A manera de conclusión del periodo
La crisis del dominio colonial español ya era evidente a fines del
siglo XVIII y a comienzos del XIX la independencia resultaba imparable. Los
primeros años de este último siglo, una vez colapsado el imperio debido a la
invasión napoleónica en 1808, se iniciaron las luchas en los países
hispanoamericanos contra su dominación y explotación. Su desintegración era
incontenible y cuando la monarquía intentó reaccionar, propiciando desde las
Cortes de Cádiz, reformas, cambios sociales y administrativos tendentes a
liberalizar las actividades económicas, pero era ya demasiado tarde.
Igual de tardía fue la propuesta de cesar la guerra mediante el
establecimiento de condiciones de igualdad y equidad: “Olvido de lo pasado;
conservación de los empleos y honores a los americanos; reconocimiento del Rey,
de las Cortes y de la Constitución por parte de éstos; derecho de enviar
Diputados a las Cortes, y promesa de oír quejas y conceder el comercio sobre
principios que se establecerán”.[1]
Y peor aun la aplicación de un proyecto de confederación, de cuyos
puntos solo había dos realmente significativos: “1).- La emancipación general
de la América declarada y prometida de una vez, pero gradual y sucesivamente,
comenzando por Colombia, que da ejemplo de solicitarla de la Madre Patria de un
modo respetuoso y filial. 2).- La condición de Confederación general sobre el
principio de unidad de poder y de interés, y de la supremacía de la Metrópoli
conforme a lo dispuesto en el penúltimo Artículo del proyecto”.[2]
El mensaje que insinúa una unión hispanoamericana bajo una misma
gestión económica y constitución política de la cual dependerían diecisiete
millones de personas, consta en el segundo discurso pronunciado por Olmedo en
1812 sobre la abolición de las Mitas.[3]
Por lo tanto, planteado por la corona en diciembre de 1820, no solo resultaba
tardío sino impracticable, en América del sur solo faltaba independizarse la
actual serranía ecuatoriana y el Perú en su totalidad.
Por otra parte, el agotamiento del modelo de dominio colonial y el
avance de las teorías sobre organización económica, social y política, en el
mundo moderno de entonces, que España no las tenía, fueron determinantes para
los hispanoamericanos. Además, la independencia de estos países, aunque acelerada
por una variedad de factores externos, no deja de tener como significativo
aderezo, la toma de conciencia de su propia identidad y cultura. Y en el caso
de Guayaquil, debemos agregar la aspiración de la elite guayaquileña,
permanentemente postergada por la argolla de comerciantes piuranos y limeños
que rodeaba al virrey peruano, por entrar en posesión, administración y
usufructo de sus grandes recursos.[4]
El régimen colonial, egoísta y explotador, con
sus formas exclusivistas y monopolistas, ya era un obstáculo para entrar al
siglo XIX. Poco o nada tenía para ofrecer ni a sus propios pueblos, peor a las
posesiones ultramarinas. Económicamente España era la retaguardia de Europa.
”Ideológica y doctrinariamente vivía sumergida en la escolástica medieval“,[5] consecuentemente ella se encargó de estimular
la lucha contra sí misma.
Las reformas borbónicas que, con miras a la
modernización y liberalización, había puesto en marcha Carlos III, fueron
entendidas y asumidas por los americanos como realmente se las había concebido,
como un medio para asegurar una mayor sujeción de las colonias, lo cual
significaba el incremento del peso en la dependencia de las naciones en
ciernes. ”De este modo la reforma imperial plantaba las semillas de su propia
destrucción: su reformismo despertó apetitos que no podían satisfacer, mientras
que su imperialismo realizaba un ataque directo a los intereses locales y
perturbaba el frágil equilibrio del poder dentro de la sociedad colonial“.[6]
Esta intención, mal encubierta, de reformismo innovador
promovía un retomar el dominio, prometía imponer nuevas cargas al comercio y
una proliferación de cargos oficiales para controlarlas. Este fue, en
definitiva, uno de los principales factores que precipitaron la revolución por
la independencia. Por otra parte, Fernando VII libre de su prisión napoleónica
desconoció la Constitución y disolvió las Cortes. Convertido en absolutista
persiguió a los diputados liberales que se negaron a someterse a su voluntad. Militares como Espoz y Mina, Torrijos y Gabriel Ciscar, clérigos
como Antonio Bernabeu y José María Blanco White, escritores como
Martínez de la Rosa, Mendizábal, el Duque de Rivas, Canga
Argüelles y Florez Estrada destacan en la larga lista de exiliados, cercana a
8.000 personas, quienes desde Gibraltar y Francia viajaban a Gran Bretaña y el
resto de Europa.
