jueves, 27 de septiembre de 2018




Antecedentes del 9 de Octubre de 1820
Desde la pre hispanidad hasta el presente, el poblador del litoral ecuatoriano influido por el ambiente marítimo y fluvial y la consecuente facilidad de desplazamiento, dispuso de un sistema expedito y ágil de comunicación que lo indujo a desarrollar un profundo sentimiento de libertad.[1] Esta constante a través del tiempo hace que desde la temprana colonia el pensamiento criollo estuviese matizado por una gran lealtad a la corona, pero también por ideales autonomistas. Además, como lo hemos señalado en capítulos anteriores, las aspiraciones independentistas generalizadas en los Reinos de Ultramar en el siglo XIX, no son producto del azar, sino un proceso natural precipitado por la invasión napoleónica a España y encausado por experiencias y observaciones de lo que ocurría en Europa provenientes de los criollos ilustrados.
Dejándonos llevar por el convencimiento que para llegar a una interpretación correcta de la revolución del 9 de Octubre de 1820, debemos considerar un marco mucho mayor que las visiones simplistas de la Fragua de Vulcano y el baile de Isabelita Morlás, a las que recurren los narradores, nos hemos aventurado a trazar, muy superficialmente, un esbozo de los acontecimientos históricos, sociales y económicos que desde los albores americanos desembocaron en su independencia, y consecuentemente del marco histórico mundial europeo que rodeó a las Américas, la Audiencia de Quito y a un Guayaquil liberado que fuera llave y clave para derrotar las fuerzas militares que sostenían el último reducto colonial español: el Perú.
Con esto intentamos presentar una visión somera del momento europeo, americano y de la Audiencia quiteña, tanto ideológico como político, exterior como interior. Apuntando a superar la afirmación de Vicente D. Sierra, sobre que “el mal de fondo que aqueja a la historiografía americana es su estrecho localismo. Se ha perdido en gran parte el sentido integral de la colonización por haberse circunscrito la historia de cada pueblo al pedazo que la atomización continental ha dejado a cada historiador dentro de los llamados límites de la patria” (“El sentido misional de la Conquista”, Buenos Aires, 1942; Pág. 165).
Pues, no es posible que ocurra una transformación o revolución sociopolítica aislada o desvinculada del mundo; por lo tanto, podemos afirmar que, sin lugar a dudas, la gesta guayaquileña del 9 de Octubre de 1820, como consecuencia de las tendencias mundiales de la época, no solo es la raíz de la independencia ecuatoriana, sino que aporta con hombres, bienes y semovientes suficientes y determinantes para liquidar los restos del poder colonial en la América meridional.
El Ayuntamiento de Guayaquil (fragua de nuestra libertad), los comerciantes, ciertas autoridades españolas vinculadas y la ciudadanía en general, fueron quienes lideraron el rechazo a la complicidad de la mayoría de los virreyes peruanos, que por proteger sus intereses y los de los comerciantes limeños, no acataban las disposiciones de la metrópoli para implantar las reformas dictadas por Carlos III.
Una elite de productores de cacao y comerciantes guayaquileños que se movía en un entorno pleno de intereses económicos, sociales y políticos, que al estar sometida a un monopolio amparado desde la corona y el Consulado de Comercio de Lima, en beneficio de los comerciantes de Trujillo, Piura y Lima, desarrolló mayor odio hacia estos que contra la monarquía.
Esta elite con el paso del tiempo, fue la protagonista de las variadas crisis y reclamos constantes por las exacciones a que estaba sometida. Era un estrato social que dominaba la actividad económica y social, que deseaba disfrutar de su esfuerzo y habilidades, e insistentemente reclamaba la implantación del libre comercio contemplada en tales reformas, cuya falta de aplicación a finales del siglo XVIII y principios del XIX, producía el nivel más crítico de descontento.
Clase dominante que, además de propiciar la libertad de comercio, de acción y el respeto a los pueblos, veía con claridad la importancia de crear un poder militar y otras facilidades defensivas que pudieran permitir acciones armadas con su sola decisión. De ahí su insistencia en reclamar a Quito el traslado a Guayaquil de la Comandancia de Armas y la entrega al Cabildo de la ciudad, de la recaudación del derecho de sisa destinado a la defensa del puerto y la provincia[2].
Por otra parte, el pensamiento ilustrado, republicano y liberal que predominaba en éste estrato social de elite, es también otro factor determinante. Olmedo ya había hecho gala de su ilustración liberal republicana en las Cortes de Cádiz, y pese a que su pensamiento, no se apartaba de la idea de alcanzar la independencia y la autonomía para su patria, asistió a las Cortes en plan de defensor del indígena, como negociador de facilidades para las colonias y paladín de la libertad de comercio. Es decir, como un diputado que perseguía la implantación de una legislación adecuada para progresar social y económicamente.[3]
Su pensamiento liberal lo induce a interpretar conceptos inmanentes al hombre, sus derechos y libertades: “Para mí no son sabias las leyes que proponen el benéfico fin que se proponen, para mí no son sabias sino las leyes que hacen felices a los pueblos”.[4] Esta profundidad de ideales que nos muestra la magnificencia de su elevado espíritu, estuvo presente al concebir leyes y reglamentos que orientaron a Guayaquil desde sus primeros momentos, manteniéndose activo en la vida política ecuatoriana, mientras vivió.
Son circunstancias que nos llevan a percibir que el 9 de Octubre de 1820, fecha magna guayaquileña, debe ser entendido como eje y punto de partida de nuestro proyecto independentista y de la historia republicana del Ecuador. Como un hecho histórico y proceso revolucionario que permitió que el golpe final al último reducto del colonialismo español se diera en las fechas y lugares que ocurrió y que la historia recoge en Pichincha, Junín y Ayacucho. Sin la independencia de Guayaquil, la sorpresa y su organización, la reunión de los ejércitos de Bolívar y San Martín, se habría diferido, y esta demora, a no dudarlo, habría sido determinante, si no fatal, para la emancipación total del continente.


