Olmedo
Al revisar su discurso sobre la abolición de
las Mitas pronunciado en las Cortes de Cádiz, el 12 de octubre de 1812,
encontramos que en varios de los fragmentos que a continuación recogemos están
las raíces del 9 de Octubre de 1820:
“Conservar y proteger la libertad civil, la
propiedad y los derechos de todos los individuos que componen la nación”,
“¡Qué! ¿permitiremos que los hombres que llevan el nombre español, y que están
revestidos del alto carácter de nuestra ciudadanía, permitiremos que sean
oprimidos, vejados y humillados hasta el último grado de servidumbre?, “¡Pues
qué! ¿nos humillaríamos nosotros, nos abatiríamos hasta el punto de tener
siervos por iguales, y por ciudadanos?”, “Es admirable, Señor, que haya habido
en algún tiempo razones que aconsejen esta práctica de servidumbre y de muerte;
pero es más admirable que haya habido reyes que las manden, leyes que las
protejan, y pueblos que las sufran. Homero decía que quien pierde la libertad
pierde la mitad de su alma; y yo digo que quien pierde la libertad para hacerse
siervo de la mita pierde su alma entera”, “Hasta cuándo no entenderemos que
solo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar
la industria, la agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el
cuidado de su fomento al interés de los propietarios”.[1]
Y en su segundo discurso, pronunciado el 21 de
diciembre,[2]
convencido del triunfo de sus principios liberales, va más adelante:
“Sobre todo, Señor, establecido ya <este
nuevo orden de cosas>, las Cortes deben procurar que todos los pueblos
españoles piensen y obren con nobleza y con elevación; esto es, deben
disponerlos a las grandes acciones que demanda <una revolución tan grande
como la nuestra> (…) Es preciso difundir ya las luces por toda la nación
para que mejor conozcan los nuevos beneficios que acaba de recibir (…) El
gobierno español, templado y liberal, no debe temer ya las luchas de la nación.
La Instrucción, la ilustración de los pueblos. Mina sordamente los fundamentos
de un mal gobierno, pero afianza y consolida las bases de una buena Constitución”.[3]
Son ideas que expresan con claridad meridiana
los mismos ideales que figuran en el acta de la Independencia y en el
Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia de Guayaquil. Propuestas que
van desde un profundo respeto al prójimo, a la práctica de la libertad
económica e iniciativa privada, que al tratar sobre sociedades libres, cultivar
una ciudadanía responsable, la educación como fundamento de superación y
progreso, hablar de revolución social, libertad de comercio y de vida pacífica
entre los pueblos, evidencian que proceden de un apasionado por la libertad y
la autonomía, como fue José Joaquín de Olmedo, prócer ilustre que concibió,
fundamentó y lideró la independencia del Ecuador: “se encontraba en esta ciudad
don José Joaquín de Olmedo, que favoreció estas ideas”.[4]
Por otra parte, el Ayuntamiento guayaquileño
fue el cuerpo local del que partió la revolución de octubre y comenzó el
gobierno libre. De esta Corporación nació la voluntad unánime para que Olmedo,
prócer y padre de la patria toda, presidiera simultáneamente la Junta Superior
de Gobierno de la Provincia de Guayaquil y el Ayuntamiento de la ciudad, hecho
singular que ha llevado a muchos, a imaginar que Guayaquil habría empezado a
construirse como ciudad-estado.
Esto no es exacto. Basta revisar proclamas,
actas, decretos, etc., para concluir que jamás se trató de otra cosa que de una
provincia que por su propio esfuerzo había alcanzado su libertad, en procura de
asociarse, con autonomía, a un proyecto político más poderoso, según fueran las
condiciones y beneficios que podía recibir, propuesta que Bolívar no quiso
comprender. Olmedo fue una mente brillante que no pudo haber concebido las
cosas de otra forma. Todos los documentos y estudios así lo demuestran.
”Hay en José Joaquín de Olmedo como dos
personajes con dos enfoques posibles, el que le considera como prócer de su
patria ecuatoriana, y el que ve en él al hombre de América”.