Olmedo permaneció en Madrid por cuatro años,
hasta el 28 de noviembre de 1816 que volvió a pisar tierras guayaquileñas, y
Rocafuerte, uno de aquellos que huyó por Francia, se mantuvo en Europa
repartiendo su genialidad por varios años.[7]
Es desde esa
participación en la política del Estado español, y la creación de estrechos
vínculos con los liberales españoles y americanos, que a partir de 1812 el
Cabildo guayaquileño se convierte en una caldera, atizada por la frustración y
el descontento, donde se fraguaron el pensamiento y la acción revolucionaria
del 9 de Octubre.[8]
La camarilla
de comerciantes que rodeaba a los virreyes peruanos también hizo lo suyo en ese
sentido, pues al coartar la aplicación de las reformas en beneficio del
comercio guayaquileño sembró un profundo malestar. La concentración de poder de
la elite limeña, le permitía abusar como intermediaria de la administración de
la corona, sometiendo y limitando a su rival comercial. Este resentimiento
acumulado contra la administración virreinal a lo largo del tiempo,
especialmente a partir del segundo tercio del siglo XVIII cuando la riqueza
generada por el cacao era de suma importancia, estimuló en Guayaquil
sentimientos separatistas y autonomistas, dirigidos más hacia esa capital que
hacia la corona.[9]
El cabildo
guayaquileño constantemente gestionaba, presionaba y pedía a las autoridades de
Lima, Nueva Granada y España la instauración de la libertad de comercio y una
mayor apertura de su economía. Lo cual, aun sin alcanzar los resultados
deseados, evidencia desde entonces el pensamiento liberal que primaba entre los
empresarios de la ciudad que pugnaban por una reducción o una eliminación de
los derechos aduaneros y consulares para disminuir el precio del cacao en Nueva
y Vieja España, aumentando por tanto el poder de compra del consumidor y por
ende de la demanda.
La corona
intentó fomentar en varias ocasiones el libre comercio de productos
peninsulares y cacao entre Guayaquil y Cádiz, vía Nueva España, pero los
monopolistas limeños lograron obstruir en cada ocasión aquel propósito. La
única alternativa que quedaba a Guayaquil era la de exportar su cacao en
embarcaciones extranjeras, y para atraerlas, estaba forzada a declarar el libre
comercio.[10]
Las prebendas
que tenía la elite peruana y su identificación con la corte virreinal, más las
generosas donaciones destinadas a sofocar desde el siglo XVII las sublevaciones
y motines indígenas. Su posterior empeño por aplastar los levantamientos del
siglo XVIII y finalmente su oposición tanto a la presencia de las tropas de San
Martín como a las de Bolívar, nos ayudarán a entender por qué la elite peruana
convirtió a Lima en el último bastión realista americano.
La búsqueda y el
proceso de emancipación
de Hispanoamérica –que ha sido considerada como
una lucha heroica– realmente forma parte del proceso mundial de difusión
y expansión de revolución burguesa europea.[11]
Es la insurrección liberal, cuyas ideas fueron traídas de Francia, Inglaterra, los Estados Unidos, y en alguna medida
de la propia España. El uso de la fuerza, rompió definitivamente los
lazos que la ataban al régimen español, con onerosas contribuciones económicas
y una despreciable segregación social y política.
En los hechos, este proceso fue una lucha a
profundidad llevada por la elite criolla dueña del poder económico, culta,
ilustrada, que habiendo desarrollado el concepto de independencia y autonomía,
buscaba difundir en sus pueblos el disfrute de las libertades individuales y
políticas producto de un nuevo orden de cosas,[12]
para implantar el comercio libre como el mejor camino hacia el progreso
económico, y el establecimiento de reformas sociales para alcanzar la felicidad
y el desarrollo espiritual de los pueblos. En otras palabras, un proceso de
cambios a largo plazo muy importante, que no se implementó de la noche a la
mañana, que determinó que la única manera de lograr tales transformaciones, era
alentar el crecimiento de una sociedad
fundamentada en otros y nuevos sectores sociales, los criollos.[13]
En
Hispanoamérica existía un importante sector social emparentado consanguínea y
socialmente con funcionarios de la Corona que, sin embargo, mantenían una línea
de pensamiento diferente de ésta. Era una
parcela social que, habiendo sido educada bajo dominio español, se había
formado en Europa al calor de las nuevas ideas. Se trataba de quienes, al tener
un mayor nivel de fortuna y cultura, tuvieron acceso a las formas de la
ilustración europea, que la conmovieron y sacudieron en los últimos años del
siglo XVIII y primeros del XIX.