[1] “El guayaquileño a fuer de luchar en un medio inhóspito, adquiere un espíritu combativo característico; a fuer de vivir en un clima agobiante se convierte en trabajador infatigable. Y va forjando una ciudad donde Natura puso pantano y manglar.” Julio Estrada Ycaza, El puerto de Guayaquil, 1: La mar de Balboa, Guayaquil, AHG, Pág. X, 1972.
[2] “La crisis de la economía de la sierra y su posterior entronque con el territorio neogranadino, sellaron aún más la independencia regional costeña (...) Esta era la situación en el momento de la ruptura con la metrópoli; la costa ecuatoriana apareció así como una cuña entre las corrientes libertadoras del sur y del norte, que se disputaron su absorción. Incluida, finalmente, dentro de la flamante República del Ecuador, su integración a la misma quedó como un reto” Carlos Contreras, “Guayaquil y su región en el primer boom cacaotero”, en Juan Maiguashca, editor, “Historia y Región en el Ecuador, 1830-1930”, Quito, Corporación Editora Nacional/ FLACSO, Pág. 192, 1994.


[3] “Sobre todo, Señor, establecido ya este nuevo orden de cosas, las Cortes deben procurar que todos los pueblos españoles piensen y obren con nobleza y con elevación; esto es, deben disponerlos a las grandes acciones que demanda una revolución tan grande como la nuestra; y es un delirio creer que obren con esa elevación pueblos oprimidos, humillados... pueblos esclavos.  Es preciso difundir ya las luces por toda la nación para que mejor conozca los nuevos beneficios que acaba de recibir.  Sigan otros las máximas del elocuente y peligroso filósofo, que para contener a los pueblos en obediencia y sujeción cree necesario tenerlos sumidos en las tinieblas de la ignorancia.  Sigan esas máximas los gobiernos malos y despóticos, porque a ellos les conviene; el gobierno español, templado y liberal, no debe temer ya las luchas de la nación.  La instrucción, la ilustración de los pueblos mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno, pero afianza y consolida las bases de una buena Constitución”. José Joaquín de Olmedo, “Segundo discurso sobre la abolición de las Mitas”, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla, México, Editorial J. M. Cajica, Pág. 426, 1960.

[4] José Joaquín Olmedo, Poesía y Prosa. Discurso en las Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, 12 de octubre de 1812. Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Quito, Editorial J. M. Cajica, México, Pág. 386, 1960.

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