domingo, 16 de septiembre de 2018



La Provincia de Guayaquil, población y división político-administrativa
La antigua provincia de Guayaquil, aunque no se conocen los límites precisos,[1] reunía (según descripción del primer gobernador militar de la provincia, Juan Antonio Zelaya) en una sola una pequeña parte del sur de Esmeraldas, las actuales provincias de Manabí, Los Ríos, Guayas, El Oro, parte del oeste de la provincia de Bolívar y del Azuay y por el sur, hasta el límite norte de la provincia de Piura. Se dividía en los partidos o tenencias de Machala o de la Puná, del Naranjal, de Yaguachi, de Ojiva o Babahoyo, de Baba, del Palenque, del Balzar, de Daule, de Santa Elena y de Portoviejo. El 8 de diciembre de 1762, Guayaquil fue elevada a Gobernación Militar y su primer gobernador fue el Teniente Coronel Juan Antonio Zelaya y Vergara.
La superficie de la provincia de Guayaquil era de unos 50.000 km2, espacio geográfico más que suficiente para el cuádruplo de sus habitantes; sin embargo, contenía una bajísima densidad poblacional. Durante todo el siglo XVIII había menos de un habitante por km2. Al comenzar el siglo XIX, el gobernador Urbina organizó un censo que contó a más de 50.000 personas. Para 1825, alcanzó una población de 1,4 personas por km2. En ese espacio territorial, pero concentrado en la ciudad de Guayaquil y en las tenencias productoras de cacao como las de Baba, Babahoyo, Puebloviejo[2], Palenque y Naranjal, se encontraba el mayor porcentaje de habitantes.
Entre 1765 y 1839, por la gran demanda de brazos que exigía el sostenimiento de la producción cacaotera, la población rural provincial aumentó considerablemente. Se estima que tenía de 18.000 a 20.000 habitantes. Michael T. Hamerly, uno de los estudiosos de su historia que dedica más espacio a la demografía, afirma que en breve plazo pasó de 22.445 a 86.206 habitantes. “Este incremento tuvo lugar en su mayor parte entre 1780 y 1825, intervalo en el cual el distrito de Guayaquil absorbió casi todo el incremento natural (44.325 personas) que hubo en la sierra y la costa desde 1779/1780. Mientras que el litoral contaba con alrededor del 6.7% de la población de lo que sería el Ecuador, que hacia 1825 representaba casi el 14%”.[3]
En 1754, el Cabildo guayaquileño efectuó una cuantificación de los distintos grupos étnicos de la provincia. Este estudio de la población arrojó que ésta se componía “de más de seis mil españoles, cinco mil indios y de doce a catorce mil mulatos, zambos y negros”. De la información obtenida de otras fuentes se desprende que, a mediados del siglo XVIII, los blancos eran un poco más de dos millares.
Esto hace suponer que el censo realizado por el Ayuntamiento englobó como españoles a blancos y mestizos, con lo cual, desde su particular punto de vista, aumentaba la “calidad” de los habitantes de la provincia. En realidad, los mestizos debieron incluirse en el grupo que entonces se catalogaba como “libres de varios colores”: pardos, plebeyos, es decir, la plebe, gentes de toda clase, constituidas por los mismos zambos, mulatos y negros libres.