Los viajes y
la oportunidad de alcanzar otras experiencias, les posibilitó romper con los
grilletes y límites del pensamiento español escolástico en que habían crecido. Buscando alejarse de esta forma de pensar, tradicionalista
y limitante, se asimilaron al influjo del liberalismo
y la ilustración francesa.[14]
Y en lo fundamental, desarrollaron un pensamiento criollo más o menos
estructurado que les permitió diferenciarse de los españoles, y sumarse a esa
corriente mundial que aparecía y crecía. No querían quedarse fuera de tal
proceso.
Por ejemplo, hubo algunos que por su formación pasaron a
tener, curiosamente, un pensamiento ilustrado, pero con matices escolásticos,
que se expresó en algunos líderes quiteños. Solo patriotas como Morales,
Riofrío, Quiroga, etc., lograron acceder al
criollismo revolucionario.
Esa nueva elite, no podía convivir con el coloniaje, ”Formaban
parte de la minoría criolla que formaba la verdadera nación, y fueron ellos
quienes guiaron los destinos de la América española en la primera parte del
siglo XIX. La inmensa mayoría de la población del subcontinente, formada por
mestizos, negros, mulatos e indígenas, tuvo un papel casi nulo en la vida
política de sus países. En realidad, muchos de ellos no llegaron a tener una
concepción de su nacionalidad hasta ya más avanzado el siglo“.[15]
Desde el reinado de Carlos III, cuyas propuestas reformistas no
fueron comprendidas ni valoradas dentro de la propia administración española, y
más que nada fueron temidas como toda novedad transformadora, era fácil prever,
excepto por la camarilla interesada del rey, que el dominio español en las
Américas llegaba a su ocaso. En 1783, el conde de Aranda, embajador de España
ante la corte de Luís XVI en París, con una visión que retomarían los liberales
en las Cortes de Cádiz en 1812, planteaba al rey su proyecto de “monarquía
federal” hispanoamericana,[16]
sustentada en “la dificultad de socorrerlas desde Europa cuando la necesidad lo
exige; el gobierno temporal de virreyes y gobernadores que la mayor parte van
con el mismo objeto de enriquecerse; las
injusticias que algunos hacen a aquellos infelices habitantes; la distancia de
la soberanía y del tribunal supremo donde han de acudir a exponer sus quejas;
los años que pasan sin obtener resolución, éstas y otras circunstancias
contribuyen a que aquellos naturales no estén contentos y aspiren a la
independencia, siempre que se les presente la ocasión”.[17]
“Sin respaldo doctrinal no hay Historia. Habrá relato,
narración, crónica, pero sin la presencia de este elemento de modalidad tan
íntima, lo que se haga nacerá sin alma histórica, sin el jugo sustancial que
mantenga la obra creada en el plano correcto del entendimiento de la vida
humana traída por el tiempo y ofrecida a nuestra consideración”. (Gabriel
Cevallos García, “Reflexiones sobre la historia del Ecuador”, 1987).
[1]
Gloria Inés Ospina Sánchez, Op. Cit.,
Pág. 63.
[2]
Ibídem, Pág. 64
[3]
Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Quito, Editorial J. M. Cajica, México, Págs.
421- 427, 1960.
[4]
Desde aquella época se hace patética la bonanza económica, y el
agricultor-comerciante guayaquileño se convirtió en víctima de las trapacerías
de los influyentes limeños (y del centralismo señorial quiteño), quienes
obtenían licencias para la exportación monopólica del cacao y, con el virrey a
la cabeza, sometían a su conveniencia toda la riqueza exportable que generaba
esta provincia.
[5] José Antonio Gómez, Willington Paredes. Guayaquil, por su libertad y por la patria, Guayaquil, AHG, Pág.
27, 2000.
[7]
José Antonio Gómez Iturralde, Willington Paredes Ramírez, “Guayaquil, por su
libertad y por la patria”, Guayaquil, Edit. Archivo Histórico del Guayas, Págs.
6-7, 2000.
[8]
“El poder político español fue concebido por los criollos como opresivo e
injusto, o al menos como un obstáculo insalvable para adquirir una mayor
participación política en los altos cuadros de la administración”. Mariano
Fazio, Op. Cit., Pág. 14
[9]
Las condiciones justas para desarrollar su comercio, y sobre todo para
liberarse de la tutela del virrey peruano y su camarilla corrupta, no se daban.