“A su patria se debe y pertenece como el
primer ecuatoriano que legítimamente gobernó un jirón del territorio nacional
independizado; le pertenece como el hombre público hacia el cual, por espacio
de un cuarto de siglo, se volvieron constantemente los ojos de todos para un
sinnúmero de cargos oficiales, nunca por él apetecidos y desempeñados siempre
con máximo desinterés y máxima pulcritud”.
“A América pertenece por haber sido su voz en
una hora decisiva, por haber recogido su aliento unánime y dádole expresión en
la gloria y trascendencia del canto con que ella, a la faz del mundo, lanzó su
grito libertador, su enfática proclama, su constancia jubilosa de que entraba
en una fase nueva, divisoria de sus destinos, en la vida independiente de
naciones, dueñas en adelante de su autonomía soberana y de su porvenir“.[5]
El comodoro William Brown
Consolidada
la independencia argentina (25 de julio de 1810), el gobierno de Buenos Aires
dirigió su acción hacia otras latitudes. En 1815, el comodoro William Brown fue invitado por el director supremo de
las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón, para entregarle el mando de
una flota corsaria y comprometerlo con la guerra de independencia americana.
Convinieron en un contrato de quince puntos que fijó las acciones de corso que
debía practicar, y recibió atribuciones especiales para apresar, quemar y
destruir, según convenga, los buques enemigos.
Suscrito el convenio, recibió las órdenes y bajo su vigilancia
personal, inició el acondicionamiento de los buques que formarían la flotilla:
la fragata “Hércules”, portadora del gallardetón de comandante en jefe, montaba
20 cañones, 200 tripulantes, bajo el mando de W.D. Chitty. El bergantín “Trinidad”,
nave muy marinera comandada por Miguel Brown, hermano del comodoro, con 16
cañones y 130 hombres. Y la corbeta “Halcón”, buque mercenario del capitán
francés Hipólito Bouchard, que mediante convenio aparte se sumó a la
expedición, pero siempre bajo las órdenes de Brown. Cumplida la provisión de
agua, víveres, etc., en octubre de 1815, la flotilla zarpó rumbo al sur.[6]
Al mando de la pequeña flotilla cruzó el estrecho de Magallanes y
navegó al norte por la costa de Chile, infligió una terrible derrota a la
escuadra española, atacó el Callao y luego de
repartir lectura revolucionaria a lo largo de los pueblos costeros, entró al
golfo de Guayaquil, remontó el Guayas y atacó la ciudad donde fue derrotado.[7]
Sin embargo, contribuyó “indirectamente a preparar la reconquista de Chile,
Perú y Nueva Granada (a cuyas autoridades coloniales*) obligó á emplear
estérilmente sus recursos en el equipo de naves de guerra”.[8]
Brown cumplió un propósito estratégico desde
el mar: no solo interrumpió las comunicaciones y operaciones navales españolas,
dificultando la llegada de refuerzos, sino que debilitó al extremo a la Armada
de la Mar del Sur, obligando a sus ejércitos a parapetarse en el interior de
los territorios no afectados por la lucha independentista.
La estrategia viene del sur
En 1812, José
de San Martín, una vez incorporado a su nación independizada, empieza a luchar
por la libertad continental. Tras la victoria de San Lorenzo (1813) fue
designado Jefe del Ejército del Norte (Auxiliar del Perú) por la Junta
Revolucionaria de Buenos Aires, y luego de comprobar, tras desastrosas acciones
de armas sufridas en varios intentos de llevar la guerra al Perú a través de
los Andes, que esa no era la estrategia para culminar con la independencia
sudamericana. Pues, el poderío de las fuerzas españolas continentales estaba
intacto, y atacar sus bien afianzadas posiciones estratégicas llevaría a una
confrontación armada interminable y en extremo costosa en vidas y recursos.
