martes, 18 de septiembre de 2018



La economía guayaquileña II
En 1776, el virrey neogranadino ordenó el fomento de la agricultura para garantizar la producción y exportaciones de Guayaquil. Disposición que no cayó en saco roto para los comerciantes locales, pues, entre 1774 y 1777, zarparon nueve barcos hacia Acapulco con 44.654 cargas de cacao (Hamerly). Así, colocados en igualdad de condiciones y libertad de competencia, el cacao guayaquileño impuso su calidad y terminó por adueñarse del mercado de Nueva España, que era el más importante en el ámbito colonial. En lo referente a la comercialización con Europa no ocurrió lo mismo; el cacao guayaquileño solía demorarse en llegar hasta tres años, en cambio, el venezolano lo hacía en uno.
Los vínculos de la corona con los comerciantes y exportadores de cacao de Caracas y sus intereses eran muy estrechos, y consecuentemente, de muy difícil superación. A fin de proteger el ingreso a Acapulco del cacao de Venezuela y pese a que el Reglamento de Aranceles para el Comercio libre de España e Indias había entrado en vigencia el 18 de noviembre de 1778, la corona impuso una cuota anual de 8 a 10 mil fanegas a los embarques provenientes de Guayaquil para contrarrestar su bajo precio y alta calidad.
Sin embargo, los comerciantes mexicanos no se dieron por aludidos y entre el 13 de agosto de 1779 y el 15 de enero de 1782, compraron a Guayaquil 59.493 fanegas más que a Caracas. Las ventajas ofrecidas por el cacao de Guayaquil, tanto en precio como en calidad, impulsaron grandemente sus ventas, al punto que, en los tres años siguientes zarparon de Guayaquil 111 fragatas y 358 embarcaciones menores cargadas de la almendra. Ante tal evidencia, a Carlos IV no le quedó otra alternativa que liberar de toda restricción al comercio (5 de junio de 1789) de cacao entre Guayaquil y Nueva España.[1]
Una real orden emitida por Carlos III el 5 de julio de 1776, establece que para fomentar el cultivo y comercio del cacao de Guayaquil se declaró la rebaja de los derechos, “que hasta ahora ha contribuido este fruto, debiéndose entender esta gracia a su salida de Guayaquil y a su importación en cualesquiera otros puertos de ambas Américas”. Pero, en vista que esta no especificaba cuáles derechos se reducían, se plantearon dudas sobre si se incluía o no a las alcabalas.
Por ello se originó una controversia que el 17 de enero de 1779 motivó la emisión de otra real orden, en la cual se declaró que en tal reducción no estaban comprendidas las alcabalas, estableciendo que solo afectaba a los impuestos de entrada y salida (almojarifazgos) y al impuesto de las aduanas, por lo cual todos ellos quedaron reducidos a la mitad. Las ventajas se incrementaron con la excepción del almojarifazgo, a todo cargamento de cacao enviado directamente a España.
Tales ventajas concedidas a la exportación del cacao, producto básico para el comercio de Guayaquil, repercutieron en el aumento de este producto fundamental para la economía guayaquileña. Mas, desde el punto de vista fiscal tuvo dos efectos importantes: a). Los almojarifazgos de salida se mantuvieron en niveles bastante bajos; b). Al no verse afectadas las alcabalas adquirieron una importancia cada vez mayor.
Por esta razón, a partir de 1778 siempre superaron a los almojarifazgos, los cuales desde 1794 perdieron definitivamente su importancia, y como consecuencia de la gran exportación del cacao, las alcabalas quedaron convertidas en el principal ingreso fiscal de la provincia.
Como resultado de estas acertadas medidas, en 1779, primer año de funcionamiento del nuevo sistema, la alcabala del cacao produjo 5.108 pesos, cantidad que aumentó de año en año. Diez años más tarde, gracias a la definitiva supresión de las trabas al libre comercio del cacao guayaquileño con México, ya en 1789, con un ingreso de 24.441 pesos, esta partida supera con creces a todos los demás conceptos del ramo de alcabalas. Desde octubre de 1778 hasta diciembre del año 1800, el producto total de la alcabala del cacao ascendió a 194.744 pesos (equivalentes a la cuarta parte del importe total de las alcabalas en ese período), que representan una venta legal de cacao por valor de seis millones y medio de pesos en esos 22 años.
Francisco de Requena, a finales de 1779, describe la actividad en forma muy ilustrativa. Sugería a los cosecheros: “buscar con el cultivo que fuera tan bueno que supliera la bondad por el más tiempo que se demora en el dispendio” y destacaba que los agricultores de Guayaquil obtenían grandes cosechas “a pesar del ningún cultivo y el abandono en que se conservan las arboledas (…) dejando las plantas desde que salen de la tierra al cuidado de la Providencia”. Aconsejaba cómo mejorar la producción y recomendaba que se exporte a España “ya molido y en cajones de roble o cedro, pues así se conservarían mejor, sin que se evaporicen sus partes aromáticas y oleosas que lo constituyen delicado”.[2]
El 70 o el 75% de la producción cacaotera era exportable. Sin embargo, para comprender mejor sus circunstancias, hay algunos problemas que debemos considerar: la conducta del mercado exterior, ciertas restricciones impuestas a su comercio y los conflictos bélicos con Inglaterra, Francia y Holanda por el dominio de las rutas comerciales fueron factores determinantes que influyeron en el alza y baja de los precios. Por este motivo se cerraban mercados y los precios caían entre un 40 a 50% de los niveles alcanzados en tiempos de paz. Una de las mayores bajas del precio se produjo entre 1785 y 1787, periodo en el cual descendió de 5 a 1.5 pesos por carga.
María Luisa Laviana Cuetos, en las conclusiones de su magnífico libro “Guayaquil en el siglo XVIII, recursos naturales y desarrollo económico”, dice que aquel siglo se caracteriza “por una serie de procesos de transformación perceptibles en todos los órdenes, desde los puramente burocráticos hasta los económicos y poblacionales. La acumulación de la mayoría de estas transformaciones, si no todas ellas, en el último tercio del siglo confieren a esas pocas décadas una categoría especial en la evolución de Guayaquil, que tras un pausado y lento desarrollo en los dos siglos y medio anteriores, parece tener de pronto prisa por convertirse en una gran urbe, y lo conseguirá en poco tiempo, en perfecta simbiosis con su provincia”.
El espíritu emprendedor y empresarial ha regido a Guayaquil desde tiempos remotos. A finales del siglo XVII, un puñado de hombres de negocios dieron el impulso inicial con las actividades navales comerciales, las cuales fueron las razones por las que el capitán Toribio Castro y Grijuela hizo su gran fortuna. En 1623 son propietarios de navíos el capitán Hernando Rodríguez y don Antonio Ramírez de Quiñónez.


[1] Michael Hamerly. Op. Cit., Pág. 124.
[2] María Luisa Laviana Cuetos, “Francisco de Requena y su Descripción de Guayaquil”, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1984.z

No hay comentarios:

Publicar un comentario