jueves, 27 de septiembre de 2018




Olmedo  
Al revisar su discurso sobre la abolición de las Mitas pronunciado en las Cortes de Cádiz, el 12 de octubre de 1812, encontramos que en varios de los fragmentos que a continuación recogemos están las raíces del 9 de Octubre de 1820:
“Conservar y proteger la libertad civil, la propiedad y los derechos de todos los individuos que componen la nación”, “¡Qué! ¿permitiremos que los hombres que llevan el nombre español, y que están revestidos del alto carácter de nuestra ciudadanía, permitiremos que sean oprimidos, vejados y humillados hasta el último grado de servidumbre?, “¡Pues qué! ¿nos humillaríamos nosotros, nos abatiríamos hasta el punto de tener siervos por iguales, y por ciudadanos?”, “Es admirable, Señor, que haya habido en algún tiempo razones que aconsejen esta práctica de servidumbre y de muerte; pero es más admirable que haya habido reyes que las manden, leyes que las protejan, y pueblos que las sufran. Homero decía que quien pierde la libertad pierde la mitad de su alma; y yo digo que quien pierde la libertad para hacerse siervo de la mita pierde su alma entera”, “Hasta cuándo no entenderemos que solo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar la industria, la agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el cuidado de su fomento al interés de los propietarios”.[1]
Y en su segundo discurso, pronunciado el 21 de diciembre,[2] convencido del triunfo de sus principios liberales, va más adelante:
“Sobre todo, Señor, establecido ya <este nuevo orden de cosas>, las Cortes deben procurar que todos los pueblos españoles piensen y obren con nobleza y con elevación; esto es, deben disponerlos a las grandes acciones que demanda <una revolución tan grande como la nuestra> (…) Es preciso difundir ya las luces por toda la nación para que mejor conozcan los nuevos beneficios que acaba de recibir (…) El gobierno español, templado y liberal, no debe temer ya las luchas de la nación. La Instrucción, la ilustración de los pueblos. Mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno, pero afianza y consolida las bases de una buena Constitución”.[3]
Son ideas que expresan con claridad meridiana los mismos ideales que figuran en el acta de la Independencia y en el Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia de Guayaquil. Propuestas que van desde un profundo respeto al prójimo, a la práctica de la libertad económica e iniciativa privada, que al tratar sobre sociedades libres, cultivar una ciudadanía responsable, la educación como fundamento de superación y progreso, hablar de revolución social, libertad de comercio y de vida pacífica entre los pueblos, evidencian que proceden de un apasionado por la libertad y la autonomía, como fue José Joaquín de Olmedo, prócer ilustre que concibió, fundamentó y lideró la independencia del Ecuador: “se encontraba en esta ciudad don José Joaquín de Olmedo, que favoreció estas ideas”.[4]
Por otra parte, el Ayuntamiento guayaquileño fue el cuerpo local del que partió la revolución de octubre y comenzó el gobierno libre. De esta Corporación nació la voluntad unánime para que Olmedo, prócer y padre de la patria toda, presidiera simultáneamente la Junta Superior de Gobierno de la Provincia de Guayaquil y el Ayuntamiento de la ciudad, hecho singular que ha llevado a muchos, a imaginar que Guayaquil habría empezado a construirse como ciudad-estado.
Esto no es exacto. Basta revisar proclamas, actas, decretos, etc., para concluir que jamás se trató de otra cosa que de una provincia que por su propio esfuerzo había alcanzado su libertad, en procura de asociarse, con autonomía, a un proyecto político más poderoso, según fueran las condiciones y beneficios que podía recibir, propuesta que Bolívar no quiso comprender. Olmedo fue una mente brillante que no pudo haber concebido las cosas de otra forma. Todos los documentos y estudios así lo demuestran.
”Hay en José Joaquín de Olmedo como dos personajes con dos enfoques posibles, el que le considera como prócer de su patria ecuatoriana, y el que ve en él al hombre de América”.
“A su patria se debe y pertenece como el primer ecuatoriano que legítimamente gobernó un jirón del territorio nacional independizado; le pertenece como el hombre público hacia el cual, por espacio de un cuarto de siglo, se volvieron constantemente los ojos de todos para un sinnúmero de cargos oficiales, nunca por él apetecidos y desempeñados siempre con máximo desinterés y máxima pulcritud”.
“A América pertenece por haber sido su voz en una hora decisiva, por haber recogido su aliento unánime y dádole expresión en la gloria y trascendencia del canto con que ella, a la faz del mundo, lanzó su grito libertador, su enfática proclama, su constancia jubilosa de que entraba en una fase nueva, divisoria de sus destinos, en la vida independiente de naciones, dueñas en adelante de su autonomía soberana y de su porvenir“.[5]

