martes, 18 de septiembre de 2018



La economía guayaquileña I
A partir del segundo tercio del siglo XVIII, se produce el primer boom cacaotero y se inicia la bonanza económica a la que tantas referencias han hecho María Luisa Laviana Cuetos en su obra “Guayaquil en el siglo XVIII, recursos naturales y desarrollo económico”, y Michael T. Hamerly, en su “Historia social y económica de la antigua provincia de Guayaquil. 1763 – 1842”.
Originalmente la exportación de maderas preciosas e incorruptibles y la caña guadua para la construcción fueron los bienes que impulsaron las primeras exportaciones salidas de Guayaquil hacia los mercados de Perú y norte de Chile, cuya marcada desertificación no permitía el desarrollo de árboles maderables, requeridos para la cada vez mayor demanda de construcciones.
Estas preferencias comerciales se mantuvieron hasta finales del siglo XVII, en que el cacao y el tabaco empiezan a figurar en el movimiento fluvial y marítimo. Desde la toma de posesión de la cuenca del Guayas y su gran red fluvial, a partir de 1547 en vegas y bancos, la siembra del cacao y el tabaco alcanzaron niveles muy representativos.
Más de dos siglos de dura lucha con la naturaleza feraz e invasora de la cuenca del Guayas, le tomó a Guayaquil para convertirse en eje comercial del litoral y de la Audiencia e importante punto de desarrollo de la América meridional. La prosperidad económica alcanzada por la provincia de Guayaquil a partir del segundo tercio del siglo XVIII, y luego de establecer nuevas políticas en beneficio del comercio, permitió su desarrollo con ventajas respecto de otras regiones y ciudades de la Real Audiencia de Quito.[1] Paulatinamente se abrieron los mercados, inicialmente con el Perú y Centroamérica, y más tarde Nueva España, como destinos de esta actividad exportadora que describiremos someramente para explicar la importancia de la economía guayaquileña.
Para introducirnos en una superficial descripción de la economía guayaquileña antes del 9 de Octubre de 1820, haremos nuestras las palabras de Gaspar Mollien, quien en su “Viaje por la República de Colombia” (1823), se refiere a las ciudades colombianas en los siguientes términos: “La ciudad más importante de Colombia es Panamá; la mejor fortificada, Cartagena; la más agradable, Santafé; la mejor edificada, Popayán; la más rica, Guayaquil”.
Es desde esa época en que el cacao se convirtió en factor dinámico comercial fundamental de la economía colonial guayaquileña, manteniéndose así por tres siglos. A menudo, la pepa de oro se comerciaba con las apreciadas mercaderías chinas. A través de una suerte de trueque mercantil, se adquirían sedas, porcelanas, especias, etc., que anualmente arribaban a Acapulco en el galeón de Manila.
La feria de Portobello (Panamá), permitía también negociarlas junto al oro y la plata extraídos de las minas americanas. Sin embargo, este comercio de minerales preciosos constantemente era protegido por cédulas reales que obligaban a ceder los espacios navieros. Esto creaba serias dificultades a la movilización del cacao que, por largos años, no tuvo sino disposiciones ambiguas que coartaban su desarrollo y fomentaban el contrabando.
La introducción del cacao guayaquileño en el comercio intercolonial no fue cosa fácil. Debía competir con el venezolano que, además de la fama de ser superior en calidad, tenía la protección de cortesanos enquistados en torno al monarca que tenían intereses personales y consecuentemente alcanzaba mayores precios. Sin embargo, esta diferencia resultó ser una ventaja para los productores y comerciantes guayaquileños, pues, los sectores populares por su menor precio lo adquirían fácilmente y el volumen de ventas era mayor. El bajo costo de producción del cacao de Guayaquil se debía a que los jornales fluctuaban entre 4 y 8 reales diarios, frente a los 3 pesos que se pagaban en Caracas.
La luminosidad y perpendicularidad de la luz solar ecuatorial, la fertilidad del suelo y la abundancia de agua eran factores determinantes para el alto rendimiento de los árboles que se reflejaba en excelentes cosechas de un producto de gran calidad. Trabajo y manipuleo realizado por los montubios, formación étnica y social que se constituye en el “largo” siglo XVIII. Por 1780, la producción guayaquileña llegaba a 18 fanegas por cada mil árboles, en tanto el venezolano rendía 15 por el mismo número de matas. Además, el valor del transporte en balsas por el Guayas era muy barato, comparado con el flete 3 veces superior en Venezuela, desventajas que, sumadas al bajo costo del cultivo del cacao guayaquileño y su gran calidad, nos hacen concluir que no era esta la condición del cacao venezolano que incidía en su demanda y precio, sino que además de ser expresamente protegido no podía venderse por menos.
Los constantes enfrentamientos entre comerciantes de Guayaquil y Caracas eran parte de la cotidianidad comercial. Pues, estos últimos gozaban del apoyo incondicional de la corte, la cual, movida por los intereses que tenía en su comercio, imponía cortapisas al primero. Mas, cuando se produjeron las reformas borbónicas y el régimen de comercio libre se generalizó en toda la América española, crearon una situación que ya no pudo mantenerse por más tiempo, por cuanto, ”aun siendo necesarias (las reformas), produjeron un desajuste en la sociedad americana, por oponerse a su sentido histórico”.[2]
“Las reformas comerciales de los Borbones legalizaron el tráfico con México, pero la corona no hizo el menor esfuerzo por reducir el control peruano, sobre el comercio con la Madre patria. El 17 de enero de 1774, Carlos III autorizó el comercio virtualmente libre entre los Virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y la Capitanía General de Guatemala. Seis meses i medio más tarde (5 de julio de 1774), la corona redujo los derechos aduaneros y consulares que tenía que pagar el cacao guayaquileño, del 8% al 5%”.[3]


[1] “La estrecha conexión entre geografía y desarrollo económico se hace especialmente evidente en Guayaquil, quizá más que en otros lugares, tanto en lo que se refiere a la producción agrícola como a la actividad industrial y comercial, pudiéndose afirmar que la historia económica de Guayaquil durante el período colonial viene definida, al menos parcialmente, por sus características geográficas. Así, una simple ojeada al mapa muestra cómo la localización de la ciudad-puerto de Guayaquil (a medio camino entre el Perú y Nueva España o Panamá, y además centro de todo un complejo portuario marítimo fluvial) le hará adquirir desde su fundación una importancia comercial de primera magnitud, no sólo como escala en el tráfico entre ambos virreinatos sino, muy especialmente, como puerto de entrada de los artículos europeos y americanos al territorio de la Audiencia de Quito, y como principal vía de salida de los productos serranos” María Luisa Laviana Cuetos, “Guayaquil en el siglo XVIII, recursos naturales y desarrollo económico”, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla,, C.S.I.C., Pág. 163, 1987.
[2] Federico Sánchez Aguilar, Op. Cit., Pág. 549.
[3] Hamerly, Op. Cit., Pág. 124.

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