jueves, 14 de junio de 2018



 

 

 

 

GUAYAQUIL: SU FUNDACIÓN Y TRASLADOS

 

 

 

 

“Guayaquil, es para mí tan hermosa como las más hermosas ciudades del mundo. No tiene monumentos antiguos, no obras de arte, ni columnas, ni arcos, ni palacios de mármol, es verdad; pero reclinada á a las orillas de uno de los ríos más hermosos de la tierra, circundada por verdes palmas, rodeada de azuladas montañas, aparece radiante de bellezas naturales que son las verdaderas bellezas porque las hizo Dios”.[1]

 

 

 

 

“Guayaquil evolucionará seguramente según los modelos que ya ha adoptado y en forma mucho más desordenada. La causa se debe, en parte, a una más rápida velocidad de adopción de los estilos en el puerto principal (…) debido a los contactos más numerosos con el extranjero, favorecidos por las funciones comerciales y portuarias (importación-exportación), que siempre han existido en esta ciudad. La rápida velocidad de adopción genera otro fenómeno, el de la rápida obsolescencia del estilo adoptado en provecho de otro más nuevo y más de moda”.[2]

 

 

 

 

:Guayaquil antes de los españoles: Navegantes veleros prehispánicos


La historia litoralense ecuatoriana no comienza con la conquista hispana, aunque así se ha querido que la veamos. Lo nuestro, el espíritu autonomista que nos identifica empieza mucho antes. 

En nuestro extenso, fértil y cálido territorio costeño había culturas, religiones, señoríos, cacicazgos, organización política, acciones guerreras. Estas organizaciones sociales tenían activo y extenso intercambio y comercio en la gran red fluvial del Guayas. 

Incluso estos pueblos prehispánicos autóctonos habían conformado una sociedad indígena estructurada que habitaba en una población llamada Guayaquile. Esta organización social ya existía a orillas del río de Guayaquil, como veremos más adelante, cuando al finalizar 1535 Benalcázar cumple el traslado de la ciudad de Santiago a la Costa. 

También los manteño-huancavilcas, únicos navegantes veleros de América, en su intensa práctica de comercio dinámico realizaban un recorrido activo y extenso en balsas hasta el Perú por el sur y hacia el norte hasta Acapulco (México) navegando grandes distancias en mar abierto por la ruta de Galápagos.[3]

Señalan las crónicas que el célebre navegante y piloto de la conquista del Perú, Bartolomé Ruiz, en su segundo viaje, recibió de Pizarro la orden de explorar las Costas en busca de alimentos y agua. Mientras navegaba frente a la bahía de San Mateo avistó una vela en el horizonte. Sorprendido, pues sabía que ninguna otra expedición se había hecho a la mar antes que la suya, enrumbó hacia esta su embarcación con el ánimo de abordarla. 

Cuál su sorpresa, Bartolomé Ruiz no se encontró con una embarcación cualquiera, sino con una balsa velera que fluidamente realizaba viajes oceánicos. Era los puneño-manteño-huancavilcas que navegaban rumbo al norte. Ruiz, en su bitácora, registra extensa y detalladamente su encuentro con la embarcación, sus tripulantes y lo que en ella se transportaba: 

traían muchas piezas de plata y oro para el adorno de sus personas, para hacer trueque con ellas con quien iban a contratar, que intervenían coronas y diademas y cintos y pañetes y armaduras, coraza de piernas y petos y tenacelas y cascabeles (…) tazas y otras vasijas para beber (…) traían muchas mantas de lana y de algodón y camisas y aljujas y alcaceres y aleremes y otras muchas ropas todo los más bello muy labrado de labores muy ricas, de colores de grana y carmesí y azul y amarillo”.

También la crónica hace referencia a determinadas costumbres indígenas respecto a la organización religiosa y administrativa de cuatro pueblos que conformaban el señorío de Salangome, situado en el actual puerto de Salango y la isla del mismo nombre. En esta crónica, el conquistador se refiere a un adoratorio: 

Hay una isla en el mar junto a los pueblos donde tienen una casa de oración hecha a manera de tienda de campo, toldada de muy ricas mantas labradas a do tienen una imagen de una mujer con un niño en los brazos (…) tienen muchas herramientas de cobre e otros metales con que labran sus heredades y sacan oro (…) tienen los pueblos muy bien trazados de sus calles, tienen muchos géneros de hortalizas y tienen mucha orden y justicia”.

Con lo que el piloto Ruiz se dio de manos a boca, no fue solo una balsa cargada de piezas de oro, tejidos, vasijas, etc. Ni con un señorío indígena costeño, con religión, organización política, organización urbana y trabajo colectivo. El navegante español con lo que se encontró fue con una ordenación de hábiles navegantes, que realizaban un diligente sistema de comercio autónomo que nos ha marcado desde tiempos remotos.