El comodoro William Brown
Consolidada la independencia argentina (25 de julio de 1810), el gobierno de Buenos Aires dirigió su acción hacia otras latitudes. En 1815, el comodoro William Brown fue invitado por el director supremo de las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón, para entregarle el mando de una flota corsaria y comprometerlo con la guerra de independencia americana. Convinieron en un contrato de quince puntos que fijó las acciones de corso que debía practicar, y recibió atribuciones especiales para apresar, quemar y destruir, según convenga, los buques enemigos.
Suscrito el convenio, recibió las órdenes y bajo su vigilancia personal, inició el acondicionamiento de los buques que formarían la flotilla: la fragata “Hércules”, portadora del gallardetón de comandante en jefe, montaba 20 cañones, 200 tripulantes, bajo el mando de W.D. Chitty. El bergantín “Trinidad”, nave muy marinera comandada por Miguel Brown, hermano del comodoro, con 16 cañones y 130 hombres. Y la corbeta “Halcón”, buque mercenario del capitán francés Hipólito Bouchard, que mediante convenio aparte se sumó a la expedición, pero siempre bajo las órdenes de Brown. Cumplida la provisión de agua, víveres, etc., en octubre de 1815, la flotilla zarpó rumbo al sur.[6]
Al mando de la pequeña flotilla cruzó el estrecho de Magallanes y navegó al norte por la costa de Chile, infligió una terrible derrota a la escuadra española, atacó el Callao y luego de repartir lectura revolucionaria a lo largo de los pueblos costeros, entró al golfo de Guayaquil, remontó el Guayas y atacó la ciudad donde fue derrotado.[7] Sin embargo, contribuyó “indirectamente a preparar la reconquista de Chile, Perú y Nueva Granada (a cuyas autoridades coloniales*) obligó á emplear estérilmente sus recursos en el equipo de naves de guerra”.[8]
Brown cumplió un propósito estratégico desde el mar: no solo interrumpió las comunicaciones y operaciones navales españolas, dificultando la llegada de refuerzos, sino que debilitó al extremo a la Armada de la Mar del Sur, obligando a sus ejércitos a parapetarse en el interior de los territorios no afectados por la lucha independentista.

