Antecedentes del 9 de
Octubre de 1820
Desde la pre hispanidad hasta el presente, el
poblador del litoral ecuatoriano influido por el ambiente marítimo y fluvial y
la consecuente facilidad de desplazamiento, dispuso de un sistema expedito y
ágil de comunicación que lo indujo a desarrollar un profundo sentimiento de
libertad.[1] Esta constante a través del
tiempo hace que desde la temprana colonia el pensamiento criollo estuviese
matizado por una gran lealtad a la corona, pero también por ideales
autonomistas. Además, como lo hemos señalado en capítulos anteriores, las
aspiraciones independentistas generalizadas en los Reinos de Ultramar en el
siglo XIX, no son producto del azar, sino un proceso natural precipitado por la
invasión napoleónica a España y encausado por experiencias y observaciones de
lo que ocurría en Europa provenientes de los criollos ilustrados.
Dejándonos llevar por el convencimiento que
para llegar a una interpretación correcta de la revolución del 9 de Octubre de
1820, debemos considerar un marco mucho mayor que las visiones simplistas de la
Fragua de Vulcano y el baile de Isabelita Morlás, a las que recurren los
narradores, nos hemos aventurado a trazar, muy superficialmente, un esbozo de
los acontecimientos históricos, sociales y económicos que desde los albores
americanos desembocaron en su independencia, y consecuentemente del marco
histórico mundial europeo que rodeó a las Américas, la Audiencia de Quito y a
un Guayaquil liberado que fuera llave y clave para derrotar las fuerzas
militares que sostenían el último reducto colonial español: el Perú.
Con esto intentamos presentar una visión
somera del momento europeo, americano y de la
Audiencia quiteña, tanto ideológico como político, exterior como interior.
Apuntando a superar la afirmación de Vicente D. Sierra, sobre que “el mal de
fondo que aqueja a la historiografía americana es su estrecho localismo. Se ha
perdido en gran parte el sentido integral de la colonización por haberse
circunscrito la historia de cada pueblo al pedazo que la atomización
continental ha dejado a cada historiador dentro de los llamados límites de la
patria” (“El sentido misional de la Conquista”, Buenos Aires, 1942; Pág. 165).
Pues, no es posible que ocurra una
transformación o revolución sociopolítica aislada o desvinculada del mundo; por
lo tanto, podemos afirmar que, sin lugar a dudas, la gesta guayaquileña del 9
de Octubre de 1820, como consecuencia de las tendencias mundiales de la época,
no solo es la raíz de la independencia ecuatoriana, sino que aporta con
hombres, bienes y semovientes suficientes y determinantes para liquidar los
restos del poder colonial en la América meridional.
El Ayuntamiento de Guayaquil (fragua de nuestra
libertad), los comerciantes, ciertas autoridades españolas vinculadas y la
ciudadanía en general, fueron quienes lideraron el rechazo a la complicidad de
la mayoría de los virreyes peruanos, que por proteger sus intereses y los de
los comerciantes limeños, no acataban las disposiciones de la metrópoli para
implantar las reformas dictadas por Carlos III.
Una elite de productores de cacao y
comerciantes guayaquileños que se movía en un entorno pleno de intereses
económicos, sociales y políticos, que al estar sometida a un monopolio amparado
desde la corona y el Consulado de Comercio de Lima, en beneficio de los
comerciantes de Trujillo, Piura y Lima, desarrolló mayor odio hacia estos que
contra la monarquía.
Esta elite con el paso del tiempo, fue la protagonista
de las variadas crisis y reclamos constantes por las exacciones a que estaba
sometida. Era un estrato social que dominaba la actividad económica y social,
que deseaba disfrutar de su esfuerzo y habilidades, e insistentemente reclamaba
la implantación del libre comercio contemplada en tales reformas, cuya falta de
aplicación a finales del siglo XVIII y principios del XIX, producía el nivel
más crítico de descontento.
Clase dominante que, además de propiciar la
libertad de comercio, de acción y el respeto a los pueblos, veía con claridad
la importancia de crear un poder militar y otras facilidades defensivas que
pudieran permitir acciones armadas con su sola decisión. De ahí su insistencia
en reclamar a Quito el traslado a Guayaquil de la Comandancia de Armas y la
entrega al Cabildo de la ciudad, de la recaudación del derecho de sisa
destinado a la defensa del puerto y la provincia[2].