Esta actividad comercial de los naturales de esta zona había comenzado mucho antes de la llegada de los españoles. Además, fue una actividad que sirvió para integrar un territorio político y cultural afín, formado desde el litoral colombiano sur y norte peruano. Y por supuesto, de ésta nació la confederación de mercaderes costeños formada por manteños, huancavilcas, punáes, chonos y tumbesinos.

Acciones y actitudes frente a la vida que permitieron la dispersión de información y tecnología entre los antiguos americanos de la Costa del Pacífico. Redes de comercio originadas en el litoral ecuatorial por aquellos que constituyen nuestro ancestro. Actividad centrada en la Costa ecuatoriana que acarreó un desarrollo socioeconómico distinto de otros pueblos que se asentaban en las serranías andinas. En otras palabras, Ruiz encontró una estructura social a plenitud. 

El arqueólogo guayaquileño, Dr. Jorge Marcos Pino, en una de sus importantes investigaciones sostiene que el comercio funcionaba a base de un elemento de cobre clasificado como “hachas monedas”. Estas, “acumuladas como hachas ceremoniales se las transformaba en valor de uso, y con el tiempo, y la introducción del cobre, se mantuvo la forma de hacha para representar un valor de cambio o moneda”.

Los traficantes de abalorios, tejidos, etc., que hemos descrito, comerciaban también con la concha de origen marino de un molusco llamado Mullo (Spondylus),[4]que entonces crecía en torno a la Isla de la Plata, frente a la Costa de Manabí, entre los 20 y 60 metros de profundidad. La cual fue difundida y utilizada como pieza de intercambio simple. 

El Spondylus no era un producto cualquiera, sino que era un bien que tenía que ver con los rituales religiosos de diferentes pueblos. Sociedades aborígenes le atribuían propiedades sobrenaturales y religiosas, y reputada como valores y símbolos divinos, la utilizaban en ceremonias para clamar por lluvias, cosechas, aliviar males, etc. Con tales atributos circuló abundantemente desde el norte chileno hasta las Costas de México, penetrando a la región andina por Cajamarca donde establecieron, de sur a norte, un corredor de intenso comercio.

A partir de entonces la demanda fue tan grande, que el molusco se agotó en los depósitos de la Isla de la Plata y debieron ampliar su zona de pesca a otras latitudes. Centro América y México, resultaron ser los nuevos yacimientos que empezaron a explotar. Hecho confirmado por investigaciones arqueológicas que permitieron hallar en esas Costas, anclas marinas que solo nuestros navegantes primitivos utilizaban para sus faenas de buceo.

Uno de aquellos asentamientos, utilizado como cabeza de playa para las operaciones prehispánicas de buceo del Spondylus, en la actualidad es un pueblo de indígenas pescadores mexicanos, cuyo dialecto es totalmente diferente a los dominantes en ese país. La tradición oral sostiene que su raza “vino del mar de la tierra siempre verde”,[5]condición de bosque tropical que identifica plenamente a nuestras Costas. 

Además, las anclas y los restos de aparejos de pesca encontrados en ese lugar por el arqueólogo mexicano José Beltrán, son exactamente los mismos que los descubiertos en las excavaciones realizadas en Manta.

Las diferentes sociedades aborígenes que habitaban en nuestro litoral, con éste tráfico comercial de larga distancia, no solo ampliaron su riqueza y soporte económico, que los llevó a un proceso de unificación y expansión, sino que los condujo a una polarización mercantil.

Fueron formaciones sociales costeñas que se definieron por una forma de producción que puso de relieve una vocación de espacios abiertos, la cual en términos modernos podríamos encasillarla como una actividad y red de comercio mercantil precolombino.

Ante este encausamiento, las sociedades interandinas se orientaron hacia formas productivas vinculadas directamente con los hombres del mar. Por eso decimos que la conquista española no fue la génesis de nuestro mundo costeño. Su aborigen, ya era navegante, mercader, emprendedor, con vinculaciones río-mar, y mentalidad abierta como su horizonte.

La conquista y sus efectos


El informe de Pascual de Andagoya sobre la existencia de un poderoso reino al sur de Tierra Firme (Panamá), sacó a Francisco Pizarro y Diego de Almagro de sus cómodas existencias. Asociados estos con Hernando de Luque y con el licenciado Gaspar de Espinoza, sevillano, que fue el financista de la empresa conquistadora, Pizarro realizó un primer viaje que fracasó.