La estrategia viene del sur
En 1812, José de San Martín, una vez incorporado a su nación independizada, empieza a luchar por la libertad continental. Tras la victoria de San Lorenzo (1813) fue designado Jefe del Ejército del Norte (Auxiliar del Perú) por la Junta Revolucionaria de Buenos Aires, y luego de comprobar, tras desastrosas acciones de armas sufridas en varios intentos de llevar la guerra al Perú a través de los Andes, que esa no era la estrategia para culminar con la independencia sudamericana. Pues, el poderío de las fuerzas españolas continentales estaba intacto, y atacar sus bien afianzadas posiciones estratégicas llevaría a una confrontación armada interminable y en extremo costosa en vidas y recursos.
Desde entonces, San Martín deja ver claramente que “su idea era llevar la guerra por el oeste, trasmontando los Andes y ocupar á Chile; dominar el mar Pacífico, y atacar el Bajo Perú por el flanco, admitiendo simplemente como complementarias y concurrentes en segundo orden las operaciones por la frontera norte”.[9] En una carta dirigida a un amigo muy cercano, ratifica lo anterior: “Ya le he dicho á Vd. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar á Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar á tomar Lima: ese es el camino y no éste. Convénzase, hasta que no estemos sobre Lima la guerra no acabará”.[10]
“Este plan tan racional y correcto, que se impuso á los contemporáneos por el éxito en medio de los resplandores de la victoria, y se impone á la posteridad como una fórmula matemática, era, no sólo el más simple, no obstante su complicación, sino también el único posible, y sin embargo, habría parecido entonces una locura, cuando la locura estaba en los que se empeñaban en ir á Lima, por un camino imposible, con medios insuficientes, en busca de aventuras militares ó revolucionarias, sin prever las contingencias de la victoria ó la derrota”.[11]
San Martín y Bolívar, líderes de la independencia americana, mantenían estrategias distintas. El primero quería llevar la guerra por el oeste, coronar y vencer el paso de los Andes (1817), ocupar Chile para dominar el mar y atacar al Perú por el flanco. Bolívar, en cambio, desarrolló una estrategia andina que muy poco contaba con el mar. Tanto es así que, en la entrevista de Guayaquil, el Libertador insistió en marchar al Perú con toda la fuerza disponible, a lo que objetó San Martín “que las provincias independientes del Perú no tenían los recursos suficientes para mover una gran fuerza al través de los Andes”.[12]
San Martín, para complementar sus planes (partiendo de la experiencia de Brown) requería de una flotilla de buques de guerra a órdenes de un comandante competente que debía zarpar desde Buenos Aires para bloquear las costas chilenas, cortando la retirada al enemigo y “la extracción de sus caudales”. Con visión y estrategia militar clara, tiene la seguridad de que “una vez ocupado Chile, su objetivo inmediato es el Perú, su camino el mar, y su vehículo una escuadra”,[13] y “lograda esta grande empresa, observa San Martín, el Perú será libre. Desde allí irán mejor las legiones de nuestros guerreros. Lima sucumbirá”.[14]


[1] Mariano Fazio, Op. Cit., Págs. 71-72. José Joaquín Olmedo, Op. Cit. Discurso en la Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, Pág. 382
[2] Op. Cit. Poesía y Prosa, Págs. 421-427.
[3] Ibídem. PÁG. 426
[4] J. E. Roca, “Recuerdos Históricos de la Emancipación política del Ecuador y del 9 de Octubre de 1820”, en Fazio, Op. Cit., Pág. 69.
[5] José Joaquín Olmedo, Poesía-Prosa, introducción de Aurelio Espinoza Pólit, Quito, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Corporación de Estudios y Publicaciones, Pág. 21, 1989.
[6] José Antonio Gómez Iturralde, “Crónicas, relatos y estampas de Guayaquil”, Tomo VI, Guayaquil, en imprenta.


[7] Por esta acción de armas en que los guayaquileños, conociendo que los atacantes no eran piratas sino revolucionarios argentinos, enfrentaron y derrotaron a Brown, el rey Fernando VII exoneró de impuestos al comercio de la ciudad. Sin embargo, no los liberó de la tutela de los comerciantes peruanos, con lo cual perdió la oportunidad de conservar a la estratégica Guayaquil dentro del Imperio.
[8] Bartolomé Mitre: “Guerra de zapa, y el crucero de Brown” Págs. 497-498.  *(el paréntesis es nuestro).
[9] Barros Arana: Historia General de la Independencia de Chile, t. III, Págs. 86 y 97.
[10] Carta de San Martín a Nicolás Rodríguez Peña del 22 de abril de 1814.
[11] Mitre, Bartolomé. “Historia de San Martín y de la emancipación sud-americana”, Tomo I. Buenos Aires. Félix Lajouane, Editor, Págs. 283-284. 1890.


[12] Jorge G. Paredes M. “San Martín y Bolívar en Guayaquil”, Lima, Perú, Pág. 11, 2003.
[13] Barros Arana: Op. Cit. II tomo. Pág. 281.
[14] Oficio de San Martín al director de las P. U., de 29 de febrero de 1816.

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