Por otra parte, el pensamiento ilustrado,
republicano y liberal que predominaba en éste estrato social de elite, es también
otro factor determinante. Olmedo
ya había hecho gala de su ilustración liberal republicana en las Cortes de
Cádiz, y pese a que su pensamiento, no se apartaba de la idea de
alcanzar la independencia y la autonomía para su patria, asistió a las Cortes en plan de defensor del
indígena, como negociador de facilidades para las colonias y paladín de la
libertad de comercio. Es decir, como un diputado que perseguía la implantación
de una legislación adecuada para progresar social y económicamente.[3]
Su pensamiento liberal lo induce a interpretar
conceptos inmanentes al hombre, sus derechos y libertades: “Para mí no son
sabias las leyes que proponen el benéfico fin que se proponen, para mí no son
sabias sino las leyes que hacen felices a los pueblos”.[4]
Esta profundidad de ideales que nos muestra la magnificencia de su elevado
espíritu, estuvo presente al concebir leyes y reglamentos que orientaron a Guayaquil
desde sus primeros momentos, manteniéndose activo en la vida política
ecuatoriana, mientras vivió.
Son circunstancias que nos llevan a percibir
que el 9 de Octubre de 1820, fecha magna guayaquileña, debe ser entendido como
eje y punto de partida de nuestro proyecto independentista y de la historia
republicana del Ecuador. Como un hecho histórico y proceso revolucionario que
permitió que el golpe final al último reducto del colonialismo español se diera
en las fechas y lugares que ocurrió y que la historia recoge en Pichincha,
Junín y Ayacucho. Sin la independencia de Guayaquil, la sorpresa y su organización,
la reunión de los ejércitos de Bolívar y San Martín, se habría diferido, y esta
demora, a no dudarlo, habría sido determinante, si no fatal, para la
emancipación total del continente.
[1] “El guayaquileño a fuer de luchar en un medio inhóspito, adquiere
un espíritu combativo característico; a fuer de vivir en un clima agobiante se
convierte en trabajador infatigable. Y va forjando una ciudad donde Natura puso
pantano y manglar.” Julio Estrada Ycaza, El
puerto de Guayaquil, 1: La mar de Balboa, Guayaquil, AHG, Pág. X, 1972.
[2] “La crisis de la economía de la sierra y su posterior entronque
con el territorio neogranadino, sellaron aún más la independencia regional
costeña (...) Esta era la situación en el momento de la ruptura con la
metrópoli; la costa ecuatoriana apareció así como una cuña entre las corrientes
libertadoras del sur y del norte, que se disputaron su absorción. Incluida,
finalmente, dentro de la flamante República del Ecuador, su integración a la
misma quedó como un reto” Carlos Contreras, “Guayaquil y su región en el primer
boom cacaotero”, en Juan Maiguashca, editor, “Historia y Región en el Ecuador,
1830-1930”, Quito, Corporación Editora Nacional/ FLACSO, Pág. 192, 1994.
[3]
“Sobre todo, Señor, establecido ya este nuevo orden de cosas, las Cortes deben
procurar que todos los pueblos españoles piensen y obren con nobleza y con
elevación; esto es, deben disponerlos a las grandes acciones que demanda una
revolución tan grande como la nuestra; y es un delirio creer que obren con esa
elevación pueblos oprimidos, humillados... pueblos esclavos. Es preciso difundir ya las luces por toda la
nación para que mejor conozca los nuevos beneficios que acaba de recibir. Sigan otros las máximas del elocuente y
peligroso filósofo, que para contener a los pueblos en obediencia y sujeción
cree necesario tenerlos sumidos en las tinieblas de la ignorancia. Sigan esas máximas los gobiernos malos y
despóticos, porque a ellos les conviene; el gobierno español, templado y
liberal, no debe temer ya las luchas de la nación. La instrucción, la ilustración de los pueblos
mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno, pero afianza y consolida
las bases de una buena Constitución”. José Joaquín de Olmedo, “Segundo discurso
sobre la abolición de las Mitas”, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla,
México, Editorial J. M. Cajica, Pág. 426, 1960.
[4]
José Joaquín Olmedo, Poesía y Prosa. Discurso en las Cortes de Cádiz sobre la
abolición de las mitas, 12 de octubre de 1812. Biblioteca Ecuatoriana Mínima,
Quito, Editorial J. M. Cajica, México, Pág. 386, 1960.
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