¿Cómo era la ciudad de Guayaquil?
La historia del Ecuador está estrechamente ligada a Guayaquil y a la gran cuenca del Guayas, de ella ha dependido y aún depende para asegurar su economía y los ingresos del país. Pues, históricamente es este el medio de su prosperidad y columna vertebral de su desarrollo que, además, determina y estructura el carácter social de los guayaquileños. Por otra parte, este sistema arterial de la Provincia de Guayaquil fue la razón de existir de la ciudad, y en su malecón estuvo el corazón de su vida económica. Circunstancia por la cual, nada de su historia, avatares, sufrimientos, crecimiento, progreso, etc., fueron ajenos a este ambiente de frenética actividad comercial.
A través de los siglos, este aferrarse de los guayaquileños a las riberas de su gran río fue el soporte de su supervivencia, y pese a asaltos de piratas, incendios y pestes, jamás abandonaron su estratégica posición. El gran Guayas fue una bendición para la vida, vía de progreso de la patria toda, apertura, camino expedito y fácil entre la ciudad-puerto y el mundo.
Su gran cauce, en su camino al mar abrió el horizonte al florecimiento económico. Desde su hermoso y estratégico golfo lo remontaron los hombres, nuevas ideas y la libertad. Desde su enorme cuenca fluyó la riqueza, la vida, y siendo el yunque en que se forjó el hombre ribereño, es el soporte de su identidad y forma de ser.
Esta conjunción coyuntural hombre-ciudad-río fue una trilogía motora para el progreso inicial y su incontenible desarrollo. El hombre transformó el entorno ribereño y partiendo de la ciudad, en una especie de diáspora, el guayaquileño dominó la red fluvial y en sus vegas y bancos plantó lo que la convertiría en emporio de riqueza. La movilidad, el comercio y la rica naturaleza respondieron al esfuerzo y pronto la ciudad y el río fueron el eje de la actividad productiva de toda la región.
“Guayaquil y el río” implica un mensaje de relación de siglos entre nuestra ciudad, su provincia y la gran cuenca que, inmanente a su historia, desde los primeros tiempos y en el silencio majestuoso de su caudal, la ha visto luchar, esforzarse, sufrir, crecer, impulsada por hombres y mujeres de elevado espíritu. Por eso, Guayaquil es la suma de un conglomerado de migrantes internos por excelencia, pues, desde sus primeros años, su población se ha nutrido de hombres y mujeres litoralenses e interioranos que atraídos a su seno –desde lo más recóndito de nuestra nación- abandonaron el terruño natal y su asfixiante presente para afrontar un riesgo e incierto provenir. Este movimiento humano provocó las primeras invasiones urbanas, a partir de 1696.
La ciudad-puerto de Guayaquil a través del tiempo, especialmente en el siglo XVIII, ha recibido desde todos los rincones de la patria una masiva migración. Hombres y mujeres de toda procedencia y etnia se trasladaron y se afianzaron en ella, en la búsqueda de mejores oportunidades para el bienestar de sus familias, instalados la mayoría de las veces en la forma más elemental y primitiva, pero siempre movidos por ese admirable sentido de superación del ser humano. Por eso, no es errado afirmar que Guayaquil es un crisol de la nacionalidad ecuatoriana.
La dependencia del río fue siempre muy marcada, todo estaba vinculado al comercio en sus orillas; todo tipo de embarcaciones rústicas primero, y con el paso del tiempo llegó la transformación hacia mejores condiciones náuticas y aceleración del transporte y actividad comercial. Vicente Rocafuerte fue el gran modernizador de la navegación por el Guayas, del comercio fluvial y de cabotaje.


[1] Según Antonio de Alcedo su jurisdicción comenzaba en “Cabo Pasao al N. en 22 min. de Lat. Aust. y se extiende al mediodía hasta el pueblo de Machala, o los bancos de Payama y boca del río Jubones en 3 gr. 17 min. de Lat. Aust. y por aquí confina con la provincia de Trujillo y jurisdicción del corregimiento de Piura en el Perú, por levante con la de Cuenca, por el N. con la de Esmeraldas y por el NE. con las de Riobamba y Chimbo…”. Hamerly, Pág. 35.
[2] “Pueblo viejo era una de las zonas más ricas en cacao, a mediado de la década de 1820, 23 de los propietarios de la zona tenían entre ellos por lo menos 1.449.000 árboles de cacao en producción”, Hamerly, Pág. 68.
[3] Michael T. Hamerly, “Historia social y económica de la antigua provincia de Guayaquil, 1763-1842”, Guayaquil,  Edit. Archivo Histórico del Guayas (BCE), Pág. 67, 1987.

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