Vientos
de fronda
La trayectoria
colonial americana nos enseña que los reinos ultramarinos españoles se
construyeron sobre una gran depredación continental: 1).- la mayor parte de su
población indígena sucumbió a las enfermedades provocadas por gérmenes
patógenos extraños a su sistema inmunológico. 2).- de la cultura nativa apenas
sobrevivieron algunos monumentos de piedra, pero los rasgos y características
propias de sus sociedades, pese a investigaciones, aun permanecen casi imperceptibles.
El choque cultural de dos razas, dos civilizaciones, dos religiones, etc., fue
de exterminio y un cataclismo étnico que dejó profunda huella y hondo
resentimiento en la mente de mestizos e indígenas.
Por otra parte, los criollos ilustrados, por
su formación y cultura eran superiores al común de las autoridades españolas,
sin embargo, se los marginaba de la participación pública. Los comerciantes,
especialmente los exportadores, no podían ser dueños de sus actividades, pues
estaban sujetos al monopolio establecido por la Corona acumulando un peligroso
descontento. Todo esto desarrolló en ellos la imperiosa necesidad de ser los
artífices y árbitros de su destino.
Las tempranas rebeliones indígenas se hicieron
cada vez más frecuentes e importantes, y mediante exigencias y demandas cada
vez más contundentes alcanzaron un espectro más amplio de participación en las
distintas jurisdicciones coloniales.
Levantamientos alimentados por la ceguera de
las autoridades peninsulares, impedidas de interpretar la compleja realidad de
una sociedad multiétnica y variopinta, diseminada en un enorme continente con
características propias en cada región. No les fue posible comprender que era
imposible encasillarla con los mismos criterios y peor aún, como se pretendió,
aplicarlos en alejados y disímiles rincones del espacio americano.
La Santa Inquisición, órgano represivo
dirigido por una Iglesia medieval fanática, prohibió e incineró gran número de
publicaciones “por contener doctrinas erróneas, heréticas, impías, injuriosas a
la religión católica”.
Sin embargo, pese al intento de coartar la
difusión de sus contenidos, al finalizar el siglo XVIII, circulaban
en forma soterrada numerosas publicaciones periódicas con ideas liberales,
patrocinadas en su mayoría por las sociedades locales de amigos del país, entre
ellas las de Lima (1787), Quito (1791), y Bogotá (1801), creadas en apoyo de
los periódicos locales como “Primicias de
la Cultura de Quito”. Diversos autores eran traducidos (el colombiano
Antonio Nariño tradujo Los Derechos del Hombre), citados y leídos en tertulias
cada vez más frecuentes donde se reunían políticos ilustrados junto a
comerciantes, profesionales, personas educadas, todos ellos apasionados
independentistas que propiciaban la revolución. Por otra parte, los
universitarios criollos y mestizos, graduados en las décadas comprendidas entre
1780 y 1800, dominaban el más diverso repertorio de temas científicos y
políticos. De esta manera, al establecerse en sus ciudades, y convertidos en
maestros, modificaron y modernizaron el pensamiento de sus alumnos sin
necesidad de recurrir al uso de libros con temas vedados por la Inquisición.
La Corona, en un esfuerzo por desarrollar las
ciencias modernas e impulsar la Ilustración, envió numerosos científicos y
sabios, pero, “La llegada de los europeos no solo trajo al Nuevo Mundo los
métodos científicos más modernos sino que también estimuló el intercambio
intelectual entre los sabios americanos y españoles (…) Para su consternación,
los americanos descubrieron que los españoles ilustrados tenían numerosos
prejuicios acerca del Nuevo Mundo y en consecuencia, el intercambio científico
dejó impreso en los americanos la necesidad de guardar una actitud
independiente y crítica. Aún más, recalcó el hecho de que eran los pares
intelectuales de los europeos. Darse cuenta de lo anterior no solo los llenó de
orgullo por sus logros, sino que contribuyó también a su creciente convicción
de que debían alcanzar la igualdad política”
(“La independencia de la América española”,
México, Fondo de Cultura Económica, 1996).
Finalmente, en el decenio de 1810, se
reconoció en la Península la necesidad de satisfacer el deseo de los criollos
de ser partícipes de la actividad política, y una vez creada la Junta Suprema
Central y Gubernamental de España e Indias, se incrementó el número de sus
miembros con representantes americanos. Aunque ya era muy tarde para la
monarquía.
Este acontecimiento dejó en claro, que los
dominios del Nuevo Mundo no eran colonias, sino reinos asociados que,
debidamente representados por sus diputados, formaban parte integrante de la
monarquía española.