Al no obtener resultados que satisficieran sus aspiraciones, para eliminar la
intermediación en la exportación de sus productos, se decidieron a mentalizar
medidas contundentes y terminantes. Es por este tiempo que los guayaquileños
verdaderamente empiezan a manifestar su inconformidad, pues hasta entonces, si
bien había el disgusto descrito por las limitaciones impuestas a sus negocios,
se gozaba de un considerable auge comercial y no se sufría un despotismo
insoportable –que en cierta forma fueron los motivos para que el 10 de agosto
de 1809 pasara desapercibido en esta ciudad– pero con la crisis, se hizo más
ostensible y duro el monopolio limeño. De esa forma, paulatinamente, se
incubaron los planes para buscar la autonomía total y sacudirse del dominio
español.
[10]
Mariano Fazio Fernández, Guayaquil en 1820, los albores de una revolución.
[11]
Conceptos culturales y espirituales del pensamiento ilustrado contribuyeron, en
buena medida, a la independencia del Nuevo Mundo, en conjunción con la existencia
de una clase social rica y culta, que aspiraba a detentar los poderes
económicos y políticos. Federico Sánchez Aguilar, “Causas internas y externas
de la independencia Hispanoamericana”, Boletín de Historia y Antigüedades Nº
814, Academia Colombiana de Historia, p 549, 2002.
[12] Mariano Fazio, Op. Cit., Pág. 15. “cuando
los estratos inferiores de la sociedad participan activamente en los hechos, lo
hacen arrastrados por el grupo verdaderamente revolucionario, la burguesía”
[13]
Durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, el mundo español
experimentó una notable transformación. Los reinados de Carlos III y Carlos IV
(1758-1808) fueron testigos del desarrollo del pensamiento político moderno
–que hacía hincapié en la libertad, la igualdad, los derechos civiles, el
imperio de la ley, el gobierno constitucional representativo y el laissez faire económico– entre un
pequeño grupo, pero importante, de españoles europeos y americanos. Mientras la
Corona gobernó con plena capacidad, tales ideas no pasaron de ser búsquedas
intelectuales, pero la invasión a España por Francia y el colapso de la
monarquía en 1808 otorgaron a la minoría liberal la oportunidad sin precedentes
de poner en práctica sus ideas. El derrumbe de la monarquía desencadenó una
serie de acontecimientos que culminaron con el establecimiento de un gobierno
representativo en el mundo español”. Jaime Rodríguez, en “La independencia de
la América española. Pág. 283.
[14]
Los viajes a Europa de Miranda, Bolívar y O’Higgins influyeron en sus
planteamientos, favorables a establecer en los antiguos virreinatos un orden
político acorde con los principios de igualdad, libertad y fraternidad
difundidos desde la Revolución Francesa. Sin embargo, las circunstancias de la
guerra acabaron mostrando las dificultades de aplicar en el conjunto indiano el
programa que, en teoría, cada uno de
ellos pudiera tener. Tampoco fue posible que se mantuvieran las unidades
territoriales en el conjunto de los virreinatos. El sueño de Bolívar de
conseguir una unión continental americana o, al menos, de mantener la formada
por la Capitanía de Venezuela y los virreinatos de Nueva Granada y del Perú no
pudo cumplirse por la fuerza de quienes apoyaban los particularismos (…) La
tendencia a la fragmentación fue impulsada por las acciones de las que fueron
protagonistas los criollos que ambicionaban el poder”. Boletín de la Real
Academia de la Historia, Pág. (11) 219.
[15] Jaime E. Rodríguez O., El nacimiento de Hispanoamérica, Vicente
Rocafuerte y el hispanoamericanismo, 1808-1832, México, Fondo de Cultura Económica, Pág. 12,
1975.
[16]
37 años más tarde, Simón Bolívar intentó encontrar una salida a la larga lucha por la
independencia, pidiendo a su comisionado en Londres, Francisco Antonio de Zea,
que presentase al embajador español, Duque de Frías, el “Proyecto de Decreto
sobre la emancipación de América y su confederación con España formando un
grande Imperio federal”.
[17]
María Luisa Laviana Cuetos, en la Pág. 122 del capítulo “La independencia” de
su obra ya citada “Historia de España”, agrega: “Y no fue el único: Campomanes,
Floridablanca, Ábalos, presentan a Carlos III diversas propuestas encaminadas a
retrasar en lo posible lo que todos consideraban inevitable: la pérdida de las
colonias”
Las ideas liberales encontraron acogida, obviamente en los criollos educados de América y en el caso de Guayaquil no fue la excepción. Pensar que las causas independentistas surgieron del pueblo es desconocer la historia. Sin la natural ambición de libertad económica que invadió a nuestra élite local, seguramente habríamos permanecido anexados comercial y políticamente a Lima y a sus intereses de explotación colonial.
ResponderEliminarGracias por compartir su investigación.