En un segundo intento, después del episodio en la isla del Gallo, que protagonizaron los “trece de la fama” y para no volver fracasado a Panamá, convence a Bartolomé Ruiz –enviado para capturarlo y llevarlo de vuelta a Panamá– de navegar al sur. Tocan Puná y Tumbes, y deslumbrado por las riquezas halladas en esta última, vuelve al istmo donde es recibido en triunfo.

En 1528 viaja a España, y obtiene las concesiones buscadas. Carlos V lo designa Adelantado de los territorios que conquistase. Y el 27 de diciembre de 1530, zarpa al sur desde Panamá, pasa por alto la selva que presentaba la Costa (ecuatoriana) y continuó al Tumbes que había conocido en su viaje anterior.

Este hecho de ignorar los extensos territorios costeros que más tarde formaron nuestro país, le llegó a Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, como noticia por el “correo de brujas” que evidentemente existía en aquel entonces. Aguijoneadas sus apetencias y ambiciones viajó a España y valiéndose de ardides convenció al emperador Carlos V que tales territorios no habían sido concedidos a Pizarro. 

Una vez lograda la venia real para conquistarlos, y con la intención de despojar a éste y a sus socios de las grandes extensiones de tierra que comprendían el litoral y la serranía, identificada por el padre Velasco como Reino de Quito, zarpó del puerto de la Posesión (Guatemala) el 1 de enero de 1534.

Enterado en Panamá del zarpe de la expedición de Alvarado, el licenciado Gaspar de Espinoza, protector de Sebastián de Benalcázar, quien a la vez se desempeñaba como teniente de gobernador de Piura, envió un rápido esquife para prevenirlo de esta amenaza que pesaba sobre sus intereses comunes. Benalcázar, tan pronto recibió tan preocupante información, los primeros días de marzo de ese año marchó para enfrentar al gobernador Alvarado. Diego de Almagro –sospechando una traición por parte de Benalcázar– fue tras él a marchas forzadas.

En el ínterin, las diez naves que formaban la flota de Alvarado, que constituyeron la más poderosa armada que había navegado la Mar del Sur, había zarpado con 600 hombres de mar y tierra y 223 caballos. Luego de 33 días de navegación alcanzó la Costa manabita y desembarcó en Caraque (Bahía de Caráquez) el 25 de febrero de 1534.

Una vez reunido, entre los indígenas, un contingente humano que hiciera de tropa en situación de servidumbre, la expedición inició una marcha que al poco tiempo se encontró con una selva impenetrable, cruzada de ríos y obstáculos a cada paso. Una ruta de espanto y muerte que solo la codicia y la ambición pudo estimular su recorrido. 

Luego de seis meses de permanecer perdido en la manigua, y sufrir cientos de bajas entre españoles e indios, llegó a un poblado indígena a orillas de un río (Daule). En balsas, navegó aguas abajo hasta la confluencia del río Amay (Babahoyo) y lo remontó hasta acercarse a la cordillera. 600 cadáveres, la mayoría indígenas y algunos españoles dejó Alvarado a lo largo del camino, coronó los Andes y descendió a los valles interandinos. 

“Siguiendo mi jornada adelante –dice el propio Alvarado en su informe– hallé rastros de caballos y los pueblos quemados y despojados, en lo cual conocí que habían españoles en la tierra”.

La marcha fue esforzada y los resultados no fueron nada halagadores. Después de seis meses de tan desastroso intento, este hallazgo que confirmaba la presencia de españoles en la zona, sumió en la decepción y desesperanza a él y a sus tropas que imaginaban un viaje inútil y la correspondiente pobreza.



[1]Francisco Campos, “Viaje por la Provincia de Guayaquil”, Guayaquil, Imprenta del Comercio, Pág. 6, 1877.
[2]Sophie Bock, “Quito, Guayaquil: Identificación Arquitectural y Evolución Socio-Económica en el Ecuador (1850-1987)”, Guayaquil, CERG, Pág. 213, 1988.
[3]Jorge Marcos, Arqueología de la Costa Ecuatoriana, Guayaquil, Espol, Pág. 163, 1986.

[4]Mullo (Quichua) la concha espinosa del Pacífico Tropical Spondylus PrincepsBroderip. De esta concha se hicieron también cuentas y chaquiras, y por lo tanto la palabra mulloen nuestros días, en la Sierra del Ecuador principalmente se la usa como equivalente de cuentecillas o chaquiras. Jorge Marcos, Op. Cit. Pág. 163.
[5]Robert C. West, “Aboriginal sea navigation between midle and So. America”. American Antropologist, Vol, 63, 1961, Págs. 133-135.

1 comentario:

  1. Excelente e ilustrador relato que da pormenores y detalles de nuestras raíces.

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