La
Provincia de Guayaquil, población y división político-administrativa
La antigua provincia de Guayaquil, aunque no
se conocen los límites precisos,[1]
reunía (según descripción del primer gobernador militar de la provincia, Juan
Antonio Zelaya) en una sola una pequeña parte del sur de Esmeraldas, las
actuales provincias de Manabí, Los Ríos, Guayas, El Oro, parte del oeste de la
provincia de Bolívar y del Azuay y por el sur, hasta el límite norte de la
provincia de Piura. Se dividía en los partidos o tenencias de Machala o de la
Puná, del Naranjal, de Yaguachi, de Ojiva o Babahoyo, de Baba, del Palenque,
del Balzar, de Daule, de Santa Elena y de Portoviejo. El 8 de diciembre de
1762, Guayaquil fue elevada a Gobernación Militar y su primer gobernador fue el
Teniente Coronel Juan Antonio Zelaya y Vergara.
La superficie de la provincia de Guayaquil era
de unos 50.000 km2, espacio geográfico más que suficiente para el cuádruplo de
sus habitantes; sin embargo, contenía una bajísima densidad poblacional.
Durante todo el siglo XVIII había menos de un habitante por km2. Al comenzar el
siglo XIX, el gobernador Urbina organizó un censo que contó a más de 50.000
personas. Para 1825, alcanzó una población de 1,4 personas por km2. En ese
espacio territorial, pero concentrado en la ciudad de Guayaquil y en las
tenencias productoras de cacao como las de Baba, Babahoyo, Puebloviejo[2],
Palenque y Naranjal, se encontraba el mayor porcentaje de habitantes.
Entre 1765 y 1839, por la gran demanda de
brazos que exigía el sostenimiento de la producción cacaotera, la población
rural provincial aumentó considerablemente. Se estima que tenía de 18.000 a
20.000 habitantes. Michael T. Hamerly, uno de los estudiosos de su historia que
dedica más espacio a la demografía, afirma que en breve plazo pasó de 22.445 a
86.206 habitantes. “Este incremento tuvo lugar en su mayor parte entre 1780 y
1825, intervalo en el cual el distrito de Guayaquil absorbió casi todo el
incremento natural (44.325 personas) que hubo en la sierra y la costa desde
1779/1780. Mientras que el litoral contaba con alrededor del 6.7% de la
población de lo que sería el Ecuador, que hacia 1825 representaba casi el 14%”.[3]
En 1754, el
Cabildo guayaquileño efectuó una cuantificación de los distintos grupos étnicos
de la provincia. Este estudio de la población arrojó que ésta se componía “de
más de seis mil españoles, cinco mil indios y de doce a catorce mil mulatos, zambos
y negros”. De la información obtenida de otras fuentes se desprende que, a
mediados del siglo XVIII, los blancos eran un poco más de dos millares.
Esto hace
suponer que el censo realizado por el Ayuntamiento englobó como españoles a
blancos y mestizos, con lo cual, desde su particular punto de vista, aumentaba
la “calidad” de los habitantes de la provincia. En realidad, los mestizos
debieron incluirse en el grupo que entonces se catalogaba como “libres de
varios colores”: pardos, plebeyos, es decir, la plebe, gentes de toda clase,
constituidas por los mismos zambos, mulatos y negros libres.
¿Cómo
era la ciudad de Guayaquil?
La historia del Ecuador está
estrechamente ligada a Guayaquil y a la gran cuenca del Guayas, de ella ha
dependido y aún depende para asegurar su economía y los ingresos del país.
Pues, históricamente es este el medio de su prosperidad y columna vertebral de
su desarrollo que, además, determina y estructura el carácter social de los
guayaquileños. Por otra parte, este sistema arterial de la Provincia de
Guayaquil fue la razón de existir de la ciudad, y en su malecón estuvo el
corazón de su vida económica. Circunstancia por la cual, nada de su historia,
avatares, sufrimientos, crecimiento, progreso, etc., fueron ajenos a este
ambiente de frenética actividad comercial.
