del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, Guayaquil ya se había constituido en la ciudad comercial más importante del país. España la consideraba una de sus zonas privilegiadas para el intercambio y como depósito de armas. 

Las diferentes crónicas de la época dicen que Guayaquil había despegado en un desarrollo mercantil intenso y continuo. Frente a la crisis de la Sierra, la ciudad se había constituido en el referente económico para sostener a la Corona. Su intenso comercio y los diferentes productos de importación y exportación así lo evidenciaba. 

Sin embargo, la situación colonial constituía un verdadero obstáculo para que el crecimiento y el desarrollo económico y comercial de Guayaquil continuara. Las imposiciones monopólicas, los gravámenes y las diferentes disposiciones jurídicas entorpecían el libre comercio de Guayaquil con otros puertos y naciones del mundo.

Comprendiendo esta situación, los diferentes emprendedores y comerciantes de Guayaquil fueron hábiles en aprovechar los efectos de las reformas borbónicas para dinamizar su crecimiento económico y mercantil. Sin embargo, la situación de subordinación colonial, y los gravámenes se levantaban como obstáculos para garantizar ese crecimiento y desarrollo económico de la ciudad.



[1]Hamerly, p. 124.
[2]Nombramiento
[3]Íbidem, p. 125
[4]Semanario “El Colombiano” del 29 de abril de 1830.
[5]“El Colombiano”, del 13 de mayo de 1830.
[6]Doctor Adrian Terry, “Viajes por la Región Ecuatorial de la América del Sur, 1832”. Quito,  Ediciones Abya-Yala, 1994.
[7]Julio Estrada, Guía Histórica de Guayaquil, Tomo 2, Guayaquil, Poligráfica, Pág. 279, 1995,
[8]Milton Rojas y Gaitán Villavicencio, “El Proceso Urbano de Guayaquil, 1870-1980. ILDIS CER-G. GUAYAQUIL, 1988, Pág. 28
[9]Humberto E. Robles, "Imagen e idea de Guayaquil: El pantano y el jardín (1537-1997)" apareció originalmente en CARAVELLE (Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Bresilien), nº 69, pp. 41-67, numero que dicha revista, publicada por la Université de Toulouse-Le Mirail, Francia, dedicó a los PORTS D'AMÉRIQUE LATINE.

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