Todos ellos fueron logros incompletos,
escamoteados por los peninsulares que, pese a la satisfacción de haberlos
alcanzado, siempre quedó en ellos un sentimiento negativo; especialmente cuando
se percataron del reducido número de delegados que finalmente se asignara para
representarse ante la Junta.
En diciembre de 1808 los franceses nuevamente ocuparon
Madrid y el colapso de la monarquía acarreó la formación de juntas de gobierno en
la Península y en el Nuevo Mundo. Pese a esto, en ninguno de los dos había una
clara visión del destino de sus actos de gobierno. A raíz de los triunfos
franceses de 1810, Cádiz, centro del comercio con ultramar y la más rica, se
convirtió en sede del Gobierno y campo de refugiados que escapaban de los
invasores.
El 24 de septiembre de ese año, se reunieron las
Cortes de Cádiz con 104 diputados que con el tiempo llegaron a ser 300, de los
cuales apenas 63 eran americanos. Esta representación desigual fue impugnada
por el quiteño José Mejía Lequerica, diputado por Nueva Granada, considerado uno de los mejores oradores, pero
pese al apoyo mayoritario de los diputados americanos, no logró la revisión de
esta diferencia. Ese año se incorporó José Joaquín Olmedo como diputado por
Guayaquil,[1]
mostró su talento y esto lo llevó al cargo de Secretario y mediante sus dos geniales y
revolucionario discursos, logró la abolición de las Mitas. Leyendo con calma estos discursos, el lector encontrará los fundamentos del 9 de Octubre de 1820, obra de la genialidad de Olmedo. Libertad de comercio, apoyo a la agricultura, libertad de imprenta, etc.
En 1812, las Cortes dominadas por liberales,
entre los cuales estaba Olmedo, aprobaron una Constitución que establecía un
gobierno parlamentario. El 2 de febrero de 1814, con Rocafuerte incorporado,
firmaron el decreto obligaba que a Fernando VII a jurar la Constitución para
ser reconocido como Rey.
Los
representantes americanos en Cádiz, incluyendo a Olmedo y Rocafuerte, aspiraban
a una gran nación liberal española, formada por la metrópoli y el Nuevo Mundo,
unida por los mismos intereses económicos, la misma lengua, religión, similares
costumbres y regida por la Constitución doceañista. Mas, Fernando VII, el
monarca absolutista, al no comprender lo que esta unión habría significado para
los países de habla hispana, disolvió las Cortes y persiguió a los diputados.
Rocafuerte
escapó a Francia a través de la frontera y gracias a la discreta ayuda de la
masonería recorrió buena parte de ese país y de Italia. Olmedo halló refugio
entre los muchos amigos y admiradores madrileños que había cultivado. El 28 de
noviembre de 1816, retornó a Guayaquil e inició junto a otros patriotas el proyecto
de construir una nación independiente. Después de una larga estadía en Europa,
Vicente Rocafuerte volvió a Guayaquil y pese a ser muy mal visto por las
autoridades españolas, tras “inocentes” clases
de francés impartía la enseñanza de ideales de libertad. “Allí permaneció hasta
1819, en que pasó a Lima, con el ánimo de seguir después a los Estados Unidos.
En Lima estuvo en riesgo de ser arrestado por sus opiniones liberales, y
hubiera sufrido realmente esa suerte, sin el influjo de algunos de sus amigos,
principalmente del general don José de La Mar, que después fue su hermano
político...” [2]
A partir de entonces, Olmedo, el líder y
pensador social del Guayaquil insurgente, define su visión estratégica sobre el
proyecto independentista de Guayaquil y su provincia. Su propuesta de ruptura e
independencia total de España es clara, pero unitaria, fraterna y solidaria con
el resto de las regiones del país. Su visión es hacia todos los pueblos
serranos, por eso, liberar Guayaquil, pero ayudando a los quiteños, es su
prioridad.
Al llegar el siglo XIX, la quiebra del poder
español se hizo más crítica y ostensible. La crisis que vivía la Península
debido a la invasión francesa, el resquebrajamiento de la autoridad real, el
avanzado pensamiento liberal y de modernidad emanados de las Cortes de Cádiz,
incitaron a las elites americanas a proyectar la independencia de España.
[1]
Nombramiento de Olmedo como diputado por Guayaquil. Fotograma , Rollo de
microfilm de Latin American – Ecuador 1809-1832, Universidad de Indiana USA,
Fondo microfilm Fundación Miguel Aspiazu Carbo.
[2]
Pedro Carbo, “Don Vicente Rocafuerte”, en colección Rocafuerte, volumen I,
Rocafuerte: Perfiles y Perennidad, Quito, 1947, Pág. 8.
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