A través de los siglos, este aferrarse
de los guayaquileños a las riberas de su gran río fue el soporte de su
supervivencia, y pese a asaltos de piratas, incendios y pestes, jamás
abandonaron su estratégica posición. El gran Guayas fue una bendición para la
vida, vía de progreso de la patria toda, apertura, camino expedito y fácil
entre la ciudad-puerto y el mundo.
Su gran cauce, en su camino al mar abrió el
horizonte al florecimiento económico. Desde su hermoso y estratégico golfo lo
remontaron los hombres, nuevas ideas y la libertad. Desde su enorme cuenca
fluyó la riqueza, la vida, y siendo el yunque en que se forjó el hombre
ribereño, es el soporte de su identidad y forma de ser.
Esta conjunción coyuntural hombre-ciudad-río
fue una trilogía motora para el progreso inicial y su incontenible desarrollo.
El hombre transformó el entorno ribereño y partiendo de la ciudad, en una
especie de diáspora, el guayaquileño dominó la red fluvial y en sus vegas y
bancos plantó lo que la convertiría en emporio de riqueza. La movilidad, el
comercio y la rica naturaleza respondieron al esfuerzo y pronto la ciudad y el
río fueron el eje de la actividad productiva de toda la región.
“Guayaquil y el río” implica un mensaje de relación de siglos
entre nuestra ciudad, su provincia y la gran cuenca que, inmanente a su
historia, desde los primeros tiempos y en el silencio majestuoso de su caudal,
la ha visto luchar, esforzarse, sufrir, crecer, impulsada por hombres y mujeres
de elevado espíritu. Por eso, Guayaquil es la suma de un conglomerado de migrantes
internos por excelencia, pues, desde sus primeros años, su población se ha
nutrido de hombres y mujeres litoralenses e interioranos que atraídos a su seno
–desde lo más recóndito de nuestra nación- abandonaron el terruño natal y su
asfixiante presente para afrontar un riesgo e incierto provenir. Este
movimiento humano provocó las primeras invasiones urbanas, a partir de 1696.
La ciudad-puerto de Guayaquil a través del tiempo, especialmente
en el siglo XVIII, ha recibido desde todos los rincones de la patria una masiva
migración. Hombres y mujeres de toda procedencia y etnia se trasladaron y se
afianzaron en ella, en la búsqueda de mejores oportunidades para el bienestar
de sus familias, instalados la mayoría de las veces en la forma más elemental y
primitiva, pero siempre movidos por ese admirable sentido de superación del ser
humano. Por eso, no es errado afirmar que Guayaquil es un crisol de la
nacionalidad ecuatoriana.
La dependencia del río fue siempre muy marcada, todo estaba
vinculado al comercio en sus orillas; todo tipo de embarcaciones rústicas primero,
y con el paso del tiempo llegó la transformación hacia mejores condiciones
náuticas y aceleración del transporte y actividad comercial. Vicente Rocafuerte
fue el gran modernizador de la navegación por el Guayas, del comercio fluvial y
de cabotaje.
[1]
Según Antonio de Alcedo su jurisdicción comenzaba en “Cabo Pasao al N. en 22
min. de Lat. Aust. y se extiende al mediodía hasta el pueblo de Machala, o los
bancos de Payama y boca del río Jubones en 3 gr. 17 min. de Lat. Aust. y por
aquí confina con la provincia de Trujillo y jurisdicción del corregimiento de
Piura en el Perú, por levante con la de Cuenca, por el N. con la de Esmeraldas
y por el NE. con las de Riobamba y Chimbo…”. Hamerly, Pág. 35.
[2]
“Pueblo viejo era una de las zonas más ricas en cacao, a mediado de la década
de 1820, 23 de los propietarios de la zona tenían entre ellos por lo menos
1.449.000 árboles de cacao en producción”, Hamerly, Pág. 68.
[3]
Michael T. Hamerly, “Historia social y económica de la antigua provincia de
Guayaquil, 1763-1842”, Guayaquil, Edit.
Archivo Histórico del Guayas (BCE), Pág. 67, 1987.
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