Desde
entonces, San Martín deja ver claramente que “su idea era llevar la guerra por
el oeste, trasmontando los Andes y ocupar á Chile; dominar el mar Pacífico, y
atacar el Bajo Perú por el flanco, admitiendo simplemente como complementarias
y concurrentes en segundo orden las operaciones por la frontera norte”.[9] En
una carta dirigida a un amigo muy cercano, ratifica lo anterior: “Ya le he
dicho á Vd. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para
pasar á Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos
sólidos para concluir con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas pasaremos
por el mar á tomar Lima: ese es el camino y no éste. Convénzase, hasta que no
estemos sobre Lima la guerra no acabará”.[10]
“Este plan
tan racional y correcto, que se impuso á los contemporáneos por el éxito en
medio de los resplandores de la victoria, y se impone á la posteridad como una
fórmula matemática, era, no sólo el más simple, no obstante su complicación,
sino también el único posible, y sin embargo, habría parecido entonces una
locura, cuando la locura estaba en los que se empeñaban en ir á Lima, por un
camino imposible, con medios insuficientes, en busca de aventuras militares ó
revolucionarias, sin prever las contingencias de la victoria ó la derrota”.[11]
San Martín y Bolívar, líderes de la
independencia americana, mantenían estrategias distintas. El primero quería llevar la guerra por el oeste, coronar y vencer el paso de
los Andes (1817), ocupar Chile para dominar el mar y atacar al Perú por el
flanco. Bolívar, en cambio, desarrolló una estrategia andina que muy poco
contaba con el mar. Tanto es así que, en la entrevista de Guayaquil, el
Libertador insistió en marchar al Perú con toda la fuerza disponible, a lo que
objetó San Martín “que las provincias independientes del Perú no tenían los
recursos suficientes para mover una gran fuerza al través de los Andes”.[12]
San Martín, para complementar sus planes
(partiendo de la experiencia de Brown) requería de una flotilla de buques de
guerra a órdenes de un comandante competente que debía zarpar desde Buenos
Aires para bloquear las costas chilenas, cortando la retirada al enemigo y “la
extracción de sus caudales”. Con visión y estrategia militar clara, tiene la
seguridad de que “una vez ocupado Chile, su objetivo inmediato es el Perú, su
camino el mar, y su vehículo una escuadra”,[13]
y “lograda esta grande empresa, observa San Martín, el Perú será libre. Desde
allí irán mejor las legiones de nuestros guerreros. Lima sucumbirá”.[14]
[1]
Mariano Fazio, Op. Cit., Págs. 71-72. José Joaquín Olmedo, Op. Cit. Discurso en
la Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, Pág. 382
[2]
Op. Cit. Poesía y Prosa, Págs. 421-427.
[3]
Ibídem. PÁG. 426
[4]
J. E. Roca, “Recuerdos Históricos de la Emancipación política del Ecuador y del
9 de Octubre de 1820”, en Fazio, Op. Cit., Pág. 69.
[5]
José Joaquín Olmedo, Poesía-Prosa, introducción de Aurelio Espinoza Pólit,
Quito, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Corporación de Estudios y Publicaciones,
Pág. 21, 1989.
[6]
José Antonio Gómez Iturralde, “Crónicas, relatos y
estampas de Guayaquil”, Tomo VI, Guayaquil, en imprenta.
[7]
Por esta acción de armas en que los guayaquileños, conociendo que los atacantes
no eran piratas sino revolucionarios argentinos, enfrentaron y derrotaron a
Brown, el rey Fernando VII exoneró de impuestos al comercio de la ciudad. Sin
embargo, no los liberó de la tutela de los comerciantes peruanos, con lo cual
perdió la oportunidad de conservar a la estratégica Guayaquil dentro del
Imperio.
[8]
Bartolomé Mitre: “Guerra de zapa, y el crucero de Brown” Págs. 497-498. *(el paréntesis es nuestro).
[9]
Barros Arana: Historia General de la Independencia de Chile, t. III, Págs. 86 y
97.
[10]
Carta de San Martín a Nicolás Rodríguez Peña del 22 de abril de 1814.
[11]
Mitre, Bartolomé. “Historia de San Martín y de la
emancipación sud-americana”, Tomo I. Buenos Aires. Félix Lajouane, Editor,
Págs. 283-284. 1890.
[12]
Jorge G. Paredes M. “San Martín y Bolívar en Guayaquil”, Lima, Perú, Pág. 11,
2003.
[13]
Barros Arana: Op. Cit. II tomo. Pág. 281.
[14]
Oficio de San Martín al director de las P. U., de 29 de febrero de